En Argentina, siempre tenemos una justificación para todo. Encontrar un culpable y un pretexto se ha convertido en el gran deporte nacional, y somos todos campeones e invictos. En eso andamos desde siempre…
Pareciera que cada cosa buena de las que ocurren en el país sucede gracias a “nosotros” y que todo lo oscuro es culpa de “ellos”. Sin embargo, raramente llegamos a poner en claro quiénes somos “nosotros” y quiénes son “ellos”. Sobre todo porque entre unos y otros hay zonas comunes en las que todos terminamos reconociéndonos sin demasiado esfuerzo.
Estas dos últimas semanas hemos sido mudos testigos de un verdadero escándalo político, mediático y judicial que nos permite ver con claridad hasta qué punto somos un poco de cada cosa y seguimos buscando paradigmas emocionales que sólo esconden la necesidad de que alguien haga las cosas en nuestro nombre. Veamos, si no…
Somos nosotros
La figura de Lázaro Báez y toda la podredumbre que lo rodea han disparado una verdad incontrastable: el país en el que vivimos es un ejemplo acabado de la peor corrupción estructural, política, sectorial e individual que pueda existir. En un caso plagado de obviedades. Cada uno de los actores del drama (oficialistas, opositores, hombres comunes o periodistas) utiliza la mentira, la media palabra o la subjetividad para llevar las cosas al terreno de sus gustos e intereses, aunque estén en las antípodas de la verdad.
Si en vez de buscar la condena de quienes no queremos y la sublimación de los que sí piensan como nosotros, y estuviésemos todos tratando de encontrar los hechos que hagan saber lo que realmente pasa en cada uno de los casos que nos escandalizan, posiblemente ese rasgo de civilización terminaría por parir una dirigencia distinta. Una que no fuese la representación de todos los vicios que tenemos como comunidad.
¿Es Lázaro Báez peor que el común de los argentinos?; ¿Cuántos de nosotros seríamos capaces de rechazar la oportunidad del enriquecimiento rápido y millonario aun sabiendo que esa rapidez esconde los atajos que nos desvían del duro camino del esfuerzo, la constancia y el respeto a las normas? ¿O no es la misma sociedad que dilapidó alegremente tres generaciones apoyando, con su voto o con su facto, a quienes le tiraban unas migajas de bienestar en forma de dólar barato? ¿No es la misma que se conformó con poner en cabeza de unos pocos culpables las consecuencias del drama y encontrar con ello el pretexto para hablar siempre de la responsabilidad de “ellos” y la victimización de “nosotros”?
Aquí en Mar del Plata, el 37,5% de los que marcharon el 18A habían votado por Cristina para presidir el país. Por entonces, ¿no se sabía de la corrupción kirchnerista? ¿Había sido el gobierno de Néstor y el primero de ella un ejemplo de respeto a la Justicia y a las instituciones? ¿Era Argentina un país seguro? ¿El INDEC, un dechado de veracidad en sus datos? ¿El mundo nos respetaba y el crédito internacional llovía de la mano de nuestro carácter de país serio y cumplidor?
¿Era Oyarbide un tribuno ejemplar? ¿Aníbal Fernández, un demócrata? ¿Boudou, un ejemplo de funcionario? ¿Hebe, una voz esclarecida y Schoklender la personificación de los Derechos Humanos? ¿Merecían, entonces, que más de la mitad de los ciudadanos del país les gritasen como Lamolina “siga, siga”? La respuesta, a la luz de los resultados, abochorna.
Pero aún más lo hace la contestación que todos conocemos a una pregunta que mucho tiene que ver con el drama de una sociedad sin moral ni principios, que desprecia a sus abuelos y condena a sus niños, conformándose con una queja plañidera que pareciera convertirla en “buena gente”.
¿Qué pregunta? Es obvia: ¿a quién cree que votaría ese 37,5% si este gobierno corrupto e ilegítimo lograse ponerle un mango en el bolsillo para gastar? Usted conoce la respuesta, ¿o no?
Lázaro Báez no es un marciano. Como no lo es tampoco Cristina; ni Gils Carbó, ni Diana Conti, ni Cristóbal López, ni Rossi, ni Picchetto, ni ninguno de los actores protagónicos o de reparto de este nuevo drama nacional.
Porque tampoco fueron marcianos López Rega, Videla, Galtieri, Menem, María Julia, Massera, Nazareno, Corach y tantos otros como Firmenich, Perdía, Vaca Narvaja y mil más.
Ninguno de ellos era marciano. Nosotros, ¿sí?
Son ellos
“Tiro al pichón”, así se llama en el periodismo a la estrategia de llevar muy alto una noticia o persona para después dejarla caer de golpe. Esta perversa costumbre (en nuestra profesión también hay crápulas) esconde muchas veces una segunda intención, que busca condenar o salvar a un tercero.
Mucho de esta vieja estrategia puede encontrarse en el tema Lanata-Fariña. Tema que hoy sume a los argentinos en una desorientación tan profunda como lo fue la indignación del primer momento, cuando todos creían que lo que se había visto la noche del domingo era realmente el resultado de una investigación periodística.
Sólo un desprevenido pudo creer por un momento que se trataba de una cámara oculta. Las condiciones técnicas de la toma daban cuenta precisa de que lo que allí se veía era un montaje, bastante burdo por cierto, hecho con el consentimiento de las partes. Si ese consentimiento fue a cambio de algo o para favorecer a alguien, será una de las dudas que ya no podrán aclararse jamás. Menos, en el medio de este tumulto mediático y con un periodismo histérico por la primicia; aun a costo de la verdad.
Con tantos años de profesión, es imposible no tomar nota de una operación que tiene claramente un único sentido: poner a Lázaro Báez lejos del alcance de la Justicia y blanquear sus negocios; que son, dicho sea de paso, de la familia presidencial. Insisto: no saco conclusiones sobre la explosión de los hechos. Lo decía ayer a la mañana cuando tantos argentinos, cada vez más proclives a ser engañados, batían parches acerca del “coraje periodístico” de alguien que por angurria o torpeza terminó siendo útil a los corruptos y sus manejos.
Ahora, ningún juez podrá ser reputado de “oficialista” por sobreseer una causa que se debatió en los medios antes que en los tribunales, y en la cual ya nadie puede saber dónde está la verdad y dónde la ficción. Una historia de personajes abyectos que sintetizan en sí mismos lo peor de la sociedad argentina: políticos corruptos, periodistas venales, personajes capaces de matar por un instante mediático y una ciudadanía demasiado distraída y proclive a asumir sin filtro ni razón todo lo que la televisión le otorgue.
Una historia más, una estafa más, de las tantas con que somos regalados a diario. Y una vez más, en la que los “malos” se quedaron con el triunfo.
¡O juremos con gloria morir! Jajaja…