El ataque criminal del autócrata Vladimir Putin a Ucrania es un retroceso que lleva a épocas que se entendían como superadas. Un detalle cruel: las acciones de Rusia en Osetia del Norte, en Azerbaiyán o la tolerancia y protección al régimen títere de Bielorrusia, debieron ser señales de alerta.
Lo que quiere hacer Vladimir Putin es recrear el imperio de los zares. Tanto él como su nomenclatura corrupta —citada habitualmente como la «oligarquía rusa»— ven en el dominio territorial de Ucrania una gigantesca oportunidad de negocios en un mundo claramente polarizado entre Estados Unidos y China, en donde Europa juega un rol de notoria debilidad.
Tal como lo ha señalado el exembajador Diego Guelar, la irrupción armada en Ucrania está generando, rápidamente, una sensación de «rusofobia». Quizá haya que procurar distinguir entre esta nomenclatura oligárquica y el pueblo ruso, que sale a las calles para pedir el fin de la guerra. Miles están protestando y cientos están siendo detenidos por el régimen, que hasta le impone condiciones de estilo en el uso de términos para las publicaciones sobre la guerra de ocupación a los medios rusos.
El impacto global de esta fuera es enorme. Las consecuencias, serán del mismo modo. Por lo pronto, hay algo que no salió bien de acuerdo a los planes de Putin: Ucrania resiste. Su presidente, Vladimir Zelinsky —a quien el autócrata no respeta por provenir del mundo del espectáculo— está firme en la defensa de su patria y anuncia que las bajas rusas son enormes. Rusia ya ve un horizonte complejo entre el repudio global, y los costos asociados con matar a civiles, tal como ocurrió tras el impacto de un misil en un edificio de Kiev.
Quienes entienden el riesgo, sin duda, son los polacos. Ucrania y Polonia han sobrevivido a los zares y al soviet, a los Romanoff y a Stalin. Polonia debió aguardar a que se produjera la caída del imperio soviético para poder acceder a lso documentos del Kremlin que demostraban que 21.800 polacos fueron asesinados y enterrados en fosas comunes, entre 1939 y 1941, en el bosque de Katyn, un área ocupada por la Unión Soviética que se había repartido Polonia con los nazis conforme al pacto Molotov/Ribentropp. Los polacos saben muy bien de qué se trata.
Lo que se anunciaba como una marcha triunfal sobre Kiev es ya, por estas horas, otra historia, amén de cómo será el final. Miles de civiles movilizados y armados y un flujo muy fuerte de pertrechos y abastos militares fluye ya desde los Estados Unidos y desde diversos países europeos. La reunión del premier polaco Mateuz Morawieki con el canciller alemán Olaf Sholz, a la que se unió el presidente Lituano Gitanas Nausedas, puso en marcha un esquema de apoyo concreto a Ucrania en los términos que reclamaba Zelinsky. El presidente Ucraniano fue preciso: «no me envíen un pasaje de avión, envíeme armas y municiones para luchar».