La elección en Holanda demostró que la instantaneidad de las comunicaciones -a lo que vulgarmente llamamos globalización- conmovió a los millennials de esa nación, que se lanzaron a votar en forma masiva cambiando así radicalmente el panorama europeo luego del triunfo del Brexit y la llegada de Donald Trump al gobierno de los Estados Unidos.
La derrota de Geert Wilders, el líder eurófobo que lideraba las encuestas, tiene un componente crucial: su mayor oponente, el diputado verde Jesse Klaver, el ying en este juego en que el derrotado Wilders parecía encarnar la Holanda silenciosa, contrató la misma agencia de publicidad que emplearon Obama y Sanders, y no duda en utilizar el lema “yes we can” (Het kan wel en la versión en neerlandés). Las catorce bancas que obtiene su agrupación política articulan una nueva integración del gobierno holandés y traen alivio a los europeístas, que veían un triunfo de Wilders como el prólogo a la caída de la mayoría europeísta en el Parlamento continental si en Francia se impusiera Marine Le Pen.
Político de carrera, Klaver es parlamentario desde 2010 y líder de Izquierda Verde desde el 12 de mayo de 2015. Su entusiasmo juvenil y su discurso a favor de los refugiados, los inmigrantes y la Unión Europea sitúan a Klaver en las antípodas del ultraderechista Geert Wilders, líder del Partido para la Libertad. Su estilo desenfadado, con las camisas arremangadas y el cabello enmarañado, probablemente esté bien calculado: ahora hay otra voz que alcanza protagonismo más allá de las fronteras de su país, y no en vano se lo compara con el premier canadiense Justin Trudeau.
El caso de Klaver es llamativo. De padre marroquí y madre de origen indonesio, Klaver habla abiertamente sobre cómo su padre abandonó a la familia cuando él era pequeño. Klaver y su esposa Jolein -a quien le pidió perdón públicamente por el tiempo que ha estado ausente durante la campaña- tienen dos hijos. El político confiesa que la única vez que ha perdido los nervios con la retórica de Wilders fue por uno de sus pequeños. Ocurrió en 2014, cuando Wilders le preguntó a una multitud si querían más o menos marroquíes en Holanda y todos gritaron: “¡Menos, menos, menos!”. Klaver se sintió muy preocupado por su hijo mayor, que entonces era un bebé de semanas. “Quería preguntarle ‘¿hasta dónde vas a llegar, Wilders? ¿Me hablas a mí? ¿Hablas a mi hijo?’. Creo que me afectó porque acababa de convertirme en padre. Esa fue la única vez”, explicó Klaver.
Este triunfo marca un punto de inflexión, sólo eso; no es en lo absoluto el fin de la batalla cultural que envuelve a Europa e influye en todo el globo de manera crucial.