Los términos que los humanos empleamos nacen de la cultura, de los actos que no supimos cómo se llamaban y que, por medio de la palabra, los transformamos en algo que todos podemos comprender. Los historiadores coinciden en ubicar a la revolución francesa, con su proclama de libertad, igualdad y fraternidad —una proclama que nunca se hizo efectiva— como el origen de los movimientos feministas; aún cuando el código napoleónico, que incorporó al código civil los derechos proclamados por la revolución, excluyó taxativamente el reconocimiento de dichos derechos a la mujer.
El ideario del feminismo actual es hijo de la revolución bolchevique y su impronta que recoge diversas luchas femeninas tales como la de las sufragistas británicas y estadounidenses. En años recientes, la agenda muto a temas como el derecho al aborto, la igualdad de ingresos, y el fin de la presión sexual como instrumento de poder sobre las mujeres. ¿Qué tiene esto que ver con la triste vida y la penosa muerte de Lucía Pérez?
Para hablar de Lucía hay que hablar de su dolorosa, corta, e inmensamente sufrida niñez y adolescencia. Porque Lucía era adolecente, su vida no ha sido explícitamente expuesta ni el fallo judicial, ni en estas columnas por pudor y piedad. Quienes agitan su nombre como bandera, quienes escriben asumiendo su nombre, quienes hacen arte en su supuesta representación no reivindican su historia ni las denuncian las circunstancias reales que la llevaron a su muerte. Lo que hacen es cosificar a Lucía y transformarla en un objeto, en la imagen de sus propias luchas e intereses.
Quien inició la cosificación de Lucía Pérez fue la fiscal María Isabel Sánchez, en la conferencia de prensa en la que expresó un horrible crimen que nunca existió. Y quien continuó la cosificación de Lucía, fue la gobernadora María Eugenia Vidal, cuando en la séptima conferencia de jueces en la Plata destacó a Sánchez como ejemplo de mujer en la justicia. La gobernadora señaló: “en esta mujer está la justicia que no se ve”. Vidal se manejó de esta manera inspirada únicamente por los títulos que surgieron de los dichos con los que Sánchez instaló ese horror que sólo ha existido en su mente. La gobernadora no poseía información cierta al respecto del caso a pesar de que, para ese momento, en Mar del Plata ya existían suficientes evidencias como para concluir en lo que ahora sabemos más allá de toda duda: que la fiscal sólo imaginó, fabuló, y mintió en la infame conferencia de prensa que llevó el nombre de Lucía Pérez al centro del movimiento me too a nivel local y nacional.
Quienes luego ampliaron la cosificación de Lucía fueron sus padres a través del silencio alrededor de la figura de su hermano. Una familia disfuncional de negadores que explica más su muerte a la tempranísima edad de dieciséis años que toda la ciencia médica. Explica más que los whatsapp de Lucía y su frenética vida de drogas y cuerpos jóvenes, y que su aborto certificado a los catorce años en hospital público —un tema que sólo pueden explicar sus padres —.
Tal como se asevera en los textos filosóficos, a diferencia de la objetivación, la cosificación se manifiesta en el fetichismo.
Humanicen a Lucía, no abusen de ella transformándola en un fetiche acorde a los objetivos de los colectivos políticos y sociales para así justificar sus acciones públicas.