Que la religión se transformó, después de décadas de ostracismo, en un factor político de fuste, ya no lo puede negar nadie. Hoy el mundo tiembla ante el enfrentamiento latente entre judíos y musulmanes en Palestina o Irán. Y el Vaticano, clave en el fin de la Guerra Fría, pone a sus fieles en la encrucijada de ver quién será su nuevo (¿último?) Pastor.
Aclaremos lo de “último”. Para aquellos que consideran a las profecías como cosa cierta, sabido es que San Malaquías ha identificado con una certeza notable la sucesión papal por siglos. Dentro de sus augurios, el próximo sería el que cerraría el ciclo de la Iglesia: “durante la persecución final de la Santa Iglesia de Roma reinará Pedro el Romano, quien alimentará a su rebaño entre muchas tribulaciones; tras lo cual, la ciudad de las siete colinas [Roma] será destruida y el Juez Terrible juzgará al pueblo. Fin”. Tenemos el texto en latín, y damos fe de que es textual el término “fin” que suena tan trágico.
In psecutione extrema (“en la persecución final”)
San Malaquías nació en Amagh, Irlanda, en 1094. Vivió una vida religiosa de monje, luego fue ordenado sacerdote y finalmente ascendió a obispo. Fue canonizado en 1199 por el Papa Clemente III. Su biografía, recopilada por San Bernardo, contiene las profecías que luego se ocupó de reunir el historiador Benedictino Arnold Wion. Él fue el primero en mencionarlas en su libro “Lignum Vitae”, publicado en 1559.
Ratzinger fue considerado siempre un “panzercardinal”, un duro al que no le tembló el pulso cuando tuvo que ser duro. Que lo digan, si no, los hermanos Boff, condenados al silencio.
En sus vaticinios, Malaquías dice haber tenido visiones acerca de 112 Papas a partir de Celestino II en el año 1130. La forma increíble en que las predicciones atribuidas a San Malaquías se han aplicado a los sucesivos Papas, es de lo más llamativo. Cabe repetir el refrán “se non é vero, é ben trovato“. Sea lo que sea que uno piense sobre lo genuino de esas profecías, vale la pena prestar atención al fascinante estudio que provee el Arzobispo H. E. Cardinale, Nuncio Apostólico para Bélgica y Luxemburgo y hasta hace poco Delegado Apostólico de la Gran Bretaña. Es curioso, pero algunos secretarios privados han reconocido que cuando hay un cónclave, los cardenales las leen, aunque sea en la intimidad de sus habitaciones.
Son augurios breves, pero han demostrado ser bastante cercanos a la verdad. No hay nombre y apellido, obviamente, pero sí indicadores que sorprenden. Veamos solamente los últimos cinco Papas mencionados, con los siguientes títulos en latín: Flos Florum, De medietate Lunae, De Labore Solis, Gloria Olivae y, finalmente, Petrus Romanus
Flos Florum (flor de flores) fue Pablo VI, Papa de 1963 a 1978. Su escudo de armas familiar tiene tres flores de Lis, considerada la “flor de las flores”. De medietate Lunae (de la media Luna) fue Juan Pablo I, quien reinó sólo 31 días netos, exactamente lo que dura el ciclo lunar. Su nombre, dicen, significa “luz blanca”, atribuida a la Luna en contraposición a la estela dorada del Sol.
De Labore Solis (del trabajo del Sol) sería Juan Pablo II, nacido en un país del Este (donde nace el Sol) y destacado universalmente por su enorme trabajo como pastor y por su carácter de Jefe de Estado. Gloria Olivae (la gloria del olivo) representa a Benedicto XVI. Para algunos, el lema se refiere al símbolo del sinónimo de “oliva” con la paz: la Virgen de Fátima anunció que, tras la conversión de Rusia, un breve tiempo de paz sería concedido al mundo. Para otros anclajes, refiere a la orden monástica de los benedictinos “Oliveto”, a la que el Papa Ratzinger habría pertenecido antes de su elección para ocupar el trono de Pedro.
Ahora viene “el otro Pedro”. Uno abre la historia; el otro, la cierra. Frente a estos aciertos simbólicos, ¿por qué no aceptar que existen quienes otorgan certeza a las profecías? Malaquías no era maya, claro…
Todas las dudas, todas
Pero otros habrá, seguramente, que quieren un análisis menos teleológico y más pedestre sobre la decisión tomada por Benedicto XVI, y esperan una previsión más “científica” de lo que vendrá. Algo que nadie debe perder de vista: todo es especulación, porque los secretos de la Iglesia son más impenetrables que los de cualquier servicio de Inteligencia y arrastran consigo dos mil años de exitosa experiencia. Ergo, nada de lo que se diga pasará de un cálculo aproximado o de “filtraciones aceptadas” por los pocos que tienen acceso directo a los pasillos de San Pedro.
¿Está enfermo Ratzinger? Sí, claro. ¿Fue ése el verdadero motivo de su renuncia? Ya no es tan claro. De su diabetes, su artritis y sus 85 años no hay duda alguna. Ahora, si hacemos un poco de memoria reciente, Juan Pablo II estaba mucho peor y, sin embargo, no abandonó antes de tiempo. ¿Era más fuerte espiritualmente el polaco que el alemán y por eso llegó hasta el final? Es un poco temerario afirmarlo.
Ratzinger fue considerado siempre un “panzercardinal”, un duro al que no le tembló el pulso cuando tuvo que ser duro. Que lo digan, si no, los hermanos Boff, condenados al silencio.
Hombre cultísimo, reconocido universalmente, intelectual y teólogo de fuste, ¿habrá percibido que no podría mediar en la feroz interna vaticana que, precisamente por no haberse resuelto ocho años antes, terminó eligiéndolo a él como “Papa de transición”? El rótulo es de uso corriente en el Vaticano.
El tironeo entre conservadores y reformistas es uno de los “secretos peor guardados” porque, además, se agrava. Es probable que Benedicto, anciano y jugador de otra liga, haya decidido dar un paso al costado para no ver su blanca investidura manchada con sangre (es figurativo, claro).
Porque la interna está. Menos mediática que la de los barrabravas futboleros, pero no menos dura, consistente y decidida, porque implica dos maneras muy distintas de encarar la función religiosa en la Tierra. Una vuelta de tuerca de aquél Concilio Vaticano II, donde los que seguían defendiendo la misa de espaldas y en latín tuvieron que rendirse ante quienes dieron vuelta al sacerdote y permitieron que la guitarra le discutiera el podio al órgano medieval. Aquél Concilio, con Juan XXIII, fue el “padre” de las conferencias de Puebla y Medellín más adelante. Y fue la semilla de la Teología de la Liberación, “demasiado Latinoamericana” para Roma, a la que Juan Pablo II primero combatió (de la mano de Ratzinger) para, luego de su desaparición, terminar adoptando parte de su discurso anti-capital. Todo es muy enredado, oculto, complejo y, ¿por qué no decirlo?, peligroso. La extraña muerte de Juan Pablo I, el desastre del Banco Ambrosiano, los banqueros y funcionarios asesinados, la tristemente célebre P-2, son ejemplos indiscutibles.
Hay mucho en juego. Mucho económico, mucho político, mucho simbólico, mucho institucional, mucho histórico. No va a ser fácil, tampoco creo que sea un cónclave rápido. Los conservadores irán por un italiano. Tres extranjeros al hilo es “demasiado”. Italiano y, si es posible, romano o a lo sumo milanés. Los “rebeldes”, si quieren patear el tablero en serio, podrían apostar por un latinoamericano (el continente más católico). Por ejemplo, el hondureño Rodríguez. O lo que sería más “brutal”, podrían preferir a un africano (¿el ghanés Turckson?). No se sorprenda: ¿no sabía que de los diez primeros Papas, cuatro fueron negros?
Pero tampoco se enganche con esto. Como dice el viejo refrán, “el que entra al Cónclave como Papa, sale siempre Cardenal”. El punto es que hay que ver, vivir, palpar la interna. Y con o sin Malaquías, analizar la posibilidad de que sea “el último”. La Iglesia enfrenta un fuerte desafío ante el mundo. Esperemos que no se suicide.