La epidemia crece a un ritmo de 7000 contagios por día, impulsada por una guerra civil que hizo colapsar las infraestructuras sanitarias.
“Por miedo del cólera, no bebo agua de la canilla y sólo tomo comida enlatada. Pero no todo el mundo se lo puede permitir. La epidemia de cólera se está cebando con los más pobres”, explica por teléfono Murad Subay, un joven artista residente en Sanaa, capital de Yemen, país martirizado por un conflicto bélico que se inició hace más de dos años y presenta un balance de unas 20.000 víctimas mortales.
“Con la guerra, la vida se ha vuelto imposible. Los precios cambian cada semana, si no todos los días. No hay trabajo, y los empleados públicos ya hace once meses que no cobran”, lamenta Murad, que, como la mayoría de los yemenitas, se tiene que conformar con una o dos horas de electricidad al día.
La devastación de la infraestructura, especialmente de la sanitaria, se encuentra en el origen de la grave epidemia de cólera que azota el país, última de una larga serie de lacras que han convertido Yemen en escenario de una de las peores crisis humanitarias del siglo XXI. Desde fines de marzo, unas 306.000 personas se han infectado esta enfermedad, provocando la muerte de más de 1800, según la Cruz Roja. El brote se encuentra descontrolado, y cada día se registran 7000 nuevos casos de contagio. A fines de año, los infectados superarán los 600.000.
“Los servicios públicos están colapsados, y son incapaces de hacer frente a una epidemia que en condiciones normales no sería difícil de sofocar”, comenta Roger Gutiérrez, coordinador para Médicos Sin Fronteras hasta junio del hospital de Abs, una de las zonas más castigadas por el brote mortal. Sólo alrededor del 1% de los enfermos que reciben tratamiento por cólera acaban muriendo. La bacteria provoca una deshidratación aguda, ya que el cuerpo puede perder entre 20 y 24 litros diarios de líquidos. En cambio, la tasa de mortalidad asciende al 50% sin atención médica. “La falta de higiene, y sobre todo de agua potable, favorece la expansión de la enfermedad, que se contagia a través del agua y ya está presente en casi todas las provincias del país”, añade Gutiérrez.
Éste no es el primer brote del cólera desde 2015 en Yemen, que ha visto también cómo se multiplicaban los casos de otras enfermedades, como la malaria y la tos ferina, en los últimos meses. Las cifras de la crisis humanitaria calculadas por las Naciones Unidas son escalofriantes: cada 10 minutos muere un niño de menos de 5 años por causas evitables, siete millones de personas se encuentran en riesgo de morir de hambre y aproximadamente 20 de los 26 millones de yemenitas necesitan recibir ayuda alimentaria o sanitaria. Un sector de la población especialmente vulnerable son los cerca de cuatro millones de desplazados internos. Según Gutiérrez, las ONG están desbordadas.
El actual conflicto bélico, con una dimensión a la vez civil e internacional, se inició en marzo de 2015. Un bando está integrado por las milicias huthi, una minoría religiosa chiita, y las unidades del ejército leales al ambicioso ex presidente Abdallah Saleh, desalojado del poder por la Primavera Árabe. En el otro, se encuentran el presidente Mansur Hadi, grupos locales opuestos a la hegemonía huthi y una coalición internacional formada por una decena de países de la región y liderada por Arabia Saudita que cuenta con el apoyo de Estados Unidos.
Las hostilidades se desencadenaron poco después de que los huthi ocuparon por la fuerza Sanaa y dieron un golpe de Estado contra Hadi, cuyo mandato ya había expirado meses antes. Riad concedió asilo al presidente y se ofreció para sostener las debilitadas fuerzas anti-huthi. “Arabia Saudita estima peligroso que los Houthi controlen el vecino país, ya que los considera un agente de Irán, su gran enemigo regional”, explica la analista y catedrática yemenita Atiaf Alwazir. “Sin embargo, se exagera la importancia del apoyo de Teherán a los huthi. Reciben cobertura política más que militar, ya que la coalición de Riad mantiene un férreo bloqueo aéreo y marino de todo el país”, apostilla.
“La clase política yemenita está poco preparada. Queda camino por recorrer antes de llegar a un final negociado”, declara a LA NACION una fuente cercana a las, hasta ahora, infructuosas negociaciones patrocinadas por la ONU. Entre los obstáculos para la paz, se cuenta la tozudez del príncipe heredero saudita, Mohamed Bin Salman, que no acepta otro final que no sea una victoria, y la falta de presión de la comunidad internacional. Y es que varios países occidentales han hecho un negocio redondo con la venta de armamento a Arabia Saudita y sus aliados, violando las normas de la UE.
“Esta guerra no tiene ningún sentido. La gente está harta de todos los bandos, porque no les importa nada el sufrimiento del pueblo. Más de cuatro millones de niños no van al colegio. Serán la carne de cañón de la próxima guerra”, afirma indignado Murad. “La guerra no la padecen todos. Algunos se están llenando de oro, sobre todo con el contrabando. Nunca se habían visto tantos coches de lujo en Sanaa”, remacha. Al final, todas las guerras se asemejan.