Podrán debatir sobre números hasta el ridículo -la Policía Federal insiste en que sólo acudieron a la marcha 50.000 personas-; podrán denostar a los marchantes caracterizándolos de “clase media”, como si serlo fuera una mancha social grave, pero lo que no pueden hacer es modificar en cada argentino que salió a la calle la sensación intensa e inmensa de saber que estamos en democracia porque actuamos democráticamente como sociedad, sin pancartas, sin banderías, sin odio. La sociedad pide unidad, capacidad de gestión, solución a los problemas; no hay espacio ya para salvadores de la patria, caudillos de épica revisionista alguna.
La semana que concluye ha sido brutal para el Gobierno, y expone escenarios nunca vistos. Amado Boudou, ya sometido a proceso penal, enfrentará, según el fiscal Jorge Di Lello, juicio oral y público luego de las elecciones. La Cámara Federal ratificó al juez Claudio Bonadío al frente de la “causa Hotesur”, en la que se investiga a Lázaro Báez y a toda la familia Kirchner, en particular a los hijos de Cristina Fernández, Máximo y Florencia. El secretario general de la Presidencia, Aníbal Fernández, señaló recientemente que le extrañaba la velocidad con que son llevadas las causas vinculadas al Gobierno. Y tiene razón en parte: es infrecuente, y debería ser norma, no excepción. Cuando este tiempo acabe, deberá debatirse sostenida y sensatamente cambiar la dinámica cortesana del Poder Judicial, y del federal en particular. Si algo debe poner en foco la muerte de Alberto Nisman es la naturaleza misma del poder en nuestro país. Treinta años son un tiempo breve en la historia de una nación, pero es un tiempo posible para cambios enormes. En treinta años, en Argentina se dieron las leyes de divorcio y de matrimonio igualitario, se ampliaron las coberturas sociales de modo señero a nivel global, y se ha conseguido, con errores, motorizar a los sectores nuclear y aeroespacial, dos actividades de punta que nos dan un espacio único en el contexto continental.
Lo que el ciudadano de a pie reclama es que los estamentos de la sociedad funcionen. Se pide seguridad, educación, salud… Nada original; Argentina lo tuvo, y hace cuarenta años que lo básico parece un todo inalcanzable. Desde el motivo central de la convocatoria, la sociedad puso todo en la calle: sus miedos, sus esperanzas, sus frustraciones e ilusiones. Los argentinos pretendemos un país en el que la escuela enseñe, la justicia imparta justicia, y el sistema de salud no le diga a alguien con cáncer, que en quince días la provisión oncológica se va a normalizar. El debate por la desnutrición en Salta o en Chaco, los Qom en Plaza de Mayo, casi a su suerte, reclamando lo mínimo para una vida digna en democracia, exponen ciertamente que la década ganada está llena de claroscuros que todavía no alcanzan una homogeneidad que semeje la equidad.
Que los atentados a la Embajada de Israel y la AMIA no estén esclarecidos, que el fiscal instructor especial esté muerto, y que a un mes de su muerte no se sepa hacia dónde va la investigación, ya plagada de escándalo cotidiano y tensión política, hace valer la imagen de miles de argentinos bajo sus paraguas, tanto en Capital com en diferentes puntos del país, quienes, como en 1810, decidieron reunirse para saber de qué se trata lo que nos acontece.