El pasado 2 de enero —primer día hábil del año—, quebrado por la fuerza del viento, se cayó el semáforo de Independencia y Bolívar. Uno más y van… En 2024, probablemente se haya alcanzado una cifra histórica de semáforos caídos, tanto por el impacto del viento, como en situaciones donde no hubo condiciones climáticas intensas.
Es claro que el gobierno municipal no tiene política alguna de mantenimiento ni para los semáforos, ni para los postes de alumbrado y que la situación con el arbolado es muy complicada sin que se adopte al respecto ninguna acción. Ese semáforo en particular, había recibido un tratamiento cosmético: lo habían pintado «a nuevo». Nada de fondo, ya que nadie en el staff municipal parece saber nada sobre cuestiones tales como el estado de los materiales, su integridad estructural, la incidencia de su tiempo de uso ni sobre el nivel de fatiga de los materiales.
Es obvio que la ciudad está atravesando un período climático complejo con situaciones de fuertes vientos que se dan casi a diario por semanas, pero no es que haya vientos huracanados. Según las crónicas publicadas, dos personas estuvieron a punto de ser aplastadas cuando se cayó el semáforo en cuestión. Es válido el interrogante: ¿esperan un muerto? ¿Dos?
El mismo día de este incidente, se hacía viral un video que muestra la mugre, el abandono y la fauna que abunda en la Bristol, que alguna vez fuera la postal emblemática de la ciudad. Al respecto, el municipio cabildea hace seis años sin tomar decisiones sobre ese punto de la costa, decidiéndose por un atajo para no tener que resolver presentando una denuncia penal cuando hay potestad municipal para erradicar esa vergüenza.
Obviamente se trata de un problema político, y no se trata de cómo reaccionará la sociedad en general sino cómo va a reaccionar Ladrey, quien muerde un pedazo de ese negocio que mueve millones, ya que esa feria nació cuando los hermanos César y José Lencina cerraron su instalación allí luego de una reunión en el Hermitage que apadrinó el fallecido dirigente de la UOCRA, Jorge Trujillo.
La coartada para cambiar el rumbo de la conversación pública se dio con la publicación del espantoso video de los empleados municipales enredándose con los «trapitos» acompañado por un mensaje en términos soeces por parte del propio Montenegro. Como es de estilo, el MTE —gerenciador de miserias humanas para hacer negocios— se indignó completando el cuadro que llevó a un debate que no es el que apropiadamente hay que dar. Hace ya años que señalé que es absurdo referirse a quien está con un trapito parado en la calle como un «trabajador». No lo es. Dicho esto, hay cosas que hacer y en eso es importante cuidar los modos. La forma de exponer estas situaciones no debe ser reduciendo la acción del Estado al nivel de una patota burda y mal entrazada.
El destino de muchos compatriotas ha quedado sellado en los últimos años de prohijamiento por el consumo de drogas y la destrucción de la educación, a lo que se suma la validación sistemática de la delincuencia por parte de la Justicia. No es el modo correcto de hacer las cosas. La dignidad de los procedimientos hace a la dignidad de las personas y del Estado, en representación de todos nosotros.