Durante el gobierno de de Stalin, hubo un momento en el que todas las repúblicas socialistas soviéticas fueron arrastradas a una inmensa locura criminal cuyo enorme saldo fue la muerte de un millón setecientas mil personas, muchas de las cuales fueron condenadas a la pena capital en los que fueron conocidos como «Los juicios de Moscú».
Esa acción criminal, perpetrada por el Estado soviético, tuvo un marco legal y una praxis política que fue llevada adelante por la NKVD, la organización de seguridad del estado antecesora de la KGB. El declamado objetivo de estos juicios fue la consolidación absoluta de Stalin en el poder, en su condición de zar rojo de todas las rusias.
Pero ni Stalin se atrevió a actuar como lo ha hecho el tribunal que integran Alexis Simaz y Roberto Falcone (h). El fallo, estaba escrito hacía meses. Y si el jury que se les pedirá a esos dos prospera, quedará en negro sobre blanco lo que todo el Palacio de Tribunales ya sabe: que Roberto Falcone (h) le solicitaba —hace ya tiempo— a los empleados del tribunal material sobre los ensayos de juristas alemanes, que fueron utilizados en la justificación del fallo. En su acordada entrevista con La Capital, elegido como el único medio para expresarse al respecto, Falcone dice que «en la sentencia lo que se hacen son algunas consideraciones de Teoría de las Normas, con las que yo trabajo habitualmente». Ergo, el hijo del lobo se da el gusto de experimentar con aquello con lo que trabaja habitualmente. Gustos.
En su solioquio para el medio del valijero de la mafia gallega, Falcone afirma que, en lo atinente a la muerte de Lucía Pérez, «Farías conoce fehacientemente, porque está acreditado a través de la mensajería de texto, que ella el día anterior consume sustancias variadas. Policonsumo: cocaína, marihuana, LSD, mezcla… Y no solo tiene conocimiento a través de la mensajería de texto sino que él dice que se sube “pasada” de consumo a la camioneta».
Lo que Farías sabía, era que Lucía —tal como revela en público por primera vez Falcone— tenía un serio problema de consumo de drogas, el cual nunca le llamó la atención a su madre, Marta Montero, ni a su padre, Guillermo Pérez. Si Farías es culpable de la muerte de Lucía, es válido preguntarse también por las responsabilidades de sus progenitores.
Dice Roberto Falcone (h): «A él lo vuelve garante el conocimiento de consumo del día anterior de ella, el hecho de que cuando se sube al auto la ve pasada y el proveerle estupefaciente, porque la única finalidad que ostenta es una finalidad sexual, eso lo vuelve garante respecto de Lucía porque las garantías son todas situacionales». Insisto: si Farías es responsable, y merece —en la visión de los jueces— la pena máxima que prevé el Código Penal argentino, ¿qué queda para sus progenitores que nunca hicieron nada, nunca advirtieron a nadie al respecto de las tristes circunstancias de la vida de Lucía, su hija?
Dicen los émulos de Vasili Vasílievich Úlrij, el presidente del tribunal de los infames juicios de Moscú: «el indiferente es el que siempre tiene a resguardo sus propios bienes jurídicos y el autor descuidado es el que pone en crisis sus propios […] No es lo mismo indiferencia que descuido. Y, en este caso, varias veces vemos con claridad a un indiferente, porque Farías específicamente y, eso está consignado en uno de los 20 puntos que resaltamos en la sentencia, dice que no consume nada».
La frase le cabe también a los padres de Lucía, a los mismos que festejaron la sentencia como si fuera un triunfo futbolístico en el monumento a San Martín y a los que nunca se los ha visto llorar por la muerte de su hija… no sabemos si por descuido, o por indiferencia.