No es poca cosa que el papa Francisco se retrate junto a un sujeto de la catadura moral del fiscal general de Cámaras Daniel Adler compartiendo sonrisas, o que su vocero sea el titular de La Alameda, Gustavo Vera. Es ciertamente desconcertante que el hombre que ocupa uno de los sillones de más poder para la Humanidad devenga, en sus actos más terrenos, en aupador de personajes cuanto menos inquietantes. O siniestros.
Ninguna otra calificación que siniestra puede caberle a la conducta de Daniel Adler, quien, a sabiendas, envía gente a prisión sin el sustento correspondiente, como ocurre en el contexto de la denominada “causa CNU”. Y las historias siguen: en 2007, un funcionario de la Fiscalía General de Cámaras renunció y buscó un nombramiento en la justicia provincial por diferencias irreconciliables con Adler. Motivo de las diferencias: el funcionario, novel letrado a la fecha de los eventos, había elevado un dictamen que indicaba que, basado en la prueba colectada en el capítulo marplatense de los Juicios por la Verdad llevado adelante en el TOF, no existían elementos que permitieran alegar la existencia de crímenes de lesa humanidad. Airadamente, con modos desaforados e inapropiados, Adler le exigió un nuevo dictamen, uno que señalara lo que él necesitaba. Ese dictamen finalmente se lo dio Claudio Kishimoto, al igual que el dictamen que permite hoy, luego del jury en el fuero provincial, mantener abierta la acusación contra Pedro Federico Hooft, ampliada a todos los ex funcionarios provinciales de esos años.
No voy a entrar en la polémica al respecto del Papa; soy irrelevante en dicho debate. Sí me permito señalar que Jorge Bergoglio no puede actuar en las cuestiones de la política argentina del modo que lo hace, por medio de Vera. Gustavo Vera y su organización La Alameda son, en los hechos, una organización de inteligencia paralela que actúa en dos frentes: trabajo esclavo y trata de personas, aspectos que, expuestos ante la sociedad, despiertan los sentimientos e intenciones más nobles. ¿Quién no se indigna al saber y ver que hay personas que por un salario misérrimo trabajan horas y horas en un sistema de cama caliente para firmas que luego venden sus productos por cientos de miles con ganancias astronómicas? O ante la trata de personas, un mal que se extiende por el planeta y que lleva a confusiones tan grandes, que la organización Human Right Watch ha señalado que tanto la trata como la prostitución por la libre definición de los individuos ameritan un debate diferente?
Vera toma inmensa significación, toda vez que no sólo es expositor en el cónclave global que el Papado organiza, sino que es quien ocupa la voz de Francisco cuando se trata de desmentir a Hebe de Bonafini, cuando esta atrevida y mala persona pone en boca de Bergoglio una frase que indicaría que el Pontífice ve al país en una situación similar a la que estaba después de la Revolución Libertadora del ’55. Jamás me atrevería a opinar sobre la encíclica Laudato si, tarea del heredero del trono de San Pedro, que bien me excede. Pero sí puedo manifestar que Jorge Bergoglio camina por las calles de los comunes en cuestionables compañías, y eso, se sabe, suele traer malas consecuencias.