Los hechos acecidos en Mar del Plata en la jornada de cierre del Encuentro Nacional de Mujeres marcaron una agenda brutal que sumó tensión al momento político que vive el país en vísperas de elecciones.
Si en un café cualquiera de la ciudad estuviese Carlos Pampillón, líder del FONAPA, departiendo con terceros, y se les preguntase a los parroquianos “¿conocen ustedes al señor de esa mesa?“, difícilmente hallaríamos a alguien que lograra identificarlo. No obstante, las líderes del grupo que llegó a las puertas de la Catedral pudieron enfocarse en él de inmediato. Resulta curioso, o como mínimo un juego de a dos con el objetivo de sembrar el caos.
La conversación sostenida entre el párroco de la Catedral de los santos Pedro y Cecilia y el secretario Adrián Alveolite, en la que este último le expresó al primero su incapacidad para actuar desde la comuna a favor de un criterio de orden, dejando por tanto librada a su suerte a la Catedral y sus feligreses, es reveladora de la falacia que sustenta el Ejecutivo comunal con la denominada policía local.
Las acciones desplegadas en el cruce tenían un objetivo básico: el caos. Una de las organizadoras del encuentro, Laura Rouco, entrevistada en la 99.9, una y otra vez se desligó de toda responsabilidad por los desmanes, señalando que se trató de un pequeño grupo, del cual, apuntó también, se había oído previamente el rumor de que actuaría contra algún edificio de la Iglesia católica.
Ahora bien: si, como afirma Rouco, existía previo al cierre el rumor de la movilización a la Catedral; si, como han señalado distintos actores políticos, era esperable la violencia porque ya se habían vivido similares acontecimientos en otras provincias, ¿es posible que a nadie -léase Gustavo Arnaldo Pulti, Fernando Telpuk, Fabián Uriel Fernández Garello- se le ocurriera que había que trabajar para impedir lo que finalmente sucedió, y que debieron soportar, entre otros, en términos físicos y personales, un pequeño grupo de funcionarios de la Policía de la provincia de Buenos Aires -jefe y subjefe departamental inclusive-?
Según narró el párroco Gabriel Mestre, desde las cuatro de la tarde se vivieron en la Catedral momentos de zozobra, y los feligreses de la misa de las 18 debieron salir por una puerta que da a calle Rivadavia, porque no pudieron salir por el frente. En el interior había confusión y miedo, y el cuadro lo completaban los policías agredidos con excrementos que lanzaban las participantes al encuentro, entre una gritería insoportable que condenaba a la Iglesia como el equivalente contemporáneo del Proceso.
Es obvio que el objetivo de tal movida fue vincular al candidato de Cambiemos, Carlos Fernando Arroyo, con la figura provocadora de Pampillón, explicado por el nada sutil detalle de que no hubo un solo policía local. No fue una explosión de ira; no fue algo que simplemente “ocurrió”: fue una deliberada accion política que colocó al agente provocador en el lugar de los hechos, para justificar la violencia desatada con coreografía perfectamente orquestada, lo que luego daría espacio a esa catarata de inexactitudes periodísticas nacionales, que insistieron durante días en que “el Encuentro Nacional de Mujeres en Mar del Plata terminó en represión”.