El ex agente de Inteligencia de Camps, Fabián Uriel Fernández Garello, debería agradecerme: sabe que me debe la visita del procurador general Gerardo Conte Grand. Me la debe porque la presencia de Conte Grand, que Garello pretende exponer como una acción de apoyo a su persona y a su continuidad en el cargo, es fruto malicioso de la última entrevista que le realicé al abogado Roberto Cipriano, integrante de la Comisión Provincial de la Memoria. En esa entrevista, señalé algo que resulta obvio de toda obviedad: que el único Departamento Judicial que Conte Grand aún no había visitado era el de Mar del Plata. Pasaron horas nada más para que el Procurador se hiciera presente, y Garello, como niño en Reyes, lo exhibiera bajando el mensaje en imágenes -que suelen confundir a distraídos y lelos- de “acá estoy; el Procurador me banca”.
La respuesta de Conte Grand a la apreciación en la entrevista revela que hay otros intereses en juego, en los que Garello es apenas un peón. Cipriano fue claro: ni la jueza Arroyo Salgado ni la jueza de Morón han dado elemento alguno que desvincule a Fabián Uriel Fernández Garello; es más: sostiene que han sumado elementos de cargo en su contra, por su accionar malicioso en los años de la dictadura. Sólo eso debería ser motivo para separar preventivamente a un fiscal general que acumula fracasos en hilera. En estos tiempos de “Ni una menos”, debemos recordar que en Mar del Plata, dieciocho mujeres fueron asesinadas en los años en que Garello se hizo de la Fiscalía General, que ninguno de esos hechos fue esclarecido, y, tristemente, recordado.
Antes de que la mujer que se prostituye fuera considerada alguien “que no sabe lo que hace”, que no comprende su estado en la vida; antes de que la ley y los actos de la justicia dijeran que la mujer que se prostituye sólo puede comprender su situación cuando las psicólogas del Estado se lo hacen saber, los crímenes de Mar del Plata se rotularon como los de “las prostitutas asesinadas”, manto suficiente, al parecer, para dar impunidad a esos crímenes. Ese accionar debió significar material insoslayable para apartar a Garello de un cargo que ahora, por si lo descripto fuera poco, no puede ocupar un ex agente de Inteligencia que sirvió a Camps.
Los informes que Fabián Uriel Fernández Garello confeccionaba iban a la directiva general de la DIPBA, que alimentaba la cacería en los años en que Etchecolatz era el brazo ejecutor del mal en el territorio bonaerense. Es tan atroz el perfil de estos sujetos, que en el caso de Etchecolatz, como surge de distintos trabajos periodísticos esta semana, su propia hija -que se cambió el apellido- marchó en contra del 2×1, aseverando que del “monstruo”, las primeras víctimas habían sido sus propios hijos.
¿Qué vino a proteger Conte Grand? ¿Qué mensaje oscuro hay en esa botella? Los acuerdos y secretos que vienen de los años de la dictadura llevan a que, por caso, ninguna de las organizaciones o personajes que interactúan en Derechos Humanos en Mar del Plata se pronuncien debidamente. Silencio de tumba en boca de Fernanda Raverta, José Luis Zerillo, Marcos Gutiérrez, y de las organizaciones en su conjunto, que callan sistemáticamente.
Interrogantes intensos de un pasado que, paradoja temporal, insiste en decir presente.