De albas y ocasos

El peronismo se ha quedado con toda la república. Mientras una de sus expresiones la destruye, otra se dispone a “salvarla”. Como Herminio, Cafiero, Menem y Duhalde, ahora el kirchnerismo hecho jirones deja paso a un nuevo liderazgo, por un tiempo.

En Argentina, existen tantos peronismos como sea menester. El actual proceso electoral nos muestra uno que pretende encabezar el Gobierno, aunque tan solo sea para mimetizarse con una historia más aceptable para el electorado que la agotada del “kirchnerismo”. A su vez, contiene en sí mismo un peronismo centrista y moderado, con Daniel Scioli a la cabeza; otro muy parecido a la versión demócrata-cristiana que proponía Perón en sus últimos días y que ahora reconoce en Sergio Massa a su líder y mentor; y una tercera variante más aluvional y heterogénea que se expresa en el “denarvaísmo”, que claramente ingresó en su cuarto menguante.
En los distritos, a veces mezclados y a veces enfrentados, centenares de “peronismos” locales responden a caudillejos menores que solo tratan de subsistir en sus cuotas de poder, más vinculadas a los negocios que a las ideas. Pero entre todos logran lo que en cualquier país serio sería tan imposible como repudiable: el peronismo destruye una y otra vez a la Argentina, para que el peronismo la salve.
Todos y cada uno de nosotros nos convertimos en rehenes de una puja de poder interminable, que volverá a renacer cada vez que “los peronistas” huelan a final de ciclo y se empujen entre ellos para saltar del barco que se hunde y subirse rápidamente a otro de diferente color que pase calafateado.
Con Menem, estuvieron todos los que luego acompañarían a Eduardo Duhalde. Con el lomense, caminaron felices y convencidos del valor del “aparato” los que en pocos meses tornarían entregados al “progresismo revolucionario” del hoy declinante kirchnerismo. Y mañana, apenas mañana, estarán abjurando del ciclo que se va y proponiéndose como garantes de la “moderación” de Massa.
Siempre igual, y siempre exitosamente. Porque semejante gatopardismo con olor a inmundicia no sería posible sin la colaboración de un electorado dispuesto a olvidar, a enamorarse hasta el arrobamiento de quien más cosas le prometa y a abandonar inmediatamente sus responsabilidades de control y participación. ¿O cree usted que sería posible de otra forma?
Mientras tanto, la “otra” oposición (radicales, socialistas, progresistas, izquierdistas, etc.etc.) sigue jugando a regodearse en la denuncia y el escándalo, sin aportar un solo liderazgo o una sola idea que brinde una alternativa a los ciudadanos de este país semper fidelis al justicialismo más berreta que la historia reciente haya conocido. Pero, ¿qué quiere? ¿Hay otra cosa en el horizonte?

Ocasos

Las decadencias suelen ser tan tristes como inevitables. Cuanto más alto se haya estado, más patética será la caída si quien la padece no entiende que los ciclos de la vida suelen colocarnos alternativamente en eso que se llama pomposamente “éxito” para empujarnos poco después al “fracaso”. No son muchas las personas que están preparadas para comprender que ni uno ni  otro son definitivos, y que a lo largo de nuestro tiempo en este mundo los conoceremos por igual como parte de la lógica que a cada uno le toca.
Por estas horas, los argentinos asistimos al triste espectáculo de una gobernante que se niega a aportar algo de elegancia –ni pensar en inteligencia o grandeza- al ciclo final de su poder. Histérica, encendida, furiosa, Cristina se muestra ante la sociedad como un ser desesperado por el vencimiento de su plazo institucional e histórico.
Agrede, insulta. Pretende ironizar su impotencia. Y en definitiva, pone en evidencia la pequeña enjundia de una persona que nunca estuvo preparada para las altas responsabilidades que, tan solo por el dedo autocrático de su marido, llegó a tener en la República. Jaqueada por propios y extraños, abandonada por aquellos que hasta ayer le temían y hoy se disponen a cobrar cara cada humillación, vacía de ideas y de ideólogos, la Presidente languidece como protagonista de un sainete de baja estofa que se parece mucho más a su esencia que a los costosos ropajes y joyas tras los cuales intentó esconder mediocridades.
El tiempo de Cristina llega a su fin. Y ese fin es tan estentóreo, que por estas horas a nadie se le ocurre una continuidad del kirchnerismo que la contenga; y menos, que la obedezca. Ha sido tan desastroso su derrotero majestático, que al final del camino, como su antecesora Isabel, se encontrará con que ni el apellido que le dio razón de ser le será reconocido por una dirigencia que arrastrará sus despojos para sacudir las propias culpas.
Como siempre pasa en la Argentina con todos a los que el peronismo deja jugar un rato a que son líderes.

Cuidado con el perro

El manipuleo al que fue sometido el resultado electoral en Corrientes es una demostración palpable de la necesidad del Gobierno de mantener una imagen triunfadora para poder preparar la retirada en mejores condiciones. También podría suceder (y hay señales en tal sentido) que, en vez de una retirada, la Presidente y el núcleo duro que la rodea decidan jugarse el todo por el todo y crear una situación tan conflictiva que justifique definirla como excepcional, de tal modo que puedan o deban dictarse medidas de emergencia igualmente excepcionales.
No son pocos los que por estas horas deslizan en el sensible oído presidencial algunas de estas paranoicas versiones, buscando aprovechar el lado inestable de Cristina para impulsarla a una aventura tan disparatada como imposible. Algunos “consejeros”, viejos expertos en el arte de subvertir el orden legal, no parecen dispuestos a aceptar un cambio de era, pues seguramente deberán dar muchas explicaciones acerca de manejos nada claros de fondos públicos. O como en el caso de algún “perro” que anda suelto, de manipulación de causas judiciales vinculadas a cuestiones de Derechos Humanos que se habrían direccionado en busca de pequeñas venganzas personales.
Cosas veredes Sancho, que si crederes…”.