En un escenario de enorme misterio, con versiones y sin respuestas, la crisis provocada por la desaparición del submarino ARA San Juan está destinada, al igual que la tragedia dolosa de Once, a alumbrar un nuevo escenario político, social y operacional sobre la Armada y el resto de las Fuerzas Armadas de la República Argentina.
Por años he señalado en la 99.9 y en este medio que Argentina necesita una fuerza naval que navegue, una fuerza aérea que vuele, y un ejército de tierra que se pueda desplegar en función de la defensa nacional. Hoy, sobre la vida de 44 tripulantes -incluida la icónica imagen de la primera mujer submarinista-, el debate y las decisiones de cómo dar carnadura operacional a las tres fuerzas es un predicamento que no debiera ofrecer objeción.
Lo ocurrido es una notoria suma de falencias que se acumulan desde que Carlos Saúl Menem desarmara al Ejército para llevar adelante la venta de armas a Croacia en los noventa. Buena parte del equipamiento del Ejército argentino fue enviado en barcos que atravesaron el Mediterráneo ante la “mirada desatenta” de la Sexta Flota de los Estados Unidos, para equipar el incipiente ejército croata. Lo digo clarito: fue posible con la bendición del gobierno de Bill Clinton, y la del papa Wojtyla.
Nadie se alarmó entonces, más allá de algún que otro gritito en los medios. La compra de aviones Skyhawk a Estados Unidos palió en parte la pérdida de equipo en la guerra de Malvinas. La falta de presupuesto llevó a que las unidades con aviónica acorde a los tiempos cayeran de 18 unidades de combate a 3, siendo este estadio suerte y suma de la falta de atención a la defensa nacional. Tema, además, siempre viciado de ideologismo estrafalario.
Pero no sólo se trata del equipamiento; también ha caído de modo dramático el entrenamiento para operar debidamente los equipos disponibles. La publicación británica UK Defence Journal señalaba el 7 de setiembre de este año que las tripulaciones submarinas argentinas, a pesar de beneficiarse de una reciente modernización (del San Juan), necesitan al menos 190 días de práctica, y en 2014 sólo pasaron 19 horas sumergidas. La advertencia no fue publicada hace una década: data del 7 de septiembre de 2017, menos de 60 días antes de la tragedia.
En su edición de 2017, The Military Balance argumentaba que en el caso argentino, las capacidades operacionales habían declinado por falta de inversiones y una erosión general de las prácticas de mantenimiento. Se ha publicado que las 3 fuerzas armadas tienen en presupuesto una suma equivalente al de la Policía de la provincia de Buenos Aires .Vaya incoherencia; Perú, por caso, mantiene tres escuadrones de cazabombarderos de cuarta generación y una flota de un crucero, 6 submarinos y 7 fragatas, con un número de personal militar mayor. Chile, por su parte, es un ejemplo de eficacia y eficiencia en la materia.
Nada es nuevo necesariamente, o sólo responsabilidad del gobierno de Cristina Elizabeth Fernández. En Malvinas, los torpedos filoguiados del submarino Santa Cruz no dieron en el blanco porque el conjunto de armas jamás había sido puesto en operaciones debidamente. En esos años no se podía alegar falta de presupuesto para las Fuerzas Armadas: lo que sí había era ya una actitud de gastar en estructura burocrática y no en equipo y debido entrenamiento.
Salir de la bruma ideológica es útil, y esperemos que así sea. De igual modo, hay que cambiar una cultura de gasto y dispendio de recursos que debe ir a supuestos concretos de defensa. Los 44 del Ara San Juan lo merecen, y la sociedad debe exigirlo apropiadamente.