Ari Paluch y un secreto a voces: no callarás

Bastó que una mujer hablara para que varias más sumaran sus testimonios. El cerco se va cerrando. ¿Pero por qué recién ahora, cuando todos sabían, todos lo veían? ¿Por qué estos personajes escalan a espacios de poder? ¿Cuándo no habrá más lugar para los machos?

Una reunión de trabajo en un restaurante con velitas y en penumbras, la obligación de darle un beso cada vez que llegaba al estudio, varios comentarios al día sobre la ropa o el cuerpo, una palmadita en la cola, un despido porque embarazada y con enterito ya no le gustaba. ¿Todo eso también habrá sido sin querer? ¿Habrá querido ser un “give me five”?
Bastó que una mujer se animara a hablar para que otras aportaran su testimonio. Similar a lo que viene sucediendo en el mundo de la música: rockeritos que acosan, se van de boca (y de manos) y van cayendo de a uno. Porque las mujeres nos estamos animando a contar. Y quizás ahora esta olla que se destapa comience a tener efecto rebote en el mundo de la tele. Machistas, acosadores, abusadores hubo y hay en todos los ambientes laborales. Pero los estamos desenmascarando. De a poco, va quedando claro que no los toleramos, ni los queremos cerca ni les vamos a dejar pasar una. Por eso digo: hubo y hay. Pero me reservo el habrá, porque confío en que este sacudón está removiendo tripas y corazones.
Las mujeres ya no naturalizamos una manito en la cintura ni un beso que roce la comisura de la boca. Ya no disimulamos la incomodidad que nos genera que un jefe nos mire las tetas o un compañero se dé vuelta para relojearnos el culo. Las mujeres hablamos, contamos, denunciamos. ¿Que buscamos fama? ¿A quién se le puede ocurrir que una quiere ser bombardeada por decenas de machistas que te van a tratar de reventada, puta, histérica, etcétera? ¿Qué tiene de divertido que una manga de desconocidos te denigren para defender a alguien que tiene algo de fama y mucho por perder?
¿Que por qué no hablamos antes? ¿Que por qué esperamos a que salte otra para saltar? Porque tenemos nuestros tiempos y porque aprendimos a sostenernos entre todas. Y porque el machito que nos acosa suele estar en un lugar de poder y corremos el riesgo, por ejemplo, de perder nuestro trabajo. Y aquí la característica fundamental del caso Paluch: todos sabían. Todos lo veían, todos (ahora) tienen cosas para contar. Y no hablo de las mujeres víctimas directas: hablo de la complicidad. De repente, cuando comenzaron a asomarse los casos, distintas personalidades –e incluso pares de Paluch- reconocieron la miserabilidad del (ahora ex) conductor de América 24. Algunos, hay que decirlo, fueron los que en su momento le aconsejaron a una de las víctimas que hiciera la denuncia. Pero muchos otros callaron. O hablaron, pero cuando tuvieron que prestar su testimonio en la Justicia, volvieron a callar. ¿Por miedo? Es probable. Y eso puede no ser condenable porque, sabemos, da terror el sólo hecho de pensar en perder un trabajo. Ahora bien: ¿y después? Pasaron años, muchos años. Y Paluch, entre combustible y espiritualidad, siguió escalando en los medios. Y escribiendo libros a los que les fue muy bien en ventas. Hace muy poco, comenzó a conducir el noticiero central de América 24. ¿Cómo es que, si todos sabían, llegó hasta ahí? ¿Cómo es que un tipo que supuestamente acosa, manosea, intimida, que pone en duda al aire el testimonio de una víctima de abuso sexual (Giuliana Peralta, violada por el futbolista Alexis Zárate, condenado por la Justicia), continúa estando al frente de un noticiero? ¿En qué lugar nos pone a las mujeres y, específicamente, a las víctimas el prime time?