En tanto en Argentina se mantiene la cuarenta más extendida del planeta y el país, a cuento del Coronavirus, tiene paralizada la transportación aérea y terrestre de personas, en el mundo se extiende el rechazo a las medidas restrictivas, aún aquellas suaves como la obligación de portar barbijo o tapa bocas en todo lugar público.
Este fin de semana hubo marchas en Berlín, Paris, Londres, y Zúrich. En algunos casos, con posturas muy extremas como el movimiento anti vacunas. Se trata de tristes conspiranóicos que vinculan al régimen chino con Bill Gates, mientras que en el mundo se da una batalla global por la vacuna, corriendo contra el tiempo para lograr los certificados habilitantes que permitan distribuirla.
En Berlín, pese a la negativa de las autoridades, más de 18 mil personas marcharon sin barbijo y carteles que tratan de “carceleros del pueblo” a los gobernantes, incluida la habitualmente venerada Ángela Merkel. Finalmente, las autoridades, basándose en restricciones sanitarias, disolvieron la misma.
La postura social frente al fenómeno del Coronavirus la definen por un lado quienes creen a pie juntilla, aceptan las limitaciones a su libertad, ejercen control social, y por otro, amplios sectores que, tal como se señala, se alzan en contra, o que entienden que estas medidas son un atropello del poder a las libertades públicas.
Hay un escenario clave que se advierte en Argentina: la piel democrática del poder es muy tenue. Caminos cerrados, familias separadas, casos extremos en los que la autoridad no consiente ni siquiera en términos humanitarios. Es obvio que, ante el pavor que provocó el impacto del Covid-19 por su impacto mortal en Italia y España, los gobiernos —como en el caso argentino— cerraron todo, con las consecuencias que vemos hoy de récord de caída del PBI y récord de empresas fundidas. No hay, hasta el momento, reflexión del por qué de los niveles de mortalidad en España e Italia. Y no porque los mismos no sea accesibles.
El médico gerontólogo Luis Fernández Risso, ex profesor de la cátedra de Geriatría de la UCA en Rosario se expresó esta semana a través de diversas entrevistas. “A qué nivel habrá llegado la autocensura, que los médicos perdieron hasta la capacidad clínica de atención de una gripe. Me comunico a menudo con mis colegas geriatras en España por el tema de la otra pandemia a la que nadie le da importancia, que es la de enfermedades crónicas en los adultos mayores por el envejecimiento poblacional. Tengo información diaria y puedo decir que el problema en España y en Italia fue fundamentalmente debido a la confusión que generó la OMS al comienzo, cuando decía que no había que usar antiinflamatorios, que no había que usar corticoides. Hasta que Estados Unidos emitió un protocolo en el que acepta que la dexametasona es útil para un paciente con un trastorno respiratorio grave, acá no se usaba. Cuando, en realidad, esa droga la usábamos hace 35 años”.
No se quedo allí. En su ilustrativa descripción de los hechos, Fernández Risso señaló: “El colapso en los inviernos en un sistema de salud fragmentado, que no financia como corresponde, en el que las asignaciones de recursos no son buenas y en el que el sector público no invierte lo que debería invertir, son fenómenos que se destapan con infecciones como esta, de una gripe grave o de un Covid, o de una bronquiolitis. Estoy casi retirado, pero durante 40 años fui médico de Pami. Manejé los 12 hospitales propios de Pami en Rosario y teníamos un servicio de internación domiciliaria. Aún con ese sistema de internación domiciliaria por el que teníamos entre 200 y 250 pacientes internados en su domicilio, durante muchos inviernos tuvimos el problema del colapso de salud. Teníamos que internar gente en otros lugares de la provincia porque en Rosario ya no había camas de terapia intensiva. Se nos morían los ancianos en la calle, en las ambulancias, porque no teníamos dónde internar. En los hospitales propios, incluso, poníamos en los consultorios externos unas especies de camillas y hacíamos internaciones ahí. Hemos llegado a internar en la capilla del Pami 2”.
Los hechos revelan que, al pánico, se le sumó la necesidad política de tapar una verdad absoluta en el mundo: que por décadas, invertir en sistemas de salud no ha sido una prioridad.