No puede ser que la gente esté siempre equivocada. Un fenómeno semejante no debe darse siquiera en sociedades donde la dirigencia tiene aquilatados antecedentes para que pensemos que está compuesta por la parte más lúcida de la sociedad. Y seguramente, no es el caso argentino.
En cuestiones donde está en juego la calidad de vida “palpable”, los ciudadanos solemos tener bien en claro qué es lo que queremos y necesitamos. Y aunque en las vinculadas con la calidad de vida “proyectada” sea necesaria la presencia de estadistas y los eruditos, en las primeras ciertamente no.
El Código Penal supone un compendio de normas punitivas que, agotada la disuasión y la prevención, deben garantizarle a la comunidad un ajustado castigo para quien viole las normas. Y cuando esa violación afecta valores fundamentales, como la vida, la integridad física o moral, o (aunque a muchos les pese) la propiedad privada consagrada por nuestra Constitución, los argentinos exigimos que el castigo sea condigno y no una farsa.
Derogar la reincidencia, bajar las penas de más de un centenar de delitos, pulverizar la detención como resguardo de la seguridad pública y llevar el principio de presunción de inocencia hasta el límite de la caducidad de toda sospecha, no es lo que los habitantes de este país de miedo estamos solicitando.
Y más allá de toda discusión técnica acerca del “modernismo” de la doctrina impuesta al proyecto, el presente nacional convierte al engendro en un verdadero disparate que debe ser frenado sin más; y en todo caso, esperar a que se resuelva la grave emergencia en materia de seguridad que estamos viviendo. Emergencia tal, que hace absurdo estar debatiendo estas cosas que hoy un grupo de abstractos juristas pone ante nuestros ojos como un avance.
Fuenteovejuna
Por algún motivo que solo podría entenderse en el caso de un suicidio político o de una alianza oculta, el Gobierno la emprendió con furia desusada contra Sergio Massa.
El ex intendente de Tigre había propuesto una consulta a la gente acerca de la reforma. La oferta despertó la furia del FPV, que no escatimó descalificaciones hacia el ganador de las últimas elecciones de octubre.
Siempre se dice en política que una estrategia inteligente es aquella que consiste en “elegir” al adversario (que siempre debe tener puntos débiles a atacar) para encumbrarlo por sobre los otros potenciales y, luego, sacarlo de carrera con una campaña bien organizada o en el momento justo. A esto, en el periodismo, solemos caracterizarlo como “tiro al pichón”, recordando aquel cruel deporte de las clases aristocráticas que consistía en hacer volar una paloma para voltearla de un tiro en el momento en que alcanzaba su mayor altura.
Pero son tantas las versiones acerca de una estrategia común entre el kirchnerismo y el massismo para conseguir un traspaso del poder que signifique más de lo mismo y quite del medio al enemigo común (Daniel Scioli), que un análisis desapasionado de los hechos ocurridos en torno a la reforma no puede menos que despertar suspicacias. Sin embargo, la torpeza ya incorporada de la oposición no deja de sorprender. Como tantas otras veces, se apretujó para mostrarse como aliada al Gobierno y lo acompañó en la cruzada contra el líder del Frente Renovador.
¿Resultado? Todas las encuestas disponibles mostraron una adhesión popular superior al 80% a la postura de Sergio Massa, y la página web abierta por él recolectó cerca de un millón de adhesiones en menos de 72 horas.
Demasiado para sus rivales. Los partidos del arco anti-Gobierno giraron sobre sus talones y se sumaron a la postura anti-reforma; y el propio Gobierno ya se plantea por estas horas demorar el tratamiento de la norma en el Congreso.
K.O.T. Uno más, a favor del tigrense. K.O. para la oposición, y sabor a despedida para los Cristinas’boys.
Claro está, si Massa no es uno de ellos.
Impecable, aunque a muchos le pese
Alicia Castro ha sido una funcionaria discutida desde el mismo momento de su designación en el servicio exterior. Representante argentina en Venezuela, la ex azafata se convirtió en una puntera política del chávez-kirchnerismo, y poco atendió los intereses profundos de un país (el nuestro) que por entonces quedaba reducido a una sucursal del proyecto político del líder caribeño.
Su posterior designación en Gran Bretaña se pareció mucho a una provocación infantil de las tantas a las que nos tiene acostumbrados el inmaduro e ineficaz Gobierno argentino en eso de relacionarse con el mundo real. Sin embargo, la carta publicada por la embajadora en el diario The Guardian es un dechado de firmeza, ubicuidad y opinión fundamentada.
Los ingleses han designado como nuevo “gobernador” de las Islas Malvinas a Colin Roberts, quien se desempeñó como Director de Territorios de Ultramar en el Foreign Office (FCO). Esta decisión mucho se parece a aquella provocación argentina de nombrar a Alicia como nuestra representante ante el Reino Unido.
Porque si alguien se aleja del perfil del funcionario capaz de representar una vocación de diálogo –máxime, cuando el mismo es resultado de un úcase internacional resuelto por la ONU nada menos que desde 1965 y reafirmado año a año cada vez que se reúne el Comité de Descolonización del organismo-, ese alguien es el nuevo representante de Su Majestad en el archipiélago.
Todo esto lo recordó nuestra representante en la nota de marras, con prudencia, firmeza y, sobre todo, con amplia documentación probatoria.
Honor al mérito, aunque esta vez el logro sea de alguien discutido y seguramente discutible.