Todo empezó -así lo indica la historia contemporánea- en los Estados Unidos en 1920. En la ciudad de Nueva York, un inmigrante italiano, Carlo Ponzi, armó un esquema de ganancias que daba retornos del 100% del capital invertido. No era, para nada, un tipo de estafa novedoso: ya había ocurrido, pero esta vez fue tan alto su éxito (la cantidad de damnificados), que se instaló como el modelo clásico de la estafa.
Las características de esta clase de estafa son: promesa de altos beneficios a corto plazo, obtención de beneficios financieros que no están bien documentados; está dirigido a un público con poco conocimiento financiero, y siempre se relaciona con un único promotor o una única empresa. Por estos lares, esta estafa piramidal suma un nuevo capítulo, esta vez llevado a cabo por el presentador radial Daniel Viglione, que con su huida ha conmocionado a nuestra comunidad, luego de agotar el tiempo del engaño. Su espacio de radio, en el que “asesoraba” sobre el mundo de las finanzas, se denominaba “Economygeeks”, lo que debió servir de advertencia, ya que “geeks” es un acrónimo anglo para Economía de Gekko, en mérito al personaje de Wall Street Gordon Gekko, corredor de bolsa popularizado en el film de Oliver Stone, interpretado por Michel Douglas, que encarnaba a un tipo inescrupuloso del mundo de los negocios.
Justamente, el personaje de Douglas lanza, en uno de los momentos más interesantes de la película, tremenda parrafada sobre el porqué del éxito de estos personajes: “El punto, damas y caballeros -dice Douglas encarnando a Gekko- es que la codicia, a falta de una palabra mejor, es buena. La codicia es correcta, la codicia funciona. La codicia clarifica, atraviesa y captura la esencia del espíritu evolutivo. La codicia en todas sus formas. Codicia por vida, por dinero, por amor, por conocimiento, ha marcado la oleada ascendente de la humanidad, y la codicia – tomen nota de mis palabras – salvará a este país (EEUU)”.
La codicia no alcanza con tener dinero: hay que hacerlo producir. Al conocer esta noticia sobre lo ocurrido con Viglione, pensé: “otra pirámide de Ponzi”. Sí, otra vez; como los que le dieron su plata al “ingeniero” Zaqueo, o a Curatola, del cual su representante, Carlos Melara, ex presidente de Aldosivi, solía decirme “esta es una operación sanita, bien sanita”. Sí, “sanita” hasta que, como ocurre sistemáticamente, por un factor externo la cadena de aportantes se interrumpe y la mentira se termina. Lo que desarmó la cadena de aportes en el esquema de Ponzi que llevó por 14 años este lugareño aprendiz de Gekko, imitador menor de Bernard Maddoff, fue el blanqueo lanzado por el Gobierno para aquellos que atesoran efectivo en cantidades menores. Ahí, de la mano de la normalización de la economía, empezó el problema.
Una buena fábula siempre necesita actores de reparto. La ilusión argentina de que siempre en otra parte del planeta está lo mejor, le permitió a Viglione consolidar una imagen de seriedad, respaldada con socios internacionales, o tal como él los llamaba, el “equipo Nueva York”. Esto publicaba en su página Economygeeks: “Gracias a mis amigos en Londres, Fernando Prioletta, en Suiza, Gracia Bodelón, en Estados Unidos Pablo Mozo, en Venezuela Paulina Gamus. Ustedes forman parte de un equipo excepcional que vamos conformando, y que seguramente seguiremos ampliando. Desde Mar del Plata, capital del turismo de los argentinos, les envío un cordial saludo con el afecto de siempre, Daniel “Cacho“ Viglione.”.
La causa por la estafa de Curatola está sin novedades desde 2007. Viglione desapareció; un mes antes se fue su mano derecha, María Larsen, aduciendo trato despótico y pérdida de fe. Nada nuevo, tristemente. Hace años, mi padre, que era chofer de la empresa Peralta Ramos -conducía el interno 11 de esa compañía-, cuyo dueño era Ángel Feo, presenció en primera fila intensas negociaciones, porque Feo, ya un hombre mayor, quería vender, y pedía un monto que en principio era alto para el tipo de unidad, un Dodge 400 carrocería el Detalle. Un cierto día, luego de largo debate por el precio, papá intentaba reflexionar con el patrón: “Don Ángel, ¿no es muy caro lo que pide? Mire que la oferta era buena… ¿y si no hay otra?”. La respuesta fue digna de un tratado de negocios: “No, José, no se preocupe: todos los días nace un tonto”. Así es.