El uso del discurso es un arma fenomenal que posee y distingue la condición humana. El habla, más que el caminar erguidos, nos separa del resto de los seres vivos y nos destaca en la evolución de las especies. Es un arma esencial, da lugar a lo más bello y también a lo más tremendo. El Bhágavad-guitá, la Torá, la Biblia, el Corán, Mein Kampf o el Manifiesto Comunista; todo surge del pensamiento, se refleja en la palabra, y se expresa en un discurso. Y de ahí su relevancia como recurso connotativo y como instrumento de poder.
Descaracterizar al otro, etiquetarlo, es un recurso empleado desde siempre para justificar lo peor. Hitler, Stalin y tantos otros usaron la palabra para descaracterizar al otro y asesinar millones. En nuestro país, la palabra también condujo a la muerte de miles. Hoy, la palabra también es un instrumento que permite justificar lo injustificable a como dé lugar. Hay un ejemplo en esta comunidad que hoy expone el uso de la palabra para justificar acciones desdorosas desde el Estado. Recientemente, en el ejercicio de esta profesión, me he referido con mirada crítica a la conducta pública y funcional de José Luis Zerillo, quien ocupa la Secretaría de Derechos Humanos comunal. Zerillo llegó a la función pública aupado en su relación con Roberto Atilio Falcone, con César Sivo, y con Daniel Adler, un trío al que he dedicado -y seguramente seguiré dedicando- una mirada microscópoca sobre sus conductas públicas, que impactan de lleno en esta comunidad.
Zerillo elige no dar respuesta a mis dichos sobre su conducta funcional y pública, en tanto elige ignorar la conducta ajena a derecho del fiscal general de Cámaras Daniel Adler, denunciado por incoar falsas denuncias ex profeso. Zerillo elige no dar respuesta a mis afirmaciones sobre la relación del abogado “estrella” de los Derechos Humanos en esta ciudad, César Sivo, con el tenebroso mundo del narcotráfico. Jorge Rafael Videla, interrogado alguna vez sobre los desaparecidos, respondió: “lo que se ignora no existe”. Zerillo, como Videla, elige ignorar. Y cuando responde, lo hace desde el insulto. En referencia a su conducta como funcionario, Zerillo responde por su Facebook, y dice: “Me cuenta un amigo que José Luis Jacobo me pega en su pasquín, tergiversando mis declaraciones. No me sorprende: la derecha siempre pidió que los problemas sociales se solucionen con el derecho penal, el sistema punitivo creado para sancionar conductas, resolviendo el hambre, la indigencia… Cómo les gusta la represión del Estado, que la quieren usar para todo. Cuando veo quiénes me critican, refuerzo mis argumentos”.
Varias cuestiones: primero, jamás tergiversé a Zerillo. No estoy de acuerdo con su actitud sesgada en el entendimiento de lo que a derechos humanos se refiere. No creo que los chicos pobres deban alimentarse de la basura, porque es la única alternativa que les dejamos. No creo que el derecho de quienes cometen crímenes esté por encima del que les corresponde a las víctimas o a sus deudos. No creo que sea correcto cuestionar al ciudadano de a pie que teme por su vida, su patrimonio, sus hijos o sus padres, tratándolo de discriminador porque ante determinados actores sociales, tema e identifique posibles peligros.
Tratarme “de derechas” es claramente un acto discriminatorio, que busca, desde el lenguaje, identificarme con aquello que el imaginario colectivo individualiza como malévolo, reaccionario y criminal. A Zerillo lo cubre el aparato de propaganda del intendente Pulti, su jefe político, un aparato que, tal como insistía el jefe de propaganda nazi Joseph Goebbels, tiene el solo propósito de conquistar a las masas, y que todo lo que contribuya a ello es bueno, y todo lo que se interponga es malo.
Y bueno, seré el mal entonces. Porque voy a seguir interponiéndome.