Australia es un país que los argentinos ven casi como un lugar místico en donde todo está bien, todo funciona, y el mal no existe. Nada más alejado de la realidad.
El país oceánico ha construido una economía fuerte basada en la minería, la ganadería y el cultivo de cereales, en particular el trigo. Buena parte de su bienestar se debe a las ventajas de pertenecer a la Commonwealth y la posibilidad de traccionar en esa alianza a la Unión Europea, con bajos o nulos aranceles.
Todo este desarrollo ha tenido, durante los últimos veinte años además, el empuje que le dio su relación de privilegio con China, a la cual le aportaba millones de toneladas de carbón para el funcionamiento de sus centrales eléctricas. Dos tercios de la energía en China se produce en centrales que funcionan a base de carbón, y el 90% de ese combustible se extrae del suelo chino. El problema, es el otro 10%.
El gigante asiático cortó recientemente las importaciones de carbón de Australia por razones meramente políticas: se trata de una respuesta ante las acusaciones de dicho país por violaciones a los derechos humanos y represión de la minoría étnica uigur, de confesión islámica. Según revela el medio especializado Minningpress, China, el mayor importador, productor y consumidor de carbón en el mundo, puso efectivo fin a las importaciones desde Australia, el mayor exportador de carbón coquizable —utilizado para la fabricación de acero—, y el segundo de carbón térmico —utilizado para producir electricidad—.
Las restricciones a las importaciones australianas entraron en vigor durante la segunda mitad del año pasado. De un máximo de 9,46 millones de toneladas en junio del 2020, éstas se redujeron a prácticamente cero en los dos primeros meses de este año. Y es esta la matriz de la problemática que pone en riesgo al politburó chino, acuciado por el rechazo a las políticas de Xi Jimping.
Según Bloomberg Intelligence, al menos 17 provincias y regiones —las cuales representan el 66% del PBI chino—, anunciaron en los últimos meses algún tipo de corte de electricidad, sobre todo en el caso de grandes usuarios industriales. Estos cortes están afectando la producción y trayendo problemas en cadena al gigante que mueve al mundo.
Ante lo que se ve como una muestra de fragilidad estructural por parte de China, comienza a desplegarse un juego de pinzas en la creación del acuerdo AKUS que une a Inglaterra, Estados Unidas y Australia. Uno de sus cometidos, es el fortalecimiento de la armada de la nación oceánica, incorporando submarinos nucleares. Estas acciones preanuncian una escala de gastos militares por parte de China destinados a la defensa que posiblemente terminarán afectando a su economía y, por consiguiente, desestabilizando al régimen gobernante.
Una vez más, los hechos ponen en entredicho la noción de que se está ante la declinación de los Estados Unidos como primus interpares en el juego del orden mundial. La fragilidad estructural de la economía china se mide frente a la exuberancia prepotente de la norteamericana.