En la edición pasada, valoraba el accionar de Inspección General en la barriada del puerto buscando ordenar la venta en la vía pública. Señalaba también, que bien podían darse una vuelta por Independencia y Luro. Efectivamente ocurrió: la semana hubo un operativo que dio lugar a una situación escandalosa en la que un joven se violentó con los inspectores municipales y con la policía presente en el lugar.
La trifulca que provocó el joven hijo de un antiguo vendedor ambulante se transformó en el cotilleo del día. El video que se tornó viral mostraba al joven en cuestión a los empujones con los agentes municipales y los funcionarios policiales, a los gritos de “déjenme trabajar, no se me lleven la mercadería”.
Pero el video fue sólo un recorte de los hechos. Al día siguiente, en los despachos municipales, de lo único que se hablaba era sobre si se debió o no hacer el procedimiento ya que, estando a sólo un tiro de piedra de la PASO, el mismo podría influir en la decisión de voto. Como parte de los argumentos, se sostenía que no hubo comentarios a favor del accionar de los agentes del estado en las redes sociales.
Craso error de análisis: hay siempre una emocionalidad confusa en Argentina frente a la acción del estado. Se pide orden y respeto pero, cuando se acciona en busca del mismo, indefectiblemente se desata una algarada mayúscula. La sociedad, en esto, es un tantillo histérica. Dos cuestiones deben analizarse: ¿Corresponde que la municipalidad controle y cuide el uso del espacio público? Sí, corresponde. ¿Están los agentes públicos debidamente preparados para hacerlo? No, no lo están, y eso quedó bien claro en este episodio.
El joven en cuestión es hijo de un vendedor callejero de los más antiguos. Cuando se insolentó con los inspectores municipales, éstos se comportaron de igual modo que el trasgresor. Los policías no atinaban a actuar y, cuando lo hicieron, se trenzaron a las piñas como en una riña callejera, sin capacidad alguna de paralizar el accionar violento del joven. A uno de ellos se le cayó el handy en la calle. A otro, se lo veía con una Itaka en la mano, ¿para qué?
Lo más triste es que, pasadas apenas unas horas, el puesto de venta volvió al mismo lugar. Venta callejera hay en todas las grandes ciudades del mundo y en todas en algún momento hay tensión o, como ha ocurrido por ejemplo en Barcelona, riñas callejeras tremendas. A diferencia de otros lugares, en Mar del Plata existe un canal institucional para ordenar esta situación.
Una anécdota para entender el contexto: en el mes de mayo, en la ciudad de Nueva York, en la intersección de la calle Broadway y Watts, en un área que se caracteriza por la venta callejera de la comunidad china, se hizo presente un grupo de vendedores de raza negra. Se trataba de inmigrantes africanos, los cuales se ganan el dólar de ese modo (igualito a mi Santiago). Llegaron al poco tiempo 25 policías que bajaron de dos VAN. Un sargento se puso frente a ellos, levantó la mano derecha y dijo: “five minutes”. Momentos después, no quedaba nadie en el lugar.
Se trata de autoridad. No es tan complejo de entender.