La sociedad marplatense sufre desde hace cuando menos cuatro décadas la apropiación impúdica de su poder expresado en las urnas por parte de un empresario convencido de que es el dueño de la ciudad. Un sujeto que ha afirmado ante empresarios interesados en invertir en Mar del Plata: “no te preocupes, dame el veinticinco por ciento de la sociedad y ió te garantizo al intendente y al concejo deliberante”.
Florencio Aldrey Iglesias ha mancillado la democracia en nuestra ciudad sistemáticamente. El ex director periodístico del diario El Atlántico, “Coqui” Gastiarena, solía afirmar que algún día a Iglesias ya no le alcanzaría con manejar a los políticos y ficcionaba diciendo que éste se haría hacer una fellatio por el intendente de turno en la plaza Colón para que no quedaran dudas de su poder.
Carlos Fernando Arroyo es el primer intendente digno desde Ángel Roig que se planta en su lugar y dice nones a la idea de someterse ante un poder faccioso y extorsionador que maneja la ciudad porque somete a la política. La situación en torno al nombre de la concesión pública de la ex Estación Terminal Sur es un claro ejemplo de lo que está en debate. No un cartel, o carteles. Es la misma esencia de dónde está en poder en democracia.
En esta idea o predicamento hay, aún dentro del gobierno, visiones contrapuestas y gente que, como Groucho Marx, tiene unos principios, pero bien puede tener otros. Algo de eso se vivió la semana que concluye cuando ingresaron al despacho comunal Alejandro Rossi, Marcos Cabrales, y el escribano Gustavo Crego, introducidos por el abogado Andrés Barbieri. Sí, el mismo abogado que fue señalado como partícipe necesario del decisorio del juez administrativista Simón Isach que dejo sin argumentos a los socios del shopping ante la pretensión del estado de retirar los carteles y toda denominación que señalara el emprendimiento como “Paseo Aldrey” en vez de su designación correspondiente: “Paseo Cultural Terminal Sur”. Isach es un sujeto integro, aunque un tantillo descuidado de su fama y honor. La relación personal con Barbieri llevó a la charlatanería de un fallo a medida por instancia del abogado, que hoy es aspirante a ocupar un sillón como juez de faltas por solicitud del intendente.
En una curiosa voltereta de roles, Barbieri solicito la reunión a la que concurrieron los socios del anciano de Lugo y el escribano citado para ver de acercar posiciones. El inicio no fue precisamente agradable ya que se le atribuye a Barbieri decir: “bueno acá estamos a ver si dejamos de bajar carteles o subir carteles”. Arroyo, de brazos cruzados en su escritorio, por toda respuesta lo miro a Alejandro Rossi y expreso: “bueno, Rossi, hable usted, lo escucho”.
El empresario entonces expuso una larga lista de inconvenientes que atraviesa la sociedad comercial por las diferencias con la administración: marcas que no quieren renovar y alquileres impagos por baja de facturación atribuida a la mala fama que acarrea el enfrentamiento con la comuna. Y un interrogante dirigido al intendente: “¿van a sacar la estatua de Botero para llevarla a la plaza del milenio?”. La respuesta fue concisa: sólo se hace lo que marca la ley y nada más que eso, como corresponde.
La pregunta viene a cuento de un procedimiento que hay en marcha para que se cumpla el cargo de donación de la estatua de Botero que hoy está en la plazoleta entre el edificio histórico y el shopping. Y no habrá marcha atrás. Alejandro Rossi se llevo de esto una impresión concreta, que trasmitió a Aldrey.
No le creen, y están observando su conducta, léase el comportamiento del diario. Iglesias se enoja y ruge perorando sobre la libertad de expresión. Quizá haya que escuchar a Morena Rial y advertir que confunden Aldrey y otros expresión con extorsión. No es un cartel: es el cetro y la corona, es la diferencia entre ser ciudadanos o siervos de la gleba.
Parece que al fin hay algún gozo entre tantas sombras.