La batalla definitiva por el clima se está trasladando de los informes científicos, las cumbres políticas y las coberturas mediáticas a las calles. Y ya no hay solo un bando.
Miles de granjeros furiosos han tomado con sus tractores las carreteras de los Países Bajos. En un lento desfile desde las regiones agrícolas del norte hasta La Haya, protestan porque el Gobierno quiere obligarlos a hacer más por el medio ambiente. La caravana, unida al mal tiempo, logró paralizar el país con el mayor atasco de su historia. Más de 1.000 kilómetros de rabia que resumen cómo la batalla definitiva por el clima se está trasladando de los informes científicos, las cumbres políticas y las coberturas mediáticas a las calles. Y ya no hay solo un bando.
Hace un año en estas fechas, los chalecos amarillos hicieron su aparición tomando las calles de toda Francia contra el plan de Emmanuel Macron de subir los precios del combustible. La medida, englobada dentro del plan de “transición ecológica”, afectaba sobre todo a trabajadores de las zonas rurales, donde el presidente fue tildado de “elitista”. Las manifestaciones acabaron transformándose en un amplio movimiento de protesta contra las desigualdades sociales teñido de amarillo, pero representaron el primer aviso de que repartir el coste de un planeta más verde no va a ser sencillo.
“[Tomar medidas contra el calentamiento global es] tan complicado de gestionar como la crisis de refugiados”. Así de tajante se mostró el primer ministro holandés, el liberal Mark Rutte, cuando esta semana anunció ante la prensa el esperado plan para la reducción de emisiones de dióxido de nitrógeno para cumplir una normativa de la Unión Europea. Medio país se ha puesto en contra del Gobierno: granjeros, constructores, ingenieros, conductores, motoristas.
¿Fin del mundo? ¡Fin de mes!
El ganado, junto con la construcción y el transporte, son las principales fuentes de estas emisiones. Pero los granjeros creen que ya han hecho esfuerzos sustanciales para reducir emisiones y que las nuevas directivas ponen en peligro sus negocios. “El año pasado no sabíamos nada del nitrógeno y ahora, de repente, es un asunto de vida o muerte”, dijo el granjero Micha Bouwer, de la asociación Fuerza de Defensa de los Granjeros, a la televisión pública NOS. “Estos son gente de ciudad que tienen dos plantas en su balcón y dicen que la ‘naturaleza está sufriendo'”, ironizó.
El ‘deja vù’ neerlandés de aquellos franceses que salieron a las calles con pancartas que respondían al eslogan de Macron “Hacer que el planeta sea grande de nuevo” es un nuevo aviso de que la lucha del cambio climático no ha hecho más que empezar. “Macron está preocupado por el fin del mundo y nosotros estamos preocupados por llegar a fin de mes”, rezaban las pancartas como una premonición de lo que comenzaría a verse cada vez más en otras partes de Europa.
En Bulgaria, el país más pobre de la Unión Europea, miles de personas salieron a las calles el año pasado para quejarse de que pagan el combustible a precio europeo pero con un salario medio de 575 euros mensuales. Y también en la rica Suecia de la famosa Greta Thunberg se declaró el Bensinupproret (el Levantamiento de la Gasolina), donde algunos vistieron incluso chalecos amarillos para salir a denunciar que están pagando “más impuestos por la gasolina que lo que esta cuesta en realidad”. Los legisladores afectados por la “histeria” climática han optado por “castigar a la población en general” con grandes impuestos, señalaba el evento sueco de Facebook, donde más de 600.000 personas se sumaron a las manifestaciones.
¿Quién paga la adaptación?
Holanda es el segundo mayor exportador de productos agrícolas del mundo y el sector agrícola y ganadero fue señalado en 2018 por el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente como “responsable importante del problema de nitrógeno y climático”.
Pero los granjeros como Stef, quien tiene una operación con 300 vacas, se lamentan de tener que hacer “una inversión de miles de euros, de la que no recuperaremos un duro”. Las sucesivas normativas nacionales y europeas les suponen cada vez más dificultades para adaptar sus establos y lograr los certificados de emisiones necesarios. “Tenemos que invertir mucho dinero en cosas que tienen un efecto pequeño”, se queja.
Esto no queda acotado a las zonas rurales. Las acciones del Gobierno neerlandés para aliviar al planeta amenazan los bolsillos de muchos. A los granjeros podrían seguir protestas de transportistas y conductores holandeses contra el plan del Gobierno de limitar la velocidad máxima a 100 kilómetros por hora durante el día. “Cientos de horas extra de viaje cada año”, se lamentan los motoristas holandeses, que ya han anunciado que saldrán a la calle para protestar contra la medida.
También los constructores se quejan. Una investigación sobre el ácido perfluorooctanoico (PFAS, en sus siglas en inglés) —un grupo de unas 6.000 sustancias tóxicas, de las cuales 1.500 pueden ser cancerígenas— tiene el sector paralizado. Un estándar establecido por el Ejecutivo supone que gran parte del suelo holandés, de lodo y de arena, ya no se puede excavar ni transportar hasta que una investigación muestre cuán dañino podría ser para la población. De momento, habrá que esperar hasta 2020. “En previsión de estas investigaciones se ha detenido toda la construcción y la infraestructura”, dice el empresario Klaas Kooiker, quien convocó la protesta de ingenieros y obreros hace unas semanas.
Cuanto más ruido, mejor
En el bando opuesto también están llevando la intensidad de sus opiniones a las calles. Las movilizaciones que exigen más medidas contra la emergencia climática han batido récord este año en todo el mundo con más de 4,0 millones de personas que se unieron a las huelgas climáticas en 185 países el pasado 20 de septiembre y más de 7,0 millones el 27 de septiembre.
Las protestas organizadas por Extinction Rebellion han ocupado diferentes ciudades del mundo exigiendo más mano dura contra los que contaminan. En Ámsterdam, acamparon cortando una de las calles principales de la ciudad para alertar de la subida del nivel del mar y la falta de medidas contra el cambio climático, hasta que fueron desalojados por la Policía. Y lo mismo hicieron, a la vez, en otras ciudades del mundo, desde España, Francia o Alemania, pasando por Australia, Brasil y Canadá. Todos buscando el máximo ruido para salvar el planeta.
La disposición a protestar en las calles en Holanda se sitúa en un 5%-10% de los ciudadanos, una cifra todavía lejos de los países del Sur como Francia (40%-45%), pero en claro ascenso. Según Berend Roorda, especialista en derecho de manifestaciones, el Gobierno pasó de recibir 350 solicitudes de manifestaciones en 2002 a más de 1.500 en lo que va de 2019. Solo en Ámsterdam, la cifra ha subido más de un 400% en apenas cinco años. “Hay una mayor polarización en la sociedad, más grupos de acción activos en todo el mundo y el auge de las redes sociales hace más fácil y rápido movilizar a la gente”, explica Roorda.
Ultras vs. Verdes
Al igual que pasó con los chalecos amarillos, los manifestantes en Holanda no tienen una organización oficial, ni un líder ni afiliación política alguna. Sin embargo, la extrema derecha y la izquierda verde lograron su protagonismo especial en cada una de las protestas.
Uno de los líderes de la extrema derecha holandesa, Geert Wilders, aprovechó el descontento en la zona rural para subirse a los tractores que desfilaron por las calles y lanzar críticas a las medidas del liberal Mark Rutte. Aseguró que el plan contra el dióxido de nitrógeno, que incluye reducir la velocidad en autopistas, es “alta traición” a los conductores. “No tenemos un problema de nitrógeno, tenemos un problema de Rutte”, sentenció Wilders, líder del PVV, el segundo partido del Parlamento holandés.
Los ultras holandeses actúan igual que sus homólogos en Finlandia o Alemania y se alienan con líderes como el estadounidense Donald Trump o el brasileño Jair Bolsonaro, quienes se han mostrado escépticos sobre la emergencia climática en varias intervenciones públicas. “La histeria climática destruye la economía y la industria finlandesa destruye los frutos de décadas de trabajo de los ciudadanos”, dijo Jussi Halla-aho, presidente del partido Verdaderos Finlandeses, tan solo una semana antes de las elecciones parlamentarias en las que quedó segundo.
Ante el euroescepticismo de la ultraderecha, la izquierda verde europea apuesta por agenda común contra el calentamiento global. En Holanda, Groenlinks tiene 14 de 150 diputados del Parlamento y ocupa la alcaldía de Ámsterdam, la capital del país. En las elecciones europeas, los Verdes quedaron como tercera fuerza en Francia y segunda en Alemania pese a la creciente oposición de países como Hungría, República Checa, Estonia y Polonia al plan emisiones cero de la UE.
Su estrategia es clara: echar mano de populismo dialéctico para desprestigiar como “paranoia climática” de los Verdes. Y aunque a muchos les parezca ridículo, funciona. “No hay país en el mundo donde la naturaleza esté tan bien como en nuestro país”, aseguraba el extremista Thierry Baudet, líder del partido Foro para la Democracia (FvD) que actualmente domina el Senado holandés. “¡Tenemos los bosques más bellos, las mejores plantas, los arenques más sabrosos y las playas más bonitas!”.