No será un verano político; no hay campaña con vistas a 2018, pero de todos modos habrá intensidad política en las playas y en la ciudad misma, porque el campamento de Cambiemos no se da tregua a sí mismo. El apoyo es a la ciudad, en tanto se vive la paradoja de la frialdad del trato que la gobernadora María Eugenia Vidal le prodiga al intendente Carlos Fernando Arroyo.
Estuvo casi al borde la grosería social cómo la Gobernadora destrató al intendente, que además quedó mal parado en la foto de circunstancia por un manejo de situación y lugar que desbordó a Gabriela Magnoler, titular del Emtur. Quien mire la foto del acto de lanzamiento del programa de apoyo a Mar del Plata en esta temporada, puede hacer una rápida y precisa lectura de lo que aconteció. Y eso que no se vieron otros gestos que en esta comunidad son irritantes, como los que ponderó en alto lugar para su corte el titular del multimedios La Capital, que como niñato se solazaba con que a él la Gobernadora le había regalado un “¡Florencio, qué tal!” más dos besos en las mejillas, a la usanza española.
Estos modos y formas traen ramalazos fuertes hacia adentro de la coalición, y uno de estos días van a provocar un desajuste que los dirigentes del PRO en Cambiemos van a lamentar. Gabriela Magnoler está en la cuerda floja; sólo la bonhomía del intendente evita hasta ahora que salga eyectada del cargo. Su conexión con los estamentos provinciales, su decisión de no invitar al Gabinete municipal en la recepción de Vidal en el Torreón del Monje el pasado lunes 13 y el poco feliz manejo de sitiales al momento de la presentación, hacen a un mar de fondo complejo y poco auspicioso para la dama.
El municipio vive horas exultantes por el triunfo político que ha significado poner en línea a los dirigentes del Sindicato de Trabajadores Municipales, que en su mayoría han retomado sus puestos de trabajo o solicitado, como corresponde, la licencia gremial. Excepción hecha de Antonio Gilardi, que solicitó licencia por enfermedad y cavila entre vestir el uniforme de Tránsito y salir a la calle a controlar estacionamiento y tránsito, o pedir la licencia luego de años de vivir sin prestar servicio alguno como contrapartida por los salarios que se metió al bolsillo.
La División Conejo Negro halló el mago que provoca lo imposible. Ningún otro dirigente político se hubiera atrevido a hacer lo que llevó adelante Carlos Fernando Arroyo: que estos vergonzantes aprovechadores de la cobardía política imperante trabajen o tomen licencia gremial. Obvio es que en este esquema de cambio, hay una figura también protagónica que es el secretario de Hacienda Hernán Mourelle, quien con la candidez del no advertido, al mirar ve, y se horroriza en consecuencia. Fue Mourelle el que señaló y advirtió al intendente del dislate que implicaba pagar salarios no trabajados y burlar la propia Ley de Organizaciones gremiales por algo más de tres décadas. La decisión de Arroyo de aplicar la ley, sólo la ley y nada más que la ley ha sido un varapalo de proporciones para un statu quo que hizo de lo impropio moneda corriente.
Habrá más en un verano que, sin campaña política, tendrá rasgos de altísima tensión.