En Argentina existe una fijación por los ejemplos del exterior. Por años, los denominados países serios, los de Europa occidental o los Estados Unidos, eran el ejemplo a seguir. Desde hace un lustro, a raíz de la caída de la economía europea y los tropiezos de la estadounidense, Brasil se transformó en el ejemplo a imitar.
Una vez más todo estaba ficcionado, mal analizado y pobremente citado. Hoy Brasil, “o mais grande do mundo”, está ardiendo por los cuatro costados; las imágenes poderosas muestran una nación que cruje de insatisfacción.
La protesta con picos de violencia ya no sólo está presente en Río de Janeiro o Sao Paulo. Se extendió a 80 ciudades y tuvo particular relevancia en Belo Horizonte, sexta mayor ciudad del país, con unos tres millones de personas en su región metropolitana y una de las seis sedes de la Copa Confederaciones. Allí se viven jornadas de extrema tensión, y unas 15.000 personas se reunieron a protestar en la plaza pública Sete.
La nueva protesta en Belo Horizonte se realizó a pesar de que, horas antes, el gobernador de Minas Gerais, Antonio Anastasia, anunció una reducción del 3,65% de las tarifas de ómnibus en la región metropolitana a partir del 1° de julio.”Brasil despertó y exigimos una clase política que administre y solucione nuestros problemas. Por eso estamos protestando contra la corrupción en Brasil y también por la subida del pasaje en los ómnibus”, dijo el estudiante de publicidad Fernando Vieira, de 22 años, que también resaltó el “empuje” de Minas Gerais en los grandes momentos del país.
El otro tema que surgió es el rechazo a Marcos Feliciano, pastor evangélico y diputado, quien recibió una dura crítica de la multitud en Brasilia. Según citan las crónicas, los manifestantes marcharon hasta el Congreso y se dirigieron al palacio de la Presidencia, cantando “Soy brasileño con mucho orgullo”. La Policía frenó su paso con varias barreras de seguridad. “Hasta el Papa renunció, Feliciano, tu hora llegó”, cantaban los manifestantes, pidiendo la renuncia del diputado y pastor evangélico, que preside la Comisión de Derechos Humanos y Minorías de la Cámara baja y es acusado de homofobia y racismo.
En el centro de la escena están, además, las cuestiones cotidianas. En Río de Janeiro, los trenes destartalados, los ómnibus repletos que avanzan a paso de tortuga en medio de monstruosos embotellamientos, un subte insuficiente para atender la demanda, minibuses clandestinos e inseguros… Bienvenidos al transporte público en Brasil, caro como en el primer mundo y deficiente como en el tercero.
El reclamo por un boleto más barato y un servicio de mayor calidad es una de las principales reivindicaciones de las mayores protestas callejeras en el país en 20 años.”El transporte público es en general deficiente, especialmente en las grandes ciudades, ya que no es capaz de atender la demanda. El pecado original es que no hay suficiente transporte sobre rieles, sobre todo subtes, y sin esto no se puede mejorar”, dijo Marcos Cintra, vicepresidente de la Fundación Getulio Vargas y experto en planificación urbana.Para muchos de los 194 millones de brasileños, sobre todo los más pobres, que no tienen automóvil, viven más lejos de donde trabajan y en zonas donde hay menos opciones de transporte, llegar al trabajo o regresar a casa cada día es una pesadilla. Algo estaba mal, muy mal a la vista de todos y no supieron verlo hasta que la furia estalló.