El Gobierno destina más recursos para promover el desarrollo, pero a la vez desincentiva la inversión privada.
Antes de asumir la presidencia, Cristina Kirchner anunció la creación del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva. Jerarquizó así lo que hasta entonces funcionaba como una secretaría en la cartera de Educación. Esa investidura, sin embargo, no llevó al área a tener mayor relevancia que otras iniciativas oficiales de menor importancia estratégica para el país.
El gasto del ministerio dirigido por Lino Barañao totalizó $ 1019 millones en 2012, y ascendió en el presupuesto del año en curso a $ 1456 millones. La cifra, que incluye herramientas de financiamiento a distintos sectores, es apenas unos $ 200 millones mayor que la partida que el Gobierno destinó este año al Programa Fútbol para Todos. Al Conicet, un organismo descentralizado que subvenciona la formación de recursos humanos y la investigación, le fue mejor: se le asignó el doble que al deporte más popular del país. Los datos muestran una realidad contradictoria. En los últimos años, la inversión pública en Investigación y Desarrollo (I+D) creció. Pero, según especialistas, la inyección de recursos no llega a traducirse en la creación y promoción de empresas innovadoras. El Gobierno, que hace el principal aporte, es también verdugo de su iniciativa, ya que la escasez del aporte privado -que se convierte más rápido en beneficios- es efecto del desaliento provocado por políticas oficiales y la inestabilidad económica.
El economista austríaco Joseph Shumpeter ubicó a las disrupciones innovadoras del emprendedorismo empresario en la base del crecimiento económico. Apple, Google y Facebook, entre muchas otras, parecen darle la razón.
Distintos indicadores muestran avances en la Argentina. Pero en la comparación con otros países, el rezago es grande. Por tomar sólo un parámetro, nuestro país suma, desde la década del 80 hasta el presente, 1279 patentes en el registro radicado en los Estados Unidos, contra casi 4,9 millones de ese país, unas 905.000 de Japón y, sin ir tan lejos, 3087 de Brasil. A nivel local, los altibajos en la serie de patentes concedidas por el Instituto Nacional de la Propiedad Industrial (INPI), entre 2007 y 2011, demuestran que no hay una correlación directa con el incremento de inversión en I+D, cuya tendencia resulta positiva en el período. Y no sólo es cuestión de cantidad. Aunque “la evolución es positiva en la última década en términos cuantitativos -detalla un trabajo de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal)-, debe ser matizada a partir de consideraciones cualitativas”. El organismo advierte, además, una dependencia en ese crecimiento de los títulos otorgados a no residentes, es decir, firmas extranjeras que protegen sus derechos en el país.
En la región, donde el país está bien posicionado en inversión, también hay matices. “En el Global Innovation Index 2013 (WIPO/Naciones Unidas), la Argentina quedó detrás de Chile y Brasil en su capacidad de innovación relacionada con su producto per cápita equivalente (PPP, paridad de compra), que es algo superior al de ambos países”, observa Pablo Bereciartua, director de la Escuela de Ingeniería y Gestión del ITBA.
Según el dato oficial, la inversión en innovación es de 0,7% del PBI, marca que ubica al país entre los primeros del vecindario y lejos de los líderes. En Japón y en Estados Unidos, el desembolso es cercano a 3%, y en Brasil ronda el 1,16 %. La meta que aparece en los objetivos del Plan Argentina Innovadora 2020, presentado en marzo por Cristina Kirchner, es subir la tasa a 1,65 %.
En la actualidad, una parte del apoyo estatal se canaliza a través de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica del Ministerio de Ciencia, que administra el Foncyt, Fonarsec, Fontar y Fonsoft, un conjunto de fondos orientados a desarrollos de ciencia, tecnología y software. También aquí un dato expuesto como un logro palidece a la sombra de los recursos para el fútbol: entre 2008 y 2011, la agencia destinó $ 1731 millones a proyectos de investigación y desarrollo, mejoras de infraestructura y recursos humanos.
La semana pasada, en la cena del Día de la Industria, la Presidenta pidió a los empresarios que aumentaran su inversión para innovar. Es que, como se ha dicho, el sector público es protagonista de los desembolsos. “Por cada dólar que invierte el gobierno norteamericano, los privados invierten dos. En Brasil es 50 y 50 %. Aquí el Estado hace el esfuerzo porque no se les da a las empresas un ámbito para que inviertan. Pero son ellas las que aplican el conocimiento al mercado; el beneficio llega más rápido que cuando está en manos del Estado”, explica Luis Dambra, profesor del área de Operaciones y Tecnología del IAE.
Los empresarios argentinos cuidan sus billeteras. Como su colega académico, Juan Massot, director de Economía de la Universidad del Salvador, halla las causas en el contexto: “Hoy, las compañías no tienen previsibilidad. Hay variables, como el tipo de cambio que, al modificarse, complican proyectos de largo plazo. Algunas recortan gastos en I+D porque dejan de ser rentables por el atraso cambiario, el cepo, las restricciones a las importaciones. Otras más grandes, por ejemplo, farmacéuticas o firmas de biotecnología, trascienden la coyuntura porque tienen más espalda”.
Eduardo Remolins, gerente de innovación en Wiener Lab Group, pone el foco en la composición del sector. “El hecho de que la Argentina no haya creado un número importante de grupos económicos multinacionales que puedan invertir en innovación y tenga un sistema financiero averso al riesgo, hace que la tasa de innovación quede vinculada a esfuerzos individuales. Por eso hay ejemplos puntuales, pero no es la característica sistémica del país. Por otra parte, las multinacionales innovan en sus matrices y quedamos afuera”, indica Remolins.
Sobre la innovación en las pymes, un estudio de la Cepal enumera tres principales limitantes: “Riesgos económicos excesivos, costos elevados y falta de financiamiento”.
“Para que la innovación sea negocio –dice Lisandro Bril, socio de gestión del fondo AxVentures– hay que tener una mirada de largo plazo, y hoy la rentabilidad de una empresa depende de muchos factores macro que desalientan la inversión. Por ejemplo, la discrecionalidad en la política comercial. Las dificultades se ven, por ejemplo, en la caída del país en el indicador del Banco Mundial sobre la facilidad para hacer negocios.”
La inflación impacta en la innovación, al igual que las trabas a las importaciones impuestas por Guillermo Moreno. “Distrae la agenda del empresario –afirma Dambra-, que se concentra en apagar incendios día a día, y quita esfuerzo a la innovación.”
Esas dificultades para el desarrollo son parte del índice de competitividad del World Economic Forum, que pondera a la innovación como una de sus variables. Hace pocos días se informó una nueva caída del país en el ranking. Claro que nada de eso es parte de la monumental muestra de innovación de Tecnópolis, un espacio reservado a las conquistas de 2003 en adelante.
Los especialistas ven con buenos ojos la gestión de Barañao y el alza en los recursos. Pero cuestionan los resultados. Bereciartua observa que “el incremento en su inversión pública en I+D en los últimos años no generó resultados acordes especialmente en cuanto a la generación y promoción de empresas innovadoras”. Tampoco percibe cambios sustanciales en el perfil de exportaciones del país ni en la generación de patentes vinculadas con innovaciones relevantes. ¿Por qué? “La innovación no requiere sólo conocimiento, sino también de la capacidad de ponerlo en valor en los mercados. Es decir, la verdadera competitividad no es la basada en el tipo de cambio o la devaluación, sino una competitividad dinámica basada en la capacidad de insertarse en el mundo con una mayor diferenciación, calidad y productividad”, dice Bereciartua.
Para que eso ocurra, considera esencial la acción del empresariado y el fomento a la creación de empresas. La innovación, propone, debe darse a través la investigación aplicada (a la creación de productos y servicios) y la innovación abierta (o sea, valerse de los conocimientos disponibles en el mundo), como en el caso de la soja: “Los productores fueron capaces de utilizar un desarrollo como la soja RR, junto con el glifosato y un modelo de gestión -la siembra directa- para alcanzar los más altos niveles de producción, ahora extendidos a otros países”.
El marco ideal es el de un sistema integrado. “Las innovaciones son cada vez más el fruto de un entramado de relaciones entre instituciones y su evolución en el tiempo”, define Bereciartua. Aunque hay esfuerzos por unir las piezas, hoy impera la desarticulación. Para Santiago Siri, un exitoso emprendedor tecnológico, la innovación debe empezar en la formación inicial: “El analfabetismo literario ya está solucionado. Deberíamos medir el silicio per cápita e incorporar la programación en las escuelas”.
Los recursos humanos son una fortaleza del país. “La ventaja competitiva sustentable de las naciones está en sus políticas de innovación y emprendedorismo que las capture. Aquí nos destacamos en proyectos de Internet, biotecnología aplicada a la agricultura y biocombustibles”, precisa Bril, que distingue una tendencia negativa para el país, como otra muestra de las contradicciones de una política de aliento con escollos: “La Argentina fue eficaz en repatriar científicos. Pero exporta cada vez más emprendedores”. La forma de explotar y retener las ideas, plantea el referente en el universo entrepreneur, es la creación de hubs tecnológicos. Pese a que otras ciudades de Chile, Brasil y Colombia la aventajan, Buenos Aires avanza en ese camino. El Gobierno Porteño estima que las industrias creativas representan 10% de la economía de la ciudad. Y trabaja en la creación de Distritos Creativos para generar sinergias, a partir de la clusterización. La innovación está en marcha, pero tendrá que ser hábil para saltar barreras y correr más rápido que la pelota.