Sergio Massa lo vio primero. Toda encuesta realizada al respecto advertía que el 86% de la sociedad argentina rechaza cualquier tipo de reforma penal que favorezca aún más al mundo del crimen. Su salida al cruce al proyecto de Raúl Eugenio Zaffaroni de abolir entre otras figuras penales la reincidencia, no fue un exabrupto, sino una calculada acción política. La reacción de Zaffaroni fue la que podía esperarse de este actor devenido, en treinta años de democracia, en el fiel de la balanza del pensamiento dominante en materia procesal penal: soberbia y desprecio. Trató a Massa de ignorante que con su prédica confundía “al zapatero” (léase el ciudadano de a pie), y le apostrofó tal como ha hecho en estos años, intentando dejar como cavernícolas retrógrados a quienes no se pliegan a su diktat, al señalar que “el debate de este proyecto de ley pone a prueba la madurez del sistema político argentino”. Subido a su imaginario trono imperial del pensamiento único, Zaffaroni no tuvo temor a dejar saber que él y sólo él y su coro de repetidores garanticidas establecerán quién es maduro o inmaduro en sus opiniones penales, según se coloquen frente al proyecto de marras.
El auténtico servicio que Sergio Massa le está brindando a la Argentina no es el de un debate más o menos interesante, sino el de dar por tierra con el statu quo que planteaba que enfrentar la dialéctica del zaffaronismo era quedar automáticamente definido como un actor de la derecha política o social. Esa falsa dicotomía se terminó. Por estas horas, voces del sistema de justicia que sólo hablaban en off y en las sombras, asoman a la palestra pública para decir lo suyo. Es el caso del presidente de la Corte de la provincia, Héctor Negri, que en una calculada entrevista concedida al diario La Nación se lanzó a expresar su disidencia con el proyecto: “Yo animaría un debate profundo. No tengo menor duda de que debe de ser modificado. Seguramente nuestro país necesita un Código Penal nuevo, construido con prudencia. En este momento, algunas de las propuestas para reformar el Código Penal me han dejado un tanto perplejo. Como me dejan perplejo, como juez, algunas de las respuestas actuales. Estamos en una materia muy delicada. Una coma varía todo un artículo”.
Negri fue incluso más allá para señalar: “Hay que tener mucho cuidado con los exámenes fragmentarios. El Código es una unidad. Por ejemplo, el tema de la reincidencia. Nosotros, en la Corte, declaramos la constitucionalidad de la reincidencia. No la entendemos como incompatible con derechos y garantías de la Constitución. No existe el agravio constitucional denunciado, pues, el principio non bis in idem no impide al legislador la anterior condena -tomada ésta como un dato objetivo y formal- a efectos de ajustar con mayor precisión el tratamiento penitenciario adecuado para supuestos en los que el individuo incurriese en una nueva infracción legal. Obviamente, las circunstancias de condenas anteriores tienen que hacernos reflexionar sobre las personas que cometen nuevos delitos”.
Graciela Ocaña, por su parte, hoy embanderada con Massa, también metió su bocadillo: “Este señor [por Zaffaroni] es el mismo que no pudo explicar sus incumplimientos fiscales cuando se presentó en el Senado para juez de la Corte”, y lapidaria fue por más: “Tampoco pudo explicar por qué sus departamentos los tenía alquilados para la prostitución”, continuó, en alusión a la causa cerrada por la Justicia en mayo del año pasado luego de que el administrador de las propiedades del juez, Ricardo Montivero, pagó una multa de $ 12.500. Ocaña vinculó ese hecho con la eliminación, en el anteproyecto de reforma, de la figura del proxenetismo.
No sólo se trata de zapateros. El sentido común parece haber hallado finalmente su expresión social, hasta hoy negada.