La pesadilla

img052

 

Una paciente fue encontrada muerta en la Terapia Intensiva del hospital. Nadie le dice a la familia cuándo murió, porque simplemente no se dieron cuenta. No había personal atento a la sala desde hacía horas. La pesadilla del enfermo pobre.

No hay situación  de mayor indefensión para una persona que la internación hospitalaria, sea ésta en una institución pública o privada. Uno siente que está en las manos de alguien, que definitivamente no lo conoce. Uno sabe que no forma parte de los afectos de ese alguien, pero confía ciegamente en que  -al menos- un responsable se ocupará, porque es su deber. Porque trabaja de hacer eso que se llama mantenerlo a uno con vida, aliviarle el dolor, devolverle la salud. O si no hay solución, hacer que uno no muera en la peor de las situaciones de soledad y desamparo. Porque esa imagen es una verdadera pesadilla.
Eso fue todo lo que no pasó con la familia Rodríguez. Francisco cuenta que su hermana Mabel Luisa -historia clínica 10532767- estaba internada en la sala de Terapia Intensiva del Hospital Interzonal de Agudos Oscar Allende de Mar del  Plata, donde permaneció desde el 7 de noviembre pasado hasta el 22. La mujer de 60 años padecía de esquizofrenia y depresión, y había estado desde que se detectaron esas enfermedades al cuidado de su hermano, que le brindó asistencia y cariño hasta que tuvo que internarla en esa sala de cuidado intensivo. Mabel estaba en la cama 18, y luego fue trasladada a la 12. Cada uno de los días que duró la internación, el hermano concurrió en los dos horarios de visita que prevé la institución, momentos en los cuales se interiorizó de la totalidad de los partes diarios de los médicos.
Allí pudo verificar el grado de conocimiento que cada uno de ellos tenía de la situación de salud de su hermana. Y supo, por ejemplo, que en una de las ocasiones, una médica desconocía que Mabel era paciente psiquiátrica, y que tomaba medicación permanente para aquellas patologías. Francisco preguntó si su hermana debía seguir tomando los remedios y le dijeron que sí. Por eso los trajo él mismo desde su casa.
Ese día 22, Francisco concurrió como siempre, en el horario de visita del mediodía. Eran las 13:10 cuando el personal de seguridad le permitió ingresar, tal como acostumbraba hacerlo.
Cuando se acercó a la cama 12, vio que su hermana Mabel tenía los ojos cerrados, y en un primer momento la creyó dormida. Por esa razón la llamó por su nombre, y comenzó besarla en la cabeza y en la frente, con el fin de despertarla para verla. En ese momento, tuvo la sensación de que ya no respiraba, el color de su piel no era el normal, estaba fría. Alzó la vista y pudo observar que el monitor que debía verificar sus signos vitales estaba rojo.
Francisco miró entonces a su alrededor, pero allí no había nadie. Salió al pasillo y comenzó a gritar pidiendo ayuda, hasta que se acercó una enfermera. Juntos ingresaron a la sala, y ella llamó a un médico. Francisco fue invitado a trasladarse al pasillo.
Desde allí no podía ver las maniobras que ejecutaban sobre el cuerpo de su hermana, porque una cortina que separaba la cama se lo impedía. La enfermera salió al pasillo, y le informó que su hermana no tenía pulso, que el médico le iba a dar más detalles.
Cuando se acercó, el profesional afirmó que Mabel había tenido una descompensación a la madrugada, y con curiosidad le preguntó si no le habían avisado. El hermano le respondió negativamente.  De esa forma le estaba confirmando la peor de las noticias: Mabel estaba muerta.
Francisco sintió impotencia, y que todas preguntas de rigor se le venían juntas a la boca: ¿cuándo había muerto? ¿De qué? ¿Por qué razón? ¿Quién estaba con ella en ese último y doloroso momento? El médico se limitó a mirar el piso y no responder nada. En medio de estas circunstancias, Francisco se daba cuenta de que la pesadilla no terminaba con la muerte de su familiar, que había más y peores cuestiones para agigantar su sufrimiento: su hermana discapacitada había pasado los minutos finales de su vida sola, sin asistencia médica, sin ayuda. Nadie podía saber ahora cuánto tiempo había agonizado, si había sufrido, si había pedido o dicho algo.

Comprender

El hermano tardó unos minutos en entender, pero allí mismo comenzó a pedir explicaciones al médico sobre la ética de su trabajo, sobre las obligaciones que tenía con la paciente. Pero el responsable seguía sin responder.
Días después, el 27 de noviembre, entregó una nota en mano a la directora del hospital, Susana Gómez, en la cual pedía una respuesta por escrito sobre lo acontecido. En ese momento la profesional le aclaró que el HIGA tenía “los mejores  equipamientos médicos de Latinoamérica”, a lo que Francisco Rodríguez respondió que de nada servían todos esos equipos, si no había un personal idóneo para operarlos. Y tenía razón.
Él sabe que la situación es completamente irregular, y por eso pide explicaciones. Dice que el certificado de defunción que le entregaron indica que su hermana murió a las 13:30, cuando él estaba en la sala a las 13:10 y ya la encontró muerta. Mabel estaba tapada con algo que Francisco califica como “un telón”. Estaba oculta. Nadie sabe cuánto tiempo sonó ese monitor, que seguramente debe tener testigos auditivos. Nadie sabe cuánto hacía que indicaba la alarma con rojo. Lo que es peor, no se sabe si la desidia con la que fue tratada tuvo que ver o no con su condición de enferma psiquiátrica.
De la nota aún no ha tenido ninguna noticia, ni una respuesta, ni una justificación, a pesar que de la misma entregó copias en Zona Sanitaria VIII y en el Ministerio de Salud. Nadie se hizo cargo ni le ofreció siquiera una disculpa formal. Nadie dice nada de la muerte de Mabel.
No resulta impropio entonces comenzar a remover los antecedentes de la presente gestión, y recordar que hace poco tiempo, la directora Gómez estuvo ante los medios reconociendo que dentro del hospital había ocurrido una violación, de la cual no volvió a dar ninguna noticia, aunque haya pasado ya un lapso más que razonable como para que aquella investigación hubiera concluido. ¿Será el Hospital Interzonal tierra de nadie, un antro de pesadilla donde sin embargo cualquiera de nosotros puede ser internado, si acaso le acontece una emergencia? ¿Y si mañana su obra social deja de tener cobertura por falta de pago o cualquier inconveniente similar? Nadie está del lado de afuera del hospital: basta con ser parte de un accidente de tránsito o resultar atropellado en la vía pública para abrir los ojos en la guardia de pesadilla.

Lamentar

Y los rumores han sido últimamente los peores. Se dijo por ejemplo que, en virtud de que el Estado no ha cumplido sus compromisos con los proveedores, se decidió establecer una dieta única que consiste en fideos con tuco para todo el mundo, sea cual fuere la patología que trajo allí al paciente. Sea que tenga por ejemplo, diabetes, en cuyo caso un plato de fideos podría matarlo.
La excusa es que, como el servicio está tercerizado e interrumpido, de alguna manera hay que resolverlo. Y se conforman con que, como los pacientes tienen poco desgaste físico, mucha nutrición no necesitan.
Era necesario confirmar algunas de estas cuestiones que se dicen en los pasillos, y por eso es necesario prestar especial atención a las declaraciones del vicepresidente del CICOP, Asociación Sindical de Profesionales de la Salud de la Provincia de Buenos Aires, el doctor Fernando Corsiglia.
El profesional había denunciado que –nuevamente- el suministro de medicamentos oncológicos para pacientes del hospital se había interrumpido, y que la situación de los enfermos se hacía gravísima. Preguntado por la posibilidad de que los pacientes del HIGA estuvieran comiendo todos los días fideos con tuco no lo negó, y encima agregó más datos. Dijo que la situación se había complicado en el segundo semestre de 2012, cuando comenzó a alterarse la cadena de pagos hacia todos los servicios tercerizados por la provincia. “Esto”, agregó, “también fue aprovechado por ciertos oportunistas que se valen de la situación para no hacer nada de lo que deben”.
Pero ¿de dónde viene el problema? Para el médico, el problema comenzó hace tiempo, cuando se privatizaron los servicios que requiere el hospital para su funcionamiento, como por ejemplo la alimentación y la lavandería. “Esto hizo que el Estado se corriera de esa responsabilidad”, dijo Corsiglia. “Hoy,  cuando los proveedores no cumplen, el Estado tampoco se hace cargo de resolver el  problema, como no se hacen cargo de pagarles, aunque se trate de su compromiso asumido. Hay servicios que se licitan, pero las licitaciones no se cubren”. Obviamente, la razón es que las empresas ya saben que no van a cobrar.
El profesional reconoció también como cierto que el internado debe llevar de su casa la ropa de cama que requiere para su estadía en la institución, y explicó que esto se debe a la interrupción del servicio de lavandería, que también esta tercerizado a una empresa privada. “Pero los pacientes no pueden traerse también las placas radiográficas y las jeringas”, agregó, con lo cual dejó entrever que en realidad no hay ninguna clase de insumo.
Pero el problema no es únicamente de presupuesto”, agregó “también es de gestión de los recursos”, indicó el vicepresidente Corsiglia, y puso como ejemplo que en la reciente crisis que tuvo la guardia del Hospital Eva Perón del partido de San Martín, la gestión había sido tan deficiente, que ni siquiera pudo abordar la crisis de manera tal que al menos no empeorara. “Otro director hubiera actuado de otra manera, con el fin de sanear el problema”.
Un paciente con cáncer no entiende de licitaciones ni de servicios tercerizados. Necesita un remedio para mantenerse con vida, y no sufrir dolores atroces. No puede justificar que no hay un normal fluir de medicación porque la Provincia no paga, porque el Ministerio de Salud es indolente, o la directora, poco hábil.
Un paciente con cáncer necesita su mediación. Un operado del tracto digestivo no puede comer fideos con salsa todos los días, ni siquiera uno solo. Un paciente sin familia no puede estar en la cama sin sábanas ni mantas, porque no tenga quien se las provea. Porque ese trato es inhumano.
Si esto sigue así, se va a terminar dando por establecido que permanecer en un hospital público de la provincia de Buenos Aires es la materialización de la peor de las pesadillas posibles. Y falta poco.