Nadie puede negar el rol de la Iglesia en la sociedad mundial. Nadie puede ignorar el peso de su predicamento incluso en épocas de laxitud moral y discusión doctrinaria. Nadie puede ignorar que el aire fresco que impone el papa Francisco I trae a esa palabra, la palabra de la Iglesia, un renovado peso especifico en la vida de las personas y el conjunto social.
En el documento que lleva por título “El drama del narcotráfico y la droga”, la Conferencia Episcopal lamenta que el Poder Ejecutivo nacional lleve meses sin nombrar al reemplazante de Bielsa en el Sedronar, y advierte sobre las fallas de toda la dirigencia. “La Argentina está corriendo el riesgo de pasar a una situación de difícil retorno. Si la dirigencia política y social no toma medidas urgentes, costará mucho tiempo y mucha sangre erradicar estas mafias que han ido ganando cada vez más espacio”, señalan.
La sangre ya ha sido derramada, y la hemorragia no se detiene. Sólo en la provincia de Santa Fe, en lo que va del año ya se han registrado 200 muertos, cifra que supera a los 182 del año pasado y que triplica la media nacional cada cien mil habitantes de 2012. La mayoría de ellos está vinculada al narcotráfico, un negocio que mueve $2.000 millones anuales. Ante este panorama, la Conferencia Episcopal apunta: “La sociedad vive con dolor y preocupación el crecimiento del narcotráfico en nuestro país. Son muchos los que nos acercan su angustia ante este flagelo. Nos conmueve acompañar a las madres y los padres que ya no saben qué hacer con sus hijos adictos, a quienes ven cada vez más cerca de la muerte. Nos quedamos sin palabras ante el dolor de quienes lloran la pérdida de un hijo por sobredosis o hechos de violencia vinculados al narcotráfico”.
Hacía falta esta voz fuerte, que abreva en el conocimiento directo de las fuerzas sociales. Una voz que se nutre de la vivencia cruel de los desposeídos y desamparados que no ven en la droga y su consumo un ideal libertario sino su propia ruina material y moral. Retornando al documento episcopal, el mismo subrayaque “cuando este mal se instala en los barrios destruye las familias, siembra miedo y desconfianza entre los vecinos, aleja a los chicos y a los jóvenes de la escuela y el trabajo. Tarde o temprano algunos son captados como ayudantes del “negocio”. Hay gente que vende droga para subsistir, sin advertir el grave daño que se realiza al tejido social y a los pobres en particular”.
Sin entrar en nombres, el texto indica: “Escuchamos decir con frecuencia que a esta situación de desborde se ha llegado con la complicidad y la corrupción de algunos dirigentes. La sociedad a menudo sospecha que miembros de fuerzas de seguridad, funcionarios de la justicia y políticos colaboran con los grupos mafiosos. Esta realidad debilita la confianza y desanima las expectativas de cambio. Pero también es funcional y cómplice quien pudiendo hacer algo se desentiende, se lava las manos y “mira para otro lado”.
La complejidad de este tema es tal, que sólo será abordado eficazmente por medio de amplios consensos sociales que deriven en políticas públicas de corto, mediano y largo alcance. Pero perseguir el delito es tarea exclusiva e irrenunciable del Estado. “Recogemos también la preocupación por la desprotección de nuestras fronteras, y por la demora en dotar de adecuados sistemas de radar a las zonas más vulnerables”, concluye el documento.
Está más que bien dicho, con una precisión que sólo deja lugar para esperar que el tiempo de la desidia, que también es complicidad, llegue a su fin.