En la encuesta que realizaron Mauro Palumbo y su equipo la noche del 8N en las calles de Mar del Plata, sobresalió un reclamo: seguridad. No fue un reclamo de clase, porque la seguridad que no está presente en ningún barrio; en aquellos denominados tradicionales, o en los que habitualmente se denomina la periferia, el escenario es el mismo.
La muerte por apaleamiento (no linchamiento) de Roberto Andrés Romero, ocurrida en el barrio Belisario Roldán la pasada semana, puso en el escalón más alto una situación ya de por sí insostenible de violadores, abusadores y criminales liberados a diario por un sistema garanticida, que condena al buen ciudadano a la degradación en su calidad cotidiana de vida. No sabemos quién fue o qué hizo en y con su vida Romero, aunque se señala que había sido expulsado de su hogar por su esposa, a quien sometía a violencia constante, y que por ello pasó a vivir en casa de su madre, quien ya estaba agotada de lidiar con él.
La crónica inicia y se detiene en un breve y fatal momento, cuando Romero toma a una niña de 5 años y la lleva a un descampado para violarla. Nada hay y nada casi seguramente se sabrá de quién o quiénes lo mataron luego de encontrarlo a punto de cometer el abuso sobre la niña, tal como ya ha argumentado el fiscal Pablo Cubas, al señalar que “va a ser muy difícil esclarecer el hecho, porque nadie quiere hablar en el barrio, todos están de acuerdo con lo ocurrido”. El argumento no deja espacio para dudas: ante la suposición de la posible ausencia de la vindicta pública, la justicia por mano propia se impuso con su lógica implacable.
El asesinato por apaleamiento de Romero llevó a extremos visibles el estado de emoción violenta que casi a diario se vive en nuestra sociedad, violencia engendrada por la negación de su existencia, aduciendo que lo que mata es “la sensación”.
Vecinalistas de los más diversos barrios denuncian violencia, disputas a tiros, muertos en enfrentamientos cotidianamente. No hay reacción. A todo se contesta con un relato. Los medios de corte y pegue gacetillas en la ciudad replicaron un comunicado de la comuna que apunta: “La actividad del centro de monitoreo permitió el esclarecimiento de 30 hechos desde que inició su funcionamiento”.
¿Cuáles hechos?, ¿ocurridos en qué barrio, qué calle?, ¿perpetrados por cuántos delincuentes, con cuántos detenidos?
Nada. Todo es el relato. En tanto, los hechos se suceden y la venganza por mano propia ya se ha desatado, ante el estupor de los actores públicos del sistema policial/judicial, que no atinan a dar respuesta cierta. Si se tomasen el trabajo de ver las expresiones que han volcado lectores de diversos medios sobre el hecho puntual de Belisario Roldán, advertirían que, en el perfil social más primitivo, el olor de la sangre llama a más sangre. Soberbios, en cambio, aupados por sus fantásticos salarios públicos que perciben puntualmente, desde su burbuja de placer nada los mueve a prestar atención.