A vos, sotreta. A vos

A vos, sotreta. A vos te hablo. Indigno, criminal. A vos, que secuestrás pibes a plena luz del día, cualquier martes de éstos, en la universidad, mientras se preparan para vivir una vida que a vos nunca se te cruzó por la cabeza procurarte. Porque sos un fiolo de los esfuerzos ajenos, del dinero de los otros, de la voluntad de trabajo de los demás. A vos, tipo de mierda, mal nacido, mal cuidado, mal enseñado, mal aprendido, mal ejercido, que vas por la calle viendo blancos posibles y no gente con sueños y con familia. A vos, que no tenés el mínimo reparo en vigilar, agazapado en cualquier esquina, escondido en cualquier auto, cómo otros viven una vida despreocupada de vos, mientras vos te levantás y te acostás pensando en ellos, en privarlos de lo y los que tienen. A vos, que nos aplicás la pena de muerte como y cuando se te canta la real gana. Porque te gusta la tele con que nos sentamos a compartir un rato con los nuestros cuando volvemos de trabajar, o las zapatillas con las que transpiramos, o el celular con el que nos enteramos que nuestro viejo está grave. O porque nos atrevemos al increíble acto de coraje de mirarte a los ojos mientras nos robás, o porque no te miramos. O porque simplemente vivimos, y te hacemos sentir con nuestra sola existencia lo mierda que sos.
A vos, intendente. A vos te hablo. Indigno de tu cargo, criminal en tu manera de no hacer nada por los que morimos de terror o literalmente para que vos sigas jugando a hacer política de Estado, mientras cobrás regularmente por un trabajo que no existe sobre una seguridad que no tenemos. A vos, que te veo en la tele y en los diarios dibujándola con la mano, con la lengua y el pensamiento retorcido, lleno de palabras y vacío de intención. Te imagino en tu casa, con tu custodia en la puerta, con la seguridad que te proveés y le proveés a tu familia a cargo de nuestros bolsillos, riéndote como Patán de los pobres imbéciles que te pagan regularmente el sueldo para que vos digas, alegremente y sin ningún asidero, que te apenan nuestros muertos y te preocupan nuestros vivos.
A vos, gobernador. A vos te hablo. Otro indigno por ausencia, por ignorancia. Porque para estar, tendría que ser indispensable saber. Y vos no sabés. O no querés. No sabés cómo curarnos de esta enfermedad mortal que hoy nos toma órganos vitales, que nos sentencia todos los días un poco a vivir en el aislamiento, en el pánico escénico, paranoicos, enloquecidos, atribulados por la sinrazón de un simple ruido nocturno en el techo. Vos no tenés ni idea de lo que padecemos a diario. Vos no, qué vas a tener, si vivís custodiadio, garantizada tu vida y tus bienes por los únicos que, estoy segura, deben de saber hacer su trabajo. Los que tenés ahí, para cuidarte a vos, mientras a los millones de bonaerenses nos aniquilan todos los minutos quitándonos lo único que nos va quedando completamente nuestro: la respiración.
A todos ustedes mencionados, mierdas. Ladillas políticas. Maulas indiferentes. Sotretas de las urnas y de la calle. A ustedes les hablo. Ustedes, en pequeñas dosis, nos envenenan sutilmente la civilización que hemos conseguido, la educación que nuestros padres nos dieron. Nos están matando lo único que realmente nos diferencia de ustedes, lacras sociales: el amor por el otro. Nos están aflojando los frenos inhibitorios, esos que nos hacen callar antes de decir algo irreparable o que haga pensar que somos todos una porquería. No éramos, pero ya no sé si no seremos.
Lo están consiguiendo. Y en el país de las mierdas, cualquier puede ser rey. Incluso ustedes.