Cartas de un judío a la Nada

Aquilea, 341

La tierra, arrasada, estaba cubierta de cenizas. Un erial negro, llano y polvoriento se extendía hacia el horizonte lejano. Aquí y allí asomaba, en un espantoso contraste con la oscuridad tétrica del suelo, el blanco horroroso de los huesos que nadie había enterrado. Las murallas habían sido demolidas hasta los cimientos y todos los edificios reducidos a ruinas. Un mes después de la destrucción de la ciudad, el sitio seguía pareciendo un infierno.

Pero en medio de esa desolación, un árbol había quedado en pie. La roca de una de las catapultas le había arrancado la parte izquierda del tronco y la mitad de las ramas. Un fuego había llegado a lamer sus raíces, ennegreciendo un poco la madera. Tras el largo otoño, las ramas quedaron desnudas y vacías. El árbol parecía haber muerto de pie.

Y sin embargo, apenas salió el sol y hubo sólo un poco de calor, los brotes aparecieron por todas las ramas. Dos días más tarde, el cerezo estaba repleto de florecitas blancas como la nieve. Viéndolo desde lejos, la imagen era impactante. Un árbol de pie en medio de una llanura chamuscada; la mitad que daba hacia el poniente estaba muerta, y la mitad que daba al amanecer, rebosante de vida. Mientras empujábamos la carretilla entre los restos buscando los objetos de valor y las armas que pudieran haber quedado olvidados por aquí en el apuro de la guerra, el muchacho que me acompañaba se quedó mirándolo con los ojos llenos de ensoñación. A nuestro alrededor, otras personas llenaban otras carretillas y carros con lo que podían encontrar.

– Así es la vida – le dije. – A la larga, siempre gana, siempre regresa. Este sitio que hoy parece la materialización de un sueño pergeñado por la misma Muerte, el día de mañana volverá a ser una apacible pradera llena de verdor y de vida. Toda nuestra existencia, todo lo que percibimos y apreciamos, sigue la misma norma.

» La vida está formada por ciclos que se repiten, inevitablemente. En la escala de una vida humana, uno nace, crece, forma una familia, trabaja, hace amigos, araña alguna idea peregrina de la felicidad, y al tiempo muere. El mismo ciclo es repetido por los hijos, los nietos, los bisnietos. En la escala más grande, la de las ciudades, una ciudad es fundada, crece, prospera y en algún momento es destruida. En algunos años, otras personas vendrán a asentarse a este lugar y construirán sus moradas sobre las ruinas olvidadas de Aquilea. Y así será, una y otra vez, por los siglos de los siglos.

» Los bosques crecen de a poco, los árboles tardan años y años en pasar de ser una simple semilla a un coloso de madera y hojas. Después, los incendios los arrasan, pero las cenizas sirven de alimento para una nueva generación de árboles. Todo es perecedero, pero al mismo tiempo todo regresa eventualmente.

– Y si no hay forma de escapar al ciclo, ¿de qué sirve esforzarse?

– De nada, y al mismo tiempo de todo. Probablemente cualquier camino que emprendas tendrá momentos de terrible tristeza. Es inevitable. El amor que encuentres mañana, se convertirá en un dolor más tarde. Los amigos te traicionarán. Tus hijos se olvidarán de ti. Y a pesar de eso, al día siguiente te levantarás y encontrarás otros motivos para seguir andando, otros horizontes que explorar, otras batallas que pelear. Te derrotarán mil veces, te levantarás mil una. Y seguirás peleando.

» La gente suele asumir que la felicidad es alcanzar alguna meta específica para la cual están predestinados: encontrar el amor, formar una familia, conseguir fama o fortuna; a veces, las dos. Creen que lo que son está definido por cómo los ven sus pares. Creen que su valía como persona depende del éxito que tengan las acciones que emprenden. Se obsesionan con la idea del triunfo cuando no hay nadie a quien ganarle, excepto quizás a uno mismo.

» Y por eso viven pensando en el mañana y desprecian el presente. Y cuando fracasan, se quedan mirando hacia el pasado. Casi nadie entiende que el único momento que existe es el ahora. Todo lo demás, es sólo una ilusión.

» La verdad es que no hay un destino último e inevitable. La vida está plagada de estaciones y de momentos, pero no se detiene nunca, porque la vida es cambio y movimiento. Sí, quizás un día conozcas a una mujer hermosa que te ame, pero ese es el principio del camino y no el final. Si no te las arreglas para que ella se vuelva a enamorar de ti cada día, no encontrarás en ella ninguna dicha.

– ¿O sea que la felicidad no existe?

– Sí, existe. Pero la felicidad no es un momento, ni un lugar, ni algo que puedas poseer. No es una persona, no es un logro, no es un destino. La vida va a cambiar siempre, las cosas saldrán bien hoy y mal mañana, pero todo depende de cómo te tomes esos cambios. Si comprendes que siempre habrás de levantarte y continuar y no dejas que nadie te derrote, entonces vas a poder vivir con una sonrisa y sentirte bien contigo mismo. Porque la felicidad no es un lugar a donde se llega. La felicidad es una actitud con la cual uno enfrenta cada día.

 

Nemuel Delam

El judío errante