Los argentinos se definen por naturaleza como integrantes de la clase media, hoy más un club aspiracional que una realidad. El análisis realizado por del Cedlas indica que son más los ricos que se identifican de esta manera, que los pobres.
En los últimos meses, la discusión sobre los argentinos que forman parte o no de la clase media se ha ampliado y analizado. Argentina es uno de los países con percepción más errada de sus ciudadanos sobre en qué lugar de la distribución de ingresos le toca situarse. La clase media se transformó en un club aspiracional al que tanto ricos como pobres creen pertenecer. La “crisis de identidad” está extendida y excede el caso de la presidenta Cristina Fernández, que en 2012, meses después de declarar su patrimonio en más de 80 millones de pesos, dijo: “Siempre me he sentido muy orgullosa de ser parte de la formidable clase media argentina”.
Hay una disciplina que estudia este tipo de aspectos psicológicos, junto con los institucionales, políticos y culturales de la realidad fiscal de un país y se llama “sociología fiscal”. Este método tiene décadas de trayectoria en países como Inglaterra o España. Pero en nuestro país, recién está dando sus primeros pasos y hay algunos estudios, pioneros en la materia, que se ocupan del gasto público y los impuestos desde un prisma poco convencional. “La desubicación socioeconómica tiene consecuencias determinantes en el diseño de la política fiscal, tributaria y distributiva, porque al sentirse más pobres de lo que en realidad son, los ricos (en términos relativos) no tienen incentivos para apoyar medidas que favorezcan a los deciles más pobres en el reparto de los ingresos”, explicó el economista Damián Bonari, especialista en finanzas y políticas públicas y actual investigador principal de Cippec.
Un trabajo que publicó hace un año el Cedlas, de la Universidad de La Plata, determinó que “un 50% de la población piensa que se ubica en los dos deciles -20%- del segmento medio, y eso es matemáticamente imposible”. Después del estudio se encontró un efecto más asimétrico: son más los ricos que creen ser “tipos promedio” que los pobres que se ven como integrantes de la clase media.
La muestra fue tomada sobre 1.100 hogares del Gran Buenos Aires y contó con el financiamiento de la Fundación Carolina, arrojando conclusiones realmente interesantes. Entre ellas, se establece que una buena parte de los errores de percepción se explican en que tendemos a compararnos con gente de nuestro mismo grupo social: “La sensación subjetiva depende del lugar y grupo de referencia. Los hogares de menores ingresos en un barrio de nivel socioeconómico alto tendrán una mayor propensión a sentirse más pobres con respecto a toda la población”, marcaron desde Cedlas.
Otro dato que llamó la atención surgió cuando se dividieron a los entrevistados en dos grupos. Una vez que se concluyó la primera ronda de la muestra, a la mitad de la gente se le informó que se ubicaba en un escalón más alto en la pirámide de ingresos de lo que creía estar y al otro grupo no se le dijo nada. Desde el primer grupo, después de conocer el dato, pidieron que el Gobierno nacional aplique políticas redistributivas desde los ricos hacia los pobres.
“Es todo un tema, la mayoría de la gente se percibe de clase media, y por lo tanto está a favor de políticas redistributivas, pero hacia ellos. Acá subyace el problema entre los juicios subjetivos que hacen las personas y las medidas objetivas. Incluso dentro de las medidas objetivas existen diferentes criterios para medir, por ejemplo, la clase media. No obstante, las estadísticas que contemplan las escalas de ingresos monetarios y la composición familiar son concluyentes. Un ejemplo de alto perfil en el debate público es el de la discusión por Ganancias, el mínimo no imponible y por este impuesto progresivo en general: hay resistencias enormes, por más que los gravados están en los deciles de mayores ingresos de la población. Es cierto que el decil de mayores ingresos es el más desigual a su interior, pero no por eso hay que olvidarse que el 90% de la población está peor”, señala Bonari.
Haciendo un poco de historia, se debe resaltar que hasta la década del 70, Argentina estaba en el podio de los países más igualitarios de América Latina, junto a Uruguay, Cuba y Costa Rica. Sin embargo, aparecieron las crisis macroeconómicas de los últimos 30 años, que funcionaron como “destructores de igualdad”, quedando el país relegado a la mitad de tabla en la región en este aspecto.
Otro punto clave fue la crisis de 2001, donde los indicadores de distribución del ingreso mejoraron a paso rápido hasta 2007; los especialistas del Cedlas tienden a pensar que se estancaron, aunque las estadísticas han pasado a ser más borrosas desde la intervención del discutido Indec.
Claro que la de los argentinos con la clase media no es la única “crisis de identidad” que se da a escala de un espejismo masivo. Tampoco es el único campo donde “el promedio” ejerce una atracción irresistible sobre la mayoría de la población. Existen estudios conductistas en Estados Unidos que muestran cómo la mayor parte del electorado tiende a definirse en materia de ideología como “de centro”, por más que después, cuando hablan de sus creencias políticas, resultan estar situados muchos más cerca de los extremos de derecha o de izquierda. Un ejemplo más de este mecanismo que es propio de la humanidad.