La gira asiática del presidente Mauricio Macri trae controversia al respecto de la naturaleza de los logros expuestos por el Gobierno, y desnuda las tensiones de los factores históricos que han maniatado el progreso en la Argentina. Tres ítems son cruciales en esta crítica: la continuidad, reclamada por China, de las represas de Santa Cruz, cuestionadas por ambientalistas y fuerzas políticas; la construcción de centrales nucleares con capital y empresas chinas, y la compra de material ferroviario.
Las inversiones anunciadas implican un monto global de quince mil millones de dólares y acceso a firmas argentinas a funcionar como proveedoras de partes y componentes que, en el caso ferroviario, se elevan a un 60%, cuando en acuerdos anteriores eran del 40% y jamás habían merecido crítica pública.
Los acuerdos que incomodan al articulista y director de Clarín Ricardo Roa -que señala que los negocios los hacen los chinos y Argentina sólo consiente- son aquellos que van por lo que no hay y no ha habido en nuestro país en treinta años: desarrollo de infraestructura en transporte, energía y vivienda, lo que implicará un cambio de paradigma de dimensiones; uno que quizá, como el metrobus, sólo se pueda apreciar realmente cuando esté en pleno funcionamiento. Una sociedad fáctica, con baja capacidad empírica, aprecia los cambios cuando los toca, cuando los advierte ante sus ojos y sentidos. Parecería ser el caso argentino.
La crítica a centrales nucleares pivotean sobre un concepto que no es cierto: que son repudiadas en el mundo, a lo que se suma el planteo de la base de comunicaciones espaciales que opera bajo mando militar en Neuquén, motivo de inquietud reiterado por políticos y medios sin fundamento alguno. Todas las antenas satelitales de uso espacial ubicadas en Argentina, Australia y Chile por los Estados Unidos o Europa son operadas por técnicos y funcionarios de cada país o, en el caso europeo, por una selección de funcionarios de cada nación partÍcipe. En cada caso, los acuerdos permiten a naciones sin recursos para tamaña actividad integrarse y formar cuadros propios.
En referencia a la cuestión nuclear, el canadiense Patrick Moore, fundador de Greenpeace, señaló recientemente en un foro de energía en Madrid que la nuclear es limpia, segura y sostenible. “También -sostuvo-, es casi renovable, gracias a las tecnologías que, impulsadas por la UE, permitirán en un futuro próximo reciclar el uranio hasta agotarlo en su práctica totalidad. Esto eliminará el problema del almacenamiento de combustibles de alta radiactividad. Además, si se produjera la temida corrosión de los contenedores, bastará con renovarlos”.
Que se ignore este estadio real y concreto al respecto de la energía y las posibilidades de financiamiento global que impulsa China, extrapolando los factores concretos del escenario en el que debe gestionarse la política internacional y económica argentina, es una afrenta a la inteligencia y las necesidades de un país que, tal como ocurre -y sorprende- tiene 30% de su población en la pobreza, de la que únicamente podrá escapar con inversión en infraestructura, creadora de trabajo y de riqueza.