Nuestro fútbol no puede pasar por un momento más oscuro que el actual. Y sin embargo, al acercarse a la penumbra final, puede aspirar a ver salir el sol que siempre aparece en el horizonte.
A todos nos revienta la demagogia, al menos en su acepción habitual: “charlatanería”, palabras vacías que solo sirven para justificar o rebatir perezosamente una idea con argumentos fáciles y lógica simplista, es decir, inexistente.
Es deporte nacional, además, acusar de demagogia a todo hijo de vecino cada vez que no nos gusta una idea; pero, a la vez, tampoco nos apetece (o no sabemos cómo) rebatirla. La manera de salir del círculo vicioso del “todo es cuestión de opinión” es, sencillamente, obtener los datos, estudiarlos y dejar trabajar a la lógica.
Porque la mayor parte de los temas que analizamos, en verdad, no son “cuestión de opinión” sino cuestión de analizar las cifras. Y si tenemos diferentes opiniones es porque nos basamos en evidencias distintas. Ejemplo rápido: una de las justificaciones que se repite como un mantra cada vez que se discuten los escandalosos sueldos de las estrellas futbolísticas de turno, es que “lo valen, porque luego generan más y los clubs recuperan con creces el dinero”.
Teniendo en cuenta que clubes como Boca, River o tantos otros arrastran deudas de millones con Hacienda y que la deuda de todos ellos por aportes al sistema de seguridad social es de centenares de millones, queda claro que esta afirmación es completamente falsa. Tan falsa como que Schoklender merece el dinero que se ha pagado por sus edificios nunca terminados, o que la inflación y la inseguridad son sensaciones que algún perverso metió en la cabeza de la sociedad.
Peor aún: poco después de haber sufrido el sofocón dramático de nuestra histórica burbuja de convertibilidad, nos mantenemos voluntariamente ciegos a las nuevas burbujas que se nos vienen encima; y la del fútbol sin sustento, es solo una de ellas. Básicamente, cualquier cosa con la que se especula sin medida es una burbuja. Y somos tan listos, que nos da igual.
Cierto que, a menudo, recopilar todos los datos pertinentes a un determinado tema es un infierno, especialmente en un país tan opaco y cínico como éste. Pero los argentinos tenemos la mala costumbre de no aceptar nunca los datos que nos aporta el “contrincante”, sin molestarnos en considerar su validez.
Y cuando nuestros mejores exponentes son comprados por kilo y llevados a mercados futbolísticos (?) como Croacia, China, Kuala Lumpur o el Tíbet, deberíamos darnos cuenta de que no existimos como sociedad cotizable y que nuestra economía es poco más que una risa.
Simplemente nos quedamos con unas pocas cifras que avalan nuestra tesis y cerramos la puerta, porque a partir de ahí solo hace falta hablar con la boca bien grande y cara de inteligente. Para más ejemplos, echar un vistazo a cualquier programa donde se debata sobre el más popular de los deportes.
En ninguno de ellos se tocará ni siquiera tangencialmente el hecho de que el ya tristemente célebre “Fútbol Para Todos” suponga una ficción de “justicia social” que esconde principios que mezclan al circo romano con la propaganda que, en algún momento, imaginó Joseph Goebbels para inmortalizar lo que ciertamente era impresentable.
Todo se resumirá a “críticas” acerca del comportamiento de algunos dirigentes, de los negocios que se hacen en cada transferencia, de la relación con lo peor de las barras seguidoras y naderías aún menores, como el comportamiento de los árbitros o los cotidianos escándalos que involucran a jugadores y damiselas de variado cuño.
Pero mucho se cuidarán todos de ir al fondo de la cuestión: un fútbol que gasta mucho más de lo que produce, como ocurre con una preocupante mayoría de argentinos; y que, como ellos, vive de la teta inagotable de un Estado que lo subsidia, lo usa y lo prostituye hasta límites que le hacen perder su verdadera esencia. Y que como con la industria, el comercio o el dólar, cada tanto lo hará estallar para “ajustar” los resultados de semejante delirio.
¿O es que alguien cree seriamente que esta ficción millonaria y deficitaria podrá mantenerse eternamente sin que llegue alguien que ponga un poco de cordura y grite que “hasta aquí llegó mi amor”?
La pregunta es qué pasará, entonces, con el fútbol argentino.
¿Más sangría de jugadores? Imposible. Salvo, claro está, que los vendamos en el mismo instante que el test de embarazo de sus madres dé positivo.
¿Más quiebra de clubes deportivos? Difícilmente. Para ese entonces, es probable que los mismos pertenezcan -directa o solapadamente- a grupos inversores que ya por estas horas deben estar adquiriendo las deudas impagables devenidas de tanto disparate cotidiano.
Y seguramente la violencia, orientada y fomentada desde el poder político y el económico, será el justo pretexto para terminar con lo que queda de sana pasión y entregar sus restos al simple negocio. En el que, dicho sea de paso, participarán sin dudas muchos de los que desde el Estado prebendario tiran día a día alcohol a la hoguera en la que el fútbol va quemándose.
Se tratará, como siempre, de buscar pretextos, culpables y chivos emisarios. Y también, de mirar hacia el costado y sostener que ninguno de nosotros tiene culpa alguna, que fuimos engañados, que siempre dijimos que ello iba a pasar y que “el otro” es el único responsable.
Y por supuesto, en caso de problemas, acusar a los demás de demagogia.