Una mujer y su hija relatan su intento de atravesar la frontera para huir de un narco.
El mar partido en dos por un muro con alambradas. La ola rompe con fuerza contra esta infraestructura de hierro y la mitad del agua acaba en México y la otra en EEUU. María (nombre ficticio), de 32 años, pasea junto a su hija de 16 años por la playa de Tijuana tras haber recorrido miles de kilómetros desde que el 12 de octubre partieran de Colón (Honduras) para sumarse a la Caravana Migrante huyendo del acoso que sufría la adolescente por parte de un narcotraficante que quería que fuese su novia. “Desearía tener alas para cruzar ese muro”, asegura la madre a escasos centímetros del mismo, al tiempo que lamenta el hecho de “estar tan cerca y a la vez tan lejos de EEUU”. Un helicóptero de ese país sobrevuela la playa para impedir que un grupo de migrantes escale el muro o lo rodee nadando para cumplir su ‘sueño americano’.
María ni vuela ni sabe nadar, así que la noche anterior a su paseo por la playa trató desesperadamente de ‘brincar’ al otro lado con un ‘coyote’. A las 20.00 horas, se formó un grupo de unas 50 personas en el deportivo Benito Juárez de Tijuana, que sirve de albergue para la Caravana Migrante. Todas ellas, incluidas María y su hija, dejaron sus colchonetas y mantas y se dirigieron con un hombre a una “galera forrada de nylon” donde pasaron la noche a la espera de cruzar ilegalmente a EEUU a través de un túnel. Serían dos horas bajo tierra para llegar a un lugar desconocido al otro lado de la frontera donde una furgoneta les trasladaría a una vivienda de Los Ángeles. De ahí solo podrían salir si pagaban los 500 dólares que costaba este ‘viaje’. Sin embargo, esta persona, también conocida como ‘pollero’, nunca apareció.
Pasaron las horas y María y el medio centenar de migrantes, entre los que había varios niños, veían que nadie iba a recogerlos, pese a que algunos ya habían adelantado parte del pago. Trataron de dormir con un “frío insoportable” sobre unas planchas de madera, si bien María reconoce que no pegó ojo “por miedo, ya que no sabíamos ni con quién íbamos a viajar”. A las 03.00 horas de la madrugada, debía recogerlos el hombre que los iba a conducir a EEUU, pero pasaron otras tres horas y nadie apareció pese a que le llamaron por teléfono. A las 06.00 les informaron de que debían regresarse al albergue, porque el ‘pollero’ no iba a acudir a su cita, si bien la mayoría decidió quedarse a esperarlo porque ya habían adelantado parte de los 500 dólares. María y su hija aún no habían depositado el dinero, así que optaron por volver al albergue y salir corriendo de “ese lugar feo donde nos habían dejado” por miedo a que los detuvieran las autoridades de Migración de México.
“Nadie se podía acercar a ella”
No obstante, María no se rinde y esta misma semana volverá a intentar contratar a otro ‘coyote’ para llegar a Miami, aunque esta vez el pago será de 700 dólares por cada una. Su determinación por entrar en EEUU es total, ya que, según confiesa, viene “huyendo” con su hija, quien estaba siendo “acosada” por un narcotraficante hondureño de 40 años que se encuentra recluido en una prisión de máxima seguridad de Tegucigalpa. “Me la perseguía y me la vigilaba, hasta el punto de que mi hija no podía tener amistades ni en el colegio”, denuncia. La obsesión del narcotraficante por su hija de 16 años es tal que llegó a amenazar a la menor con matarla si llegaba a tener novio.
“Nadie se podía acercar a ella, porque la persona que lo hiciera lo iba a pagar y ella misma también”, revela la madre de la menor, quien señala que este hombre les dijo que un día iba a salir de la cárcel y la adolescente “iba a ser de él” en cuanto cumpliera la mayoría de edad.
“Esas personas están acostumbradas a acceder a las niñas, así como mi hija”, lamenta María, quien agradece a Dios que el narcotraficante nunca la obligara a llevar a su hija a la cárcel para que fuese violada, tal como ocurre con otras menores de edad. La vida se había hecho insoportable para ambas e incluso la menor “no rendía en el colegio”, dado que este hombre “mandaba hombres para vigilarla” las 24 horas del día para impedir que “nadie se le acercara excepto yo y su padrastro”. Cuando se enteró que se habían sumado a la Caravana Migrante, el recluso envió a uno de sus ‘trabajadores’ para “vigilar todos nuestros movimientos” y advertirla de que si regresaba a Honduras, le quitaban a su hija. No obstante, María desvela que hace pocos días se le acercó esta persona para tranquilizarla y revelarle que ya no iba a vigilarlas más por lo que les pidió que no se sintieran “oprimidas”, ya que también iba a intentar huir de su ‘jefe’ y refugiarse en EEUU.
Ahora, María solo piensa en que esta vez el ‘coyote’ no les falle para que puedan cruzar al otro lado, donde su hija pueda ser libre y cumplir su sueño de estudiar Periodismo.