China y la curva de aprendizaje II

Aún el mundo se conmueve a diario con el impacto del COVID-19, que ya es responsable de miles de muertes a nivel global. No debe dejar de señalarse que el registro de afectados y de víctimas es incompleto. La mirada general de los medios está puesta sobre un grupo de países mientras que otros son ignorados, como es el caso de los países africanos.

Obviamente, los registros de los países africanos afectados por la pandemia son tan malos como sus gobiernos, sistemas y esquemas políticos. Se trata de naciones inestables por definición, con poblaciones sub educadas y sistemas de administración y salud espantosos.

Según publica el diario El País de España, África roza la barrera de los 4.000 contagiados en 46 países y suma 117 muertos registrados por coronavirus. Sudáfrica sigue siendo el epicentro de la pandemia en el continente, con 1.170 casos, seguido de Egipto (536), Argelia (454), Marruecos (358), Túnez (227), Burkina Faso (207), Ghana (141) y Senegal (130). En varios países se han sucedido altercados y acciones de represión policial contra la población.

La actividad minera se ha paralizado en naciones que viven de la extracción de minerales y piedras preciosas. Las balas están al orden del día, y la población corre hacia las áreas rurales huyendo de las grandes ciudades. Millones son analfabetos y viven a la intemperie. China, que vuelca millones en el continente, no ha brindado ningún tipo de ayuda humanitaria.

La curva de aprendizaje está abierta y hay puntos de discusión muy fuertes. Dos hombres desafían al sistema desde la ciencia. Didier Raoul, eminente médico galo, ha obtenido resultados prometedores en el tratamiento del COVID-19 utilizando medicamentos existentes como la cloroquina, empelada para curar la malaria. Por otro lado, el virólogo argentino Pablo Goldsmith, hoy residente en Mónaco, sostiene que la curva de contagio que emplea la Organización Mundial de la Salud está mal elaborada y que debe ser corregida.

Raoul ha publicado un libro titulado “Epidemias, peligros reales y alertas falsas” apuntando a lo que señala es un alarmismo inconducente de gobiernos y medios. Puntualmente indica, citando a uno de sus colaboradores: “no es descartable que la costumbre de escupir de muchos Chinos haya sido un vector de contagio importante”. Pero saluda también la “estupenda” reacción de las autoridades chinas en la gestión de la crisis del Covid-19, y minimiza su gravedad, comparada con otras epidemias más mortíferas. Redoblando la apuesta, en su libro también expresa: “todas estas epidemias supuestamente escalofriantes, no rebasaron los 10.000 muertos, en cambio, otras epidemias que se descuidaron como el cólera en África y sobre todo en Haití, mataron a 10.000 personas”. Y califica de “histeria mundial” la agitación en torno al coronavirus Covid-19”.

Por su parte, el argentino Pablo Goldsmith expone: En el Imperial College de Londres, que tiene un servicio muy bueno de epidemiología y de predicciones matemáticas, hay un profesor, (Neil) Ferguson, que hizo el modelo de las curvas que se achatan, o no, en epidemiología. Y que fue tomado para todas las decisiones políticas gubernamentales por consejo de la Organización Mundial de la Salud, sin discutir ni poner en tela de juicio las ecuaciones. Yo desde el principio empecé a analizar esto y vi que había algo raro. A mi eso no me cerraba. Anteanoche, este señor Ferguson dijo que la proyección que hicieron debía ser masivamente disminuida -tal la palabra que usó en inglés- con respecto a las cifras de muertes.”

La curva de aprendizaje del COVID-19, “la epidemia china” como le gusta señalar a Donald Trump, es más amplia que lo que muestra el discurso de la política y de los medios.