Todos llegamos para irnos. Cada vida es única, y cada tiempo vivido es un misterio insondable. Incansable en su vocación política y docente, los caminos de la vida llevaron a Carlos Fernando Arroyo a la intendencia en medio de una carambola de curiosos acontecimientos.
Su victoria, de inmediato, tenía más padres que los que la razón admite a simple vista: la articulación con el PRO y la UCR dejó a un hombre simple con buenos propósitos en medio de una batalla en la que todos tiraban de él, buscando su parte de un festín que Arroyo nunca permitió.
Hereje entre los herejes, se determinó a darle a la figura del intendente el respeto que sus antecesores habían entregado a los pies del némesis de la vida pública de la ciudad. Lejos de ser perfecto, lo suyo estuvo plagado de «errores» que la dirigencia local nunca cometería. «Errores» a favor del ciudadano de a pie, que el cometerlos requiere un enorme coraje cívico.
¿Cómo no computar como un «error» por parte de la dirigencia, el decirle «no» a los abusos de Florencio Aldrey Iglesias? Que el Hermitage pague los tributos que corresponden y que el Hotel Provincial no siga gozando de excepciones escandalosas. O, en otro plano, que los delegados municipales cumplieran con su horario, que los recursos que llegan para infraestructura se apliquen a ese propósito, y no para llenarle el bolsillo a los docentes municipales, sin que se aprecie ninguna mejora en cuanto a la prestación del servicio educativo.
Entre dientes, dirigentes de ambos partidos cuestionaban a diario esas determinaciones y competían de forma vil para llevarle todo tipo de dimes y diretes, persiguiendo objetivos menores. Alentado por el ex presidente de la cámara baja, Manuel Mosca, se mostraban una y otra vez en la ciudad alentando el desgaste y buscando generar condiciones para su renuncia, en una conducta anti republicana que era celebrada por los actores circunstanciales de la política lugareña.
Es de suyo que se cometieron errores. Si no, no se entiende cómo un hombre sin trayectoria política en la ciudad se terminó quedando con la conducción de Mar del Plata. El largo listado de sus logros en la gestión, crecerá a medida que el polvo de las palabras dichas y escrita se pose en el suelo del tiempo y se pueda apreciar la verdad.
Arroyo nunca le prestó demasiada atención ni a su estética, ni a su salud. Era sobrio hasta un grado que daba dejadez personal. Una impronta. Un modo de ver y de darse en la vida. Estoico y terco, dejó mucho a favor. Su propia intimidad fue quizás el único y auténtico obstáculo que nunca pudo superar.
Un párrafo para una de sus medidas más atrevidas: la ordenanza de alcohol cero. Se anticipó a los tiempos, e impuso una norma que hoy se replica en nación y provincias como modelo de control y gestión ante la pandemia de alcohol al volante, que tantas vidas cuesta.
Buen viaje, Zorro UNO.