Se llama Elia Espen y está enfrentada con las Madres oficialistas. Una entrevista lapidaria con el Gobierno y con Hebe de Bonafini.
Tiene 82 años. Dice lo que piensa, le moleste a quien le moleste. Se llama Elia Espen, es Madre de Plaza de Mayo y suele apoyar los reclamos de los trabajadores. Marcha, religiosamente, todos los miércoles con un grupo de jubilados que exigen el cumplimiento del 82% móvil y fue investigada en el famoso Proyecto X. En 2012, por aparecer en actos con partidos de izquierda, asegura que la echaron de las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora.
Sentada en la mesa de un bar, a metros del Congreso de la Nación, Espen recuerda con tristeza el día en que se lo llevaron a su hijo Hugo, un joven de 27 años, estudiante de arquitectura de la Universidad de Buenos Aires y militante del PRT.
-¿Le sorprendió el ascenso del General César Milani?
-Pienso que el Gobierno busca una amnistía encubierta y lo tienen a Milani por si acaso, por las dudas. Haberlo puesto a Milani es una cosa como decir “no nos van a tocar porque va a salir el ejército a defendernos”. No pueden salir a defender personas de los organismos de derechos humanos (se refiere a Hebe de Bonafini), a Milani que dice que por ser joven no sabía. ¿Y Alfredo Astíz, qué era? También era joven, pero el traidor se metió entre nosotras y así hay tres madres desaparecidas. Ser joven no justifica nada, lo que valen son los hechos. Hoy tenemos a Sergio Berni, a Milani y a Alejandro Granados. ¿Estos son los que defienden los derechos humanos?
-¿Qué opina de la política de derechos humanos durante los gobiernos de Néstor y Cristina Fernández de Kirchner?
-Siempre digo lo mismo, que esta política fue impulsada por un matrimonio que estaba en Santa Cruz haciendo los negociados que hizo. En esa época, cuando las Madres eran atacadas y perseguidas, ellos (como defensores de los Derechos Humanos) nos hubieran mandado una esquelita muy chiquitita que decía “los Kirchner estamos con ustedes”, pero no los conocíamos y tampoco lo hicieron. Cuando vieron la oportunidad de llenarse de plata, se juntaron, habrán pensado que a estas taradas (por las Madres) las podían engañar de la forma que quisiesen. Siempre hicieron las cosas en beneficio propio, y al que opina distinto lo dejan a un lado. Se olvidan que respetar los derechos humanos es también cuidar a las personas que no tienen trabajo, educación, salud, que los jubilados estemos ganando bien y no que la defensora de los derechos humanos (por Cristina) nos haya vetado el 82% móvil.
-Ha apoyado a los petroleros de Chubut, a los trabajadores despedidos de Kraft, a los jubilados y ha participado en incontables marchas, ¿la sociedad acompaña?
-La sociedad no se compromete mucho. Algunos chicos, la juventud, un grupo de políticos que nos acompañan. Pero viajo todos los días en el tren Sarmiento y observo que la gente está cansada, trabaja todo el día y se preocupan por sus cosas. Lo entiendo. Pelean por su supervivencia.
-¿Alguna vez estuvo en Casa Rosada?
-Nunca me invitaron, fui una vez por los detenidos uruguayos que los querían extraditar y fuimos a impedirlo. Estaba con Adolfo Pérez Esquivel. Entramos, esperamos, nos sentamos para presentar la carta. Cristina no nos recibió; vino un secretario que nos dijo que la carta llegaría a Presidencia, pero jamás nadie nos contestó. Con los trabajadores de Kraft también fuimos en una camioneta a Olivos, tampoco nos atendió. Volvimos y nos metimos en las rejas de la Casa Rosada, yo con el pañuelo. En ese momento estaba en sus oficinas. Le queríamos explicar qué estaba pasando realmente en Kraft. Ni las rejas pudimos pasar. No soy de las Madres de Plaza de Mayo de ellos
-¿Hay diferencias entre las Madres cercanas al gobierno y otras, críticas, como usted?
-Totalmente. Me gustaría mirarla a la cara a Cristina y decirle un montón de cosas. Educadamente, sin insultos. Pero nunca tuve esa oportunidad
-¿Qué le diría?
-Que piense, que piense mucho. Que acá no se trata de favorecer solo a los amigos y parientes sino que hay 40 millones de argentinos. Que todos tienen los mismos derechos. Le diría que se fije por lo que está pasando Félix Díaz, que a los qom los están matando en el norte, que lo escuche.
-¿Por qué otros referentes de las organizaciones de derechos humanos están enamorados de este gobierno?
-No sé cómo encontrar la palabra justa para no ofender a nadie.
-¿Puede decir lo que piensa con libertad?
-Yo lo digo.
-¿Le trajo consecuencias?
-Me han echado de Línea Fundadora, me ha dejado de hablar mucha gente, pero no me importa. No me iré de este mundo sin decir lo que pienso.
-¿Molestó que se junte con partidos de izquierda?
-Molesta estar en la calle. Pero este gobierno no defiende a los trabajadores y tiene desaparecidos y no los menciona, como Luciano Arruga, Jorge Julio López. El ocultamiento del crimen de Paulina Lebbos, ¿no tienen nada para decir?
-¿Qué significa el pañuelo blanco que lleva puesto?
-Un santuario, algo sagrado. Yo le di mi pañuelo a una chica, Vicky Moyano, nieta recuperada que sufrió un montón, que pasó por todo. Entonces se lo di a ella en un acto por Trosky como homenaje a todos aquellos que están en la lucha. Jamás se lo daría a Aníbal Fernández (en diciembre del 2013, Hebe de Bonafini le entregó su pañuelo blanco al senador del Frente Para la Victoria, el ex intendente de Quilmes por ser “un genio”).
-¿Hace mucho que no ve en persona a Hebe de Bonafini?
-Hace añares que no hablamos. En la separación de 1986, una de ellas, Juanita (por Juana Meller), con quien hablábamos mucho, me pidió que me quedara con ellas, que me harían bordar el pañuelo. Por suerte me fui a Línea Fundadora. Te repito, no quiero que mis hijas y nietas me digan el día de mañana que no hice nada, que no estuve en la calle luchando sino detrás de un escritorio juntando papeles y plata.
-¿Qué país sueña?
-Quiero un país donde pueda caminar, no mirarnos con odio, porque este gobierno consiguió eso, enemistar a todos los que piensan distinto. Podés ser comunista, peronista, radical, socialista, de derecha, lo que quieras, pero hoy no es así. Que haya trabajo y libertad de expresión en serio, dejando de lado las banderas partidarias. Lo tenemos que conseguir entre todos, la unidad es lo importante. Eso quería mi hijo, Hugo. “Yo sé que habrá que pelearla mucho pero lo conseguiremos”, me dijo días antes del 18 de febrero de 1977 cuando se lo llevaron. Era sábado, temprano, en nuestra casa de Flores, en Páez y Boyacá. Hugo me contaba que desaparecían compañeros de la facultad, ahí le dije “¿por qué no te vas del país?”. “Yo me tengo que quedar, tengo que estar acá”, me respondió, con sus 27 años. Ese día, perdí mi oído derecho por los golpes que me dieron. Tiempo después me contaron lo qué le habían hecho a Hugo, las torturas y los vuelos de la muerte. El día que conocí a Azucena Villaflor cambió nuestra vida. Ella sabía muy bien cómo organizarse. Ella nos decía a qué iglesias ir para buscar ayuda. Ese año me tocó ir a la iglesia Britania, en Medrano y Sarmiento, poco antes de que desaparecieran a las madres. De repente, un muchacho se acercó y nos dice: ¡Te tenés que ir! No sé si habré hecho bien en irme. Pero no estaría acá contando la historia de mi vida.