La intendencia de Guillermo Montenegro va camino de ser un tiempo perdido para los marplatenses. La ciudad no atina a su suerte. La elección fue en negro y blanco, eso está claro. No obstante, hay un tópico en el que Montenegro se había comprometido y es, claro está, el de la seguridad.
En esa área naufraga en las aguas turbias de la incapacidad, de los registros oscuros del proceder de los funcionarios, y de las designaciones cuestionables. Iniciaron por dejar a su suerte a la policía local, rama de la fuerza de seguridad provincial a la que debe proveerse de sostén, aunque más no sea, para la flota de vehículos.
Sin embargo, la detonaron. De 22 vehículos, 20 estaban funcionando correctamente al 10 de diciembre de 2019. Hoy, sólo 7 están en servicio. El personal debió recuperar los uniformes originales —los que les dieron el mote de “pitufos” — porque no les proveen la ropa. Los reclamos se suceden a diario, y el enfrentamiento a tiros en pleno barrio San José ocurrido esta semana marcó un punto alto en el abandono de los vecinos a su suerte.
Este distraído grupo de veraneantes sólo ve lo que advierte el turista: el sector costero y los paseos públicos, en donde las cámaras del COM hacen patrullaje visual de continuo. Así, allí se dirigía el intendente —con la infaltable cobertura de los medios amigos — a pedirle a los vecinos que no transiten, y que no hagan surf ni ningún otro deporte de agua, perpetrando el acting de “te estoy cuidando”.
En los barrios, mientras tanto, se dan los “picaditos” de fútbol sin que autoridad alguna se inmute por ello. Ahí, las cámaras del COM no patrullan. Quizá presionado por la publicación creciente del desvalor que implica no estar a la altura de lo esperado, buscaron generar un complemento, creando una patrulla municipal integrada con vehículos de secuestro, un dislate jurídico total. Las unidades ni siquiera tienen la VTV y para colmo, al frente de las mismas, se ha empoderado a un cuestionadisimo agente municipal.
Carlos Sale, alias “el turco”, es un afiliado radical que se pasó con abastos al kirchnerismo, de trato con la facción de Fernanda Montoto Raverta. La mención de su nombre trajo un sinfín de datos a este medio, señalando que el designado por Oroquieta en esa aérea fue inspector en el área REBA, de las cual fue separado porque, a su paso, generaba más ruido que una miríada de maracas caribeñas.
Carlos Sale fue enviado a desempeñar tareas en los tribunales de faltas, donde protagonizó un sonado hecho en el que se enfrentó a los gritos con uno de los delegados del intendente para la aplicación de multas por infracciones comunales —más conocidos como “jueces de faltas” —. De ahí, lo trasladaron al distrito descentralizado El Gaucho. Es muy interesante la línea de tiempo que vincula a Carlos Sale con Darío Oroquieta y la denuncia de Miguel González, secretario general de la Federación Nacional de Conductores de Taxis —con imágenes y en primera persona — al respecto de un mecanismo en el reten de Autovía 2 que funciona como aduana interior —léase, en criollo, un punto de corrupción a vista y paciencia de las autoridades —. Estos son los veraneantes que, con cuidada distracción, sólo vigilan a los que salen a pasear por la costa de la ciudad.