La primavera árabe mutó en conflictos interminables que han arrojado a miles de desplazados y desposeídos hacia el continente europeo y cientos de miles de muertos en los océanos, las playas y los territorios de los países a los que buscan huir.
En particular es el caso del conflicto sirio, que inició con pequeños grupos que buscaban inicialmente mejorar su situación interna ante el manejo del régimen de Bashar al Assad. La familia Al Assad ha dominado con mano férrea y actitudes criminales la nación siria, proyectando su poder al Líbano y manteniendo un acuerdo de convivencia y necesidad con Irán por medio de Hezbollah, la guerrilla que mutó a partido político en el sur del Líbano y que Irán financia generosamente. Ambos, el gobierno sirio y la guerrilla financiada por Irán, son considerados terroristas por los gobiernos occidentales.
Al inicio de la rebelión contra el régimen alauita -minoría religiosa a la que pertenecen los Al Assad-, Estados Unidos, y en especial el expresidente Barack Obama y la secretaria de Relaciones Exteriores de entonces, Hillary Clinton, apoyaron lo que ellos denominaban “freedom fighters”, lo cual sólo contribuyó a armar grupos hostiles entre sí más que con el régimen de Bagdad. Hasta la aparición de ISIS, que trastocó el escenario y habilitó la opción rusa, que fue y es de apoyo al régimen alauita. La intervención rusa es la razón por la cual el régimen sirio, lejos de caer, se ha renovado en su dominio territorial a un costo en vidas y pérdidas materiales ya difícil de calcular.
El ataque con misiles de ultimísima generación anunciado por el presidente Donald Trump en su cuenta de Twitter y ejecutado este fin de semana con el concurso de Francia e Inglaterra, es un punto de inflexión en el que las potencias occidentales hacen saber que quieren ser parte del esquema final de un conflicto que territorial, militar y políticamente tiene ya un claro ganador. Ese ganador es la tríada formada por Irán, Siria y Rusia, que posiciona el juego una vez más en los términos del reparto de poder de la década del 70, cuando luego de la guerra del Yom Kippur, los soviéticos fueron expulsados de Egipto y se hicieron fuertes en Siria. No habrá democracia al estilo occidental en esa región del planeta, y el régimen y sus socios ven el ataque con misiles como un triunfo pleno, al punto que el canciller ruso ha señalado que tiene pruebas del montaje realizado por Occidente.
Con una unión americana dividida en tormo a Trump, el escándalo de las noticias falsas y la violación de la intimidad de las redes -en particular lo concerniente al manejo de los datos en Facebook-, la guerra de la credibilidad, la auténtica guerra contemporánea, no parece poder repararse con un ataque a distancia en el que 71 de 103 misiles lanzados fueron interceptados por las baterías antiaéreas sirias de fabricación soviética. El “misión cumplida” del presidente Trump suena a frase de venta barata en un acto en el que no hay rédito real alguno y no cambia la dinámica política de un conflicto que ya tiene un decidido vencedor.