Eritrea es uno de los países más aislados y políticamente más represivos de África. Mucha gente quiere marcharse de allí. En la vecina Somalia hay problemas similares, agravados por la guerra civil que empezó en 1991 y de la que apenas ahora parece estar saliendo, gracias a un esfuerzo multinacional.
Muchos somalíes también quieren salir de su país. La mayoría piensa en irse a Europa, al menos en una primera etapa, mientras se preparan para viajar a Estados Unidos, Canadá, o donde sea que sus familias se hayan establecido. Pero sin la documentación necesaria, la única manera que tienen los ciudadanos de esos países de llegar a Europa es poniéndose en manos de bandas criminales que trafican con seres humanos.
A veces, las consecuencias son mortales, como lo demuestra la muerte de más de 300 migrantes ocurrida este jueves tras el naufragio de una barca con 500 personas en las cercanías de la isla italiana de Lampedusa, cerca de Sicilia. Solo 155 pasajeros fueron rescatados, y la búsqueda de cuerpos continúa. Ese fue, justamente, el lugar que visitó el papa Francisco en julio pasado, en su primer viaje fuera de Roma, para alertar al mundo del drama de los indocumentados que intentan llegar a los países del Primer Mundo.
Allí, el Sumo Pontífice deploró lo que llamó la “globalización de la indiferencia” en el mundo y denunció a los contrabandistas de inmigrantes que explotan la pobreza de quienes aspiran a tener nuevas vidas en otros territorios.
África bien puede estar experimentando un crecimiento económico sostenido, a un ritmo mucho mayor que el de Europa. Pero como indican algunos estudios, esas ganancias no parecen estar llegando todavía hasta los más pobres. Eso puede quedar reflejado en el fenómeno de que cada año decenas de miles de personas tratan de salir en busca de trabajos, atención médica, para evitar el servicio militar, reencontrarse con familiares o simplemente gozar de mayor seguridad en territorio europeo. Decenas de miles provienen del llamado Cuerno de África, la península del este del continente que comparten Etiopía, Eritrea, Somalia y Yibuti.
Según un reciente informe de Afrobarómetro, organización que estudia temas de desarrollo económico y social africanos, la pobreza en el continente permanece inalterable a pesar del crecimiento económico regional y las proyecciones oficiales que apuntan en sentido contrario. Tras el análisis de datos de 34 naciones africanas entre 2011 y 2013, obtenidos de encuestas realizadas a ciudadanos comunes, la organización concluyó que pese a un crecimiento del Producto Interno Bruto que promedia el 4,8%, “no hay evidencia de la reducción sistemática de la pobreza”.
El papa Francisco escogió Lampedusa para solidarizarse con el sufrimiento de los migrantes. Aunque en cinco países sí hay avances (Cabo Verde, Ghana, Malawi, Zambia y Zimbabue), en otros cinco el problema ha empeorado (Botsuana, Mali, Senegal, Sudáfrica y Tanzania), mientras que el resto luce estancado. El estudio afirma que “a solo dos años para un hito de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, uno de cada cinco africanos todavía experimenta frecuente privación de sus necesidades básicas“.
El 17% experimenta problemas de acceso a los alimentos, el 21% sufre lo mismo con el agua potable y un 20% con las medicinas y el servicios de salud. “Esto sugiere que el crecimiento está ocurriendo, pero sus efectos no llegan a los más pobres o que las tasas de crecimiento no se condicen con las que reportan los gobiernos“, se lee en el trabajo.
El cuadro pesimista general que describe el estudio de Afrobarómetro tiene variaciones según los países, y muestra resultados ligeramente mejores en naciones de la franja norte africana. Pero el Cuerno de África es una de las zonas política y económicamente más complejas del continente, lo que explica el afán de muchos de sus ciudadanos de intentar mejorar sus vidas en otros lugares.
Eritrea ha padecido numerosas sequías desde que se independizó de Etiopía en 1993, lo que ha afectado la agricultura (actividad de la que depende el 80% de sus 6 millones de habitantes) y también ha provocado masivos éxodos internos.
Uno de los pilares de la economía eritrea son las remesas que manda la diáspora, que ayudan en el mantenimiento de familias enteras.
La situación de Somalia es más extrema, ya que el país carece de un efectivo gobierno central que administre el Estado. Sin embargo, informes de Naciones Unidas indican que existe “una sana economía informal, basada en el comercio de ganado, transferencias y el sector telecomunicaciones”.
Desde que el grupo al Shabab (el del ataque en Kenia) fue expulsado de Mogadiscio en 2011, con la ayuda de una fuerza militar multinacional, se ha registrado un ligero renacimiento económico en la capital de poco más de 10 millones de habitantes. En su desesperación, muchos africanos usan precarias embarcaciones para cruzar el Mediterráneo. Ese sustrato de conflicto y desesperanza es el que explotan las organizaciones criminales que controlan las rutas para el contrabando de personas.
Algunas van por el Mar Rojo hasta Yemen o, aún más al norte, hasta Egipto. Otra vía se dibuja a través de Sudán, atraviesa el desierto del Sahara en camiones hasta la inmensa costa de Libia en el Mar Mediterráneo y de allí, continúa un tramo en bote hasta el enclave europeo más cercano: una isla como Lampedusa, en Italia.
Quienes intentan cualquiera de esos caminos se enfrentan a un periplo caro y lleno de peligros en cada punto del camino. Mientras tanto, dentro del continente africano, mucha gente sigue en espera de emprender migraciones forzadas. Muchos se quedan en territorio africano, desplazándose largas distancias en busca de trabajo hacia regiones como Sahel, la zona de transición entre el norte desértico y la región subsahariana, donde el proceso de desertificación genera graves problemas para la manutención de la población.
Quienes tienen ánimo para intentar una travesía marina, se dirigen a las Islas Canarias o hacia otros puntos de España, Italia o Malta.
Pero el mal clima, embarcaciones desastrosas, los tiburones del Mar Rojo o las traicioneras corrientes del Mediterráneo, sumado a los despiadados traficantes a quienes se les paga por adelantado para hacer el viaje, representan peligros en la ruta de muchos africanos hacia la esperanza.