Un año después de la muerte del pequeño refugiado las rutas y los acuerdos migratorios se han endurecido aún más.
Se cumple un año de la fotografía del “nunca más” y todo ha ido a peor. En un mundo regido por la viralidad, la imagen del pequeño Aylan tumbado boca abajo en la playa de Bodrum se expandió por todo el planeta en pocos minutos, desde que Nilufer Demir apretó el obturador al amanecer hasta que la agencia Reuters la distribuyó sobre las 11:15. Hollande, Cameron o Merkel se vieron obligados a hablar de ella. La conmoción golpeó las conciencias europeas y los líderes prometieron hacer algo más para que los solicitantes de asilo no tuvieran que jugarse la vida en el Egeo. Hasta hoy.
La paradoja es que antes de Aylan habían muerto muy pocos niños en el paso del Egeo. Cuando comenzaron a morir es justo después: hasta 423 pequeños ahogados en el mar desde entonces.
Desde entonces, todas las medidas europeas estuvieron destinadas a cerrar el grifo de refugiados, pero no a garantizar un paso seguro para evitar más muertes. Por ejemplo, la construcción del muro de Orban en Hungría. O el cierre paulatino de la ruta de los Balcanes. O el despliegue de barcos de guerra de la OTAN en el Egeo en febrero de este mismo año. O el acuerdo de Bruselas con Ankara para la deportación de refugiados, ahora suspendido de facto por su escaso andamiaje legal. O el cierre de campos de refugiados como el de Idomeni, en la frontera entre Grecia y Macedonia. O la confiscación de los bienes de valor por parte de las autoridades danesas para pagar los costes de su estancia. Del masivo Welcome refugees (bienvenidos, refugiados) se pasó al las consignas antiinmigración del UKIP británico, el Frente Nacional francés, o de Alternativa por Alemania.
Aylan Kurdi está enterrado en Kobane, una ciudad siria destruida por la guerra junto a su hermano y su madre. Su historia trágica muestra el esfuerzo de una familia por sobrevivir y aspirar a una segunda oportunidad. Su padre pagó una fortuna por poder subirles a una embarcación de traficantes. Lo intentó en dos ocasiones y la Marina turca los devolvió a la costa. Al tercer intento, en una lancha aún más pequeña, la corriente del canal entre Bodrum y Kos los echó a pique. Lo que vino después tiene que ver con la compasión en tiempos de internet. Del “me gusta” masivo al olvido absoluto.
La fotografía de Demir ya es una de las más reproducidas de la Historia, pero ni a la autora le ha reportado beneficio alguno, al margen de lo que cobró aquel día, ni la situación de los menores refugiados cambió a mejor. Supone, si acaso, un buen objeto de estudio para el futuro: en un universo de ruido informativo, Aylan resultó un espanto efímero. La reacción se quedó en un hashtag. En el mundo real murieron 423 aylanes.