Cada año, para el 25 de Mayo, las fiestas de la Patria se confunden en Mar del Plata con el aniversario del diario La Capital. Cada año, como si el tiempo estuviera detenido, el mismo desfile patético de funcionarios, socios rehenes y necesitados del silencio del “diario de la ciudad”, haciendo un besamanos a quien, carcelero de las más variadas miserias públicas y privadas, les mantiene secuestrada la voluntad en una prisión de papel. Este año, Aldrey reforzó su autoinstalación de poder exhibiendo a la gobernadora Vidal, paseó cuanto menos en tres mesas sucesivas al secretario de los mercantiles, Pedro Mezzapelle, y se hizo lisonjear por dos de sus compañeros de ruta, Jorge Trujillo y Raúl Lamacchia, a los ojos y oídos de todos los presentes.
Todo un fasto menor, irrelevante para la mayoría de la población, pero destinado a quienes traicionan una y otra vez el mandato popular entregándose a una carnestolenda de menor cuantía. Todo año tiene un dato que adquiere relevancia fuera del ámbito mismo en que la escenificación del poder mafioso se desarrolla: este año fue la invitación a Teresa de Anchorena, hoy titular de la Comisión Nacional de Monumentos, exhibida como toda una oportunda adquisición junto al patrón del mal en pose al lado de la escultura de Botero que se halla en un patio intermedio entre la vieja terminal y el shopping.
La dama de marras -a la que los medios de Aldrey le atribuyen haber señalado que lo del shopping nuevo “es un ejemplo de cómo se puede vincular la arquitectura moderna con el alto valor patrimonial”-, galerista cuestionada en el ámbito capitalino y ex legisladora porteña del ARI, si atiende tanto a esos aspectos que le resultan tan increíbles, debería saber que las ventanas de aluminio de última generación que se colocaron en la estructura de la estación original son una aberración modernista que en nada respeta el criterio histórico que debiera respetarse. Sabría, además, que la estatua de Botero ingresada al país mediante la ficción de haber sido donada a la comuna para su exhibición en la Plaza del Milenio, es un fraude a la administración y la fe pública. Y si de arte y patrimonio entendiese de verdad, no podría dejar de preguntarse sobre la legitimidad misma de la escultura. Es más: sabría, si de conservar patrimonio se habla, que los carteles de LED colocados en la explanada que separa ambos edificios, ha sido observada por la comuna por violentar el pliego de licitación y las ordenanzas vigentes, y, aunque lento el proceder, de que el destino de dichos carteles es que sean retirados en breve.
No hubo nada nuevo en la ciudad este 25 de Mayo: sólo algunas caras novedosas, que abrevan en el mismo espacio de la vergüenza colectiva.