Las inundaciones en Brasil han provocado una destrucción masiva en el estado de Río Grande Do Sul, cuyas consecuencias aún son imposibles de establecer. Y —como ya es obvio— en toda la comunicación mediática sobre la tragedia, todo se atribuye sin mayor análisis, al cambio climático. No es tan así.
Lo ocurrido, tiene que ver con un fenómeno meteorológico impactante: las lluvias torrenciales que hicieron que, el principal río del estado, el Guaíba, alcanzase los 5,3 metros, el nivel más alto de su historia. El agua ha cubierto ciudades enteras e infraestructuras como aeropuertos, lo que ha complicado las labores de rescate y ayuda humanitaria. Casi 67.000 personas se resguardan en refugios por todo el estado. Asimismo, las lluvias han dejado dieciocho represas en peligro, seis de ellas en riesgo inminente de colapso.
La situación de las represas es clave para comprender la ferocidad de la destrucción masiva acontecida en Porto Alegre, ciudades pequeñas y pueblos circundantes. Las autoridades calculan que restaurar las infraestructuras públicas dañadas costará lo equivalente a U$D 3.500 millones. A ello se suma la pérdida de cultivos y demás infraestructuras agropecuarias, principal sector de la economía de Rio Grande do Sul. El presidente brasileño, Lula da Silva, ya ha anunciado ayudas económicas a los afectados equivalentes a U$D 9.000 millones de dólares, y organismos internacionales y los Gobiernos de Argentina, Uruguay o Chile ya han anunciado el envío de ayuda.
El caos en tanto es total y si bien hay videos profusos en la era de Instagram y Tik Tok que emocionan, nada está a la altura de lo debido ante le feroz crecida agravada por la ruptura de la represa. El desarrollo urbanístico de ciudades como la capital de Rio Grande do Sul, Porto Alegre, ha privado a las poblaciones de los frenos que las zonas boscosas proveían contra las inundaciones y deslizamientos de tierras. Más aún, la prensa brasileña ha revelado que el Ayuntamiento de Porto Alegre no invirtió en prevención de inundaciones en 2023, pese a tener acceso a un presupuesto de unos €78 millones. Las infraestructuras de contención del agua estaban deterioradas y mal mantenidas.
Las coincidencias con el episodio del huracán Katrina en 2005 que afectó a Nueva Orleans tiene la misma matriz: sí, un gran episodio de la naturaleza pero, esencialmente, falta de inversión en mantenimiento de la infraestructura existente. Las inversiones que debían hacerse en el sistema de diques en Nueva Orleans se había postergado y las partidas derivadas al esfuerzo de guerra en medio oriente.
En el caso de Brasil, las estimaciones dicen que 155.000 personas se han quedado sin hogar debido a las lluvias que han afectado a la gran mayoría de los 497 municipios de Rio Grande do Sul. La devastación ha sido tal que algunos parlamentarios brasileños, como el presidente del Senado, Rodrigo Pacheco, han propuesto crear un «presupuesto de guerra», similar al que se planificó durante la pandemia de Covid-19.
El ministro de Integración y Desarrollo Regional, Waldez Góes, estimó que sólo reconstruir las carreteras destruidas por las inundaciones en el Sur debería costar al menos unos R$1.000 millones de reales (U$D200 millones). El dramatismo del momento puede ser poco si compara con lo que está por venir: ya se habla de la relocalización de cientos de ciudades por el daño irreparable que han sufrido.