La revolución de las low cost hace posible que se pueda viajar desde Madrid a Palma por 2,48 euros. Compañías como Ryanair han revolucionado un sector en guerra permanente por ofrecer los precios más bajos, pero tenía que llegar un momento en que se tocase suelo.
En 2018 una decena de estas aerolíneas se vieron obligadas a desaparecer, entre otras cosas, porque no supieron hacer frente a la alta competencia ni fueron capaces de capear un año en el que el precio del combustible llegó a aumentar un 50% con respecto al verano de 2017.
La belga VLM, la danesa Primera Air o la chipriota Cobalt Air tuvieron que echar el cierre en 2018, y durante este primer mes y medio de 2019 ya ha quebrado la alemana Germania y Air France ha anunciado su intención de clausurar su filial low-cost Joon. «A pesar de sus muchos impactos positivos, la marca ha sido difícil de comprender por parte de los consumidores, los empleados, los mercados y los inversores», asumió la compañía gala en un comunicado reciente.
La crisis ha conseguido afectar incluso a la reina del sector, la irlandesa Ryanair, que durante la última presentación de resultados trimestrales ha tenido que admitir pérdidas de 19,7 millones de euros. Por suerte para ellos, la fortaleza de su posición les permite soportar un traspiés de vez en cuando, pero el hecho de que sea la primera vez desde 2014 que presenta pérdidas da una idea del desafío al que se deben de estar enfrentando las menos pudientes. El hasta ahora consejero delegado de la aerolínea, Michael O’Leary, abandona sus labores de gestión para dirigir una superestructura del grupo.
La jugada, sin embargo, le está sirviendo a Ryanair para limpiar el mercado de posibles futuros competidores. A pesar de que ha presentado un balance trimestral negativo, lo cierto es que durante el año pasado llevó a dos millones de pasajeros más que en el mismo periodo de 2017 y aumentó los ingresos un 10%, lo que en la práctica significa que ha estado pagando para evitar tener asientos vacíos que pudiesen debilitar su posición hegemónica en el sector.
El incremento del precio del barril de petróleo durante el verano de 2018, que llegó a situarse en los 75 dólares frente a los menos de 50 que valía el año anterior en la misma época, se ha unido además al debilitamiento del euro frente al dólar, que durante ese periodo perdió un 5% de su valor. La crisis se enmarca además dentro del panorama mucho más amplio de un factor tan incontrolable como es el Brexit, pues aunque tanto Londres como Bruselas han garantizado los mismos vuelos que en el ejercicio anterior, todavía siguen quedando una infinidad de incógnitas en el aire.
Compañías low-cost como la británica FlyBe han conseguido salvarse por poco después de que Virgin Atlantic la comprase a un penique por acción, e IAG, formada por varias compañías europeas como Iberia o British Airways y las low-cost Vueling e Iberia Express entre otras, todavía mira de reojo a ver si la UE la considera una compañía radicada en suelo comunitario una vez se produzca el Brexit.
«Tenemos la convicción de que cumpliremos con la normativa aplicable sobre propiedad y control, tanto en el Reino Unido como en la Unión Europea, después del Brexit», indicó IAG cuando fue consultada por este periódico. La Comisión Europea tiene pensado, según el Financial Times, conceder un periodo de gracia de siete meses a las compañías para reestructurar su accionariado fijando al menos un 50% del mismo en suelo comunitario.
Tampoco se salva de la complicada situación del mercado aéreo europeo ni de la crisis de las low-cost de Norwegian Air Shuttle, que cerró 2018 con unas pérdidas de 150 millones, aunque, eso sí, éstas supongan un 19% menos que el año anterior gracias a un incremento del 30% en sus ingresos. La compañía nórdica culpa, entre otras cosas, a las pérdidas derivadas de las coberturas de combustible y a la dureza de un mercado fuertemente competitivo.