Apenas un 28% de los norteamericanos aprueba el trabajo de la vicepresidenta norteamericana, que tuvo varios traspiés en estos meses de gestión.
Stephen Colbert, uno de los comediantes más populares de Estados Unidos, le dedicó recientemente uno de sus monólogos de su programa de televisión a la inflación, los aumentos en el precio de la carne –“carneflación”, los llamó–, y una tendencia que tiene preocupada a la Casa Blanca: el derrape en la popularidad del presidente Joe Biden. Colbert mencionó un sondeo que mostró un nuevo piso en el respaldo de la gente a la gestión de Biden, y remató con un dardo destinado a la segunda figura política más poderosa del país: “La encuesta sí tenía una buena noticia para Biden: no es Kamala Harris”, atizó.
Antaño estrella y esperanza demócrata, Kamala Harris ha tenido un primer año difícil en la cima del poder en Washington. La encuesta a la que hizo referencia Colbert, del diario USA Today, reveló que apenas el 28% de los norteamericanos aprueba su trabajo, diez puntos menos que Biden, y un piso inédito para la vicepresidencia, por debajo incluso del respaldo que llegó a tener Dick Cheney, el número dos de George W. Bush, ampliamente visto como el vicepresidente más impopular de los tiempos modernos.
La caída en la popularidad de Harris ha quedado acoplada al derrape del propio Biden, pero también a un puñado de traspiés y dificultades que ha tenido en el gobierno demócrata, y a un protagonismo que, según la mirada de sus aliados, ha quedado muy desdibujado y marginado.
Este año, los avatares de la vicepresidenta han sido blanco de varios artículos en la prensa política de Estados Unidos que amplificaron las versiones de roces con el Ala Oeste de la Casa Blanca, frustración y preocupación en su círculo, y problemas en su propia oficina, donde algunos ven un reflejo de su caótica y disfuncional –y muy efímera– campaña presidencial.
Históricamente, los vicepresidentes, ya sea en Estados Unidos o en otras democracias, se han enfrentado al desafío de darle relevancia a un cargo limitado, con un rol que por momentos es largamente ceremonial o protocolar. Harris llegó a ese lugar además con un doble peso sobre sus espaldas: es la primera mujer, la primera persona de color y la primera hija de inmigrantes en ocupar el cargo, y dada la avanzada edad de Biden –tendrá 81 años cuando cierre su primer mandato–, un interrogante la acompaña a todas partes como si fuera su sombre: si será la candidata presidencial demócrata en 2024.
“Estamos haciendo las cosas y lo estamos haciendo juntos”, dijo Harris, esta semana, durante una entrevista con el programa Good Morning America cuando George Stephanopoulos le preguntó si se sentía frustrada, dejada de lado por la Casa Blanca.
La entrevista ocurrió luego de que CNN publicó un extenso reportaje con fuentes anónimas del entorno de Harris que creen que está siendo marginada, y que algunos funcionarios claves del Ala Oeste “han levantado la mano en gran medida contra la vicepresidenta Kamala Harris y su personal” por las disfuncionalidades de su oficina. La vicegobernadora de California, Eleni Kounalakis, aliada de Harris, sugiere que puede hacer mucho más de lo que se le pide, y por eso hay “frustración” en su círculo. “La Casa Blanca insta a Kamala Harris a sentarse frente a la computadora todo el día en caso de que lleguen correos electrónicos”, tituló, mordaz, un artículo del diario satírico The Onion.
Una “socia vital”
La vocera de Biden, Jen Psaki, salió rápidamente a refutar el artículo el mismo día que salió publicado sin mencionarlo con un mensaje en Twitter en el que elogió a Harris como una “socia vital” de Biden.
“Para cualquiera que necesite escucharlo. @VP no solo es un socio vital para @POTUS, sino un líder audaz que ha asumido los desafíos clave e importantes que enfrenta el país, desde el derecho a votar hasta abordar las causas fundamentales de la migración y la expansión de la banda ancha”, tuiteó Psaki.
Más allá de la rápida reacción de Psaki –quien rara vez reacciona a informes de la prensa– y los problemas de la gestión, lo cierto es que Kamala Harris ha tenido enormes dificultades para hacer pie en el papel que le dio Biden, un eventual trampolín a la presidencia. Sus aliados y defensores creen que el problema es de la Casa Blanca, y no de ella, y que debería tener un rol más activo y visible y explotar al máximo sus dotes de mensajera de la administración demócrata. Sus críticos, tanto dentro como fuera del Partido Demócrata, creen por el contrario que la vicepresidencia simplemente dejó al descubierto problemas muy básicos de gestión, atados a su círculo de colaboradores y asesores, que ya habían quedado en evidencia durante su campaña presidencial.
Otro argumento esgrimido para defender a la vicepresidenta es que, al ser la primera mujer –y la primera mujer afrodescendiente– en el cargo, ha sido sometida a un nivel de escrutinio tan amplio y puntilloso como injusto. Sus defensores remarcan también que el portfolio de temas que le confió Biden es nefasto: Harris se hizo cargo de la ola migratoria de Centroamérica –un problema histórico, sin solución a la vista, y altamente sensible y políticamente explosivo– y de los fútiles intentos demócratas por garantizar el derecho al voto de las minorías, por dar dos ejemplos.
Los momentos de exposición que tuvo Harris este año han sido mixtos. Su primer viaje al exterior, a Guatemala y a México, dedicado a la estrategia de Biden de “atacar las raíces de la inmigración” quedó opacado por un traspié mediático cuando Harris se enredó en una entrevista televisiva en la que respondió a las críticas de que no había viajado a la frontera diciendo que tampoco había viajado a Europa. Harris pasó a un segundo plano durante el verano boreal, el peor momento de la gestión de Biden, luego de la caótica salida de Afganistán. Su último viaje a Francia, sin sobresaltos, le permitió pulir sus credenciales de líder en el extranjero. Pero los rumores y la mala prensa continúan, siempre con la mirada puesta en 2024.
“Estoy muy entusiasmada por el trabajo que hemos hecho”, le dijo a Stephanopoulos una Harris sonriente, decidida a acallar las versiones. “Pero también tengo absolutamente claro de que hay mucho más por hacer, y vamos a lograrlo”, insistió.