El hartazgo con la élite politica y los escándalos de corrupción alzan al actor Volodymyr Zelenskiy en los sondeos para las elecciones de este domingo.
Volodymyr Zelenskiy ha entrado en miles de hogares como presidente de Ucrania. Tal vez en millones. Este actor cómico, de 41 años, interpreta al jefe de Estado de ese país en una serie nacional de gran éxito. Ahora puede dar el salto y pasar de la ficción a la realidad. El cómico, hasta hace poco totalmente ajeno a la política, es el favorito para la primera vuelta de las elecciones presidenciales de este domingo en un país en el que la guerra a fuego lento en el Este con los separatistas apoyados por Rusia ha causado unos 13.000 muertos. Los datos no son cosa de broma. Zelenskiy supera, según los últimos sondeos, a dos veteranos: el actual presidente y magnate del chocolate, Petró Poroshenko, y la ex primera ministra y princesa del gas Yulia Timoshenko.
El actor y su campaña poco ortodoxa juegan con la ventaja de ser una cara nueva en un país que sigue desayunando con continuos escándalos de corrupción, cinco años después de que las protestas que clamaban por la democracia y la transparencia derribasen a Viktor Yanukóvich, aliado de Rusia y envuelto en turbios negocios. Los ucranios están frustrados, desilusionados y cansados de la élite política, que no ha logrado cumplir las promesas centrales de esa movilización, que no solo eran acercarse a Occidente, sino también reformar el sistema político corrupto y controlado por los oligarcas.
“La ciudadanía está cansada, tras la revolución de 2014, tenían grandes expectativas que no se han hecho realidad. En parte porque algunas no eran realistas pero también porque el Gobierno no está haciendo lo que prometió. Así que a muchos les seducen las promesas de cambio que ofrece Zelenskiy, que está tratando de mostrar que no es más de lo mismo”, afirma Julia Kazdobina, directora de la Fundación Ucrania de Estudios de Seguridad. Ucrania (44 millones de habitantes) encabeza el ranking mundial de desconfianza en el Gobierno por segundo año consecutivo, según una reciente encuesta de Gallup. Sólo el 9% de los ciudadanos cree en sus gobernantes, cuando la media de los estados postsoviéticos está en 48%; la media global se sitúa en 56%.
Esa falta de experiencia y, sobre todo, la ausencia de un programa claro y concreto preocupa sin embargo a los diplomáticos occidentales que se han reunido con Zelenskiy. El actor, que como Donald Trump en Estados Unidos explota un mensaje populista y se ha hecho conocido básicamente por salir en televisión, parece haberse metido a fondo en su personaje de la serie Servidor del Pueblo —disponible incluso en Netflix—, un profesor de secundaria que termina siendo elegido presidente de Ucrania después de que uno de sus pasionales discursos contra la corrupción, grabado por sus alumnos y subido a YouTube, se hiciera viral. Un presidente ficticio que clama contra la oligarquía y el Fondo Monetario Internacional (FMI).
En la vida real, Zelenskiy, que se dice admirador de figuras tan políticamente dispares como el populista y ultraderechista Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, y del tecnócrata liberal y presidente francés Emmanuel Macron, ha prometido eliminar la inmunidad de los parlamentarios, los gobernantes y los jueces y que hará refererendos en los temas clave. También que expurgará de cualquier interferencia política el sistema de justicia, introducirá una amnistía fiscal para que los empresarios legitimen activos ocultos a cambio de un impuesto del 5% y que trabajará con el FMI, que ha prestado millones de euros a Ucrania.
Con esas promesas, entre el 18% y el 23% de los ucranios con derecho a voto han declarado que votarán por el actor, según sondeos independientes hechos públicos este jueves. Le siguen Poroshenko, de 53 años, y Timoshenko, de 58 años, casi empatados con entre el 10% y el 16% de cara a las elecciones del domingo. Unos comicios en los que se presentan 39 candidatos (sólo cuatro mujeres). Todo un récord. Si ninguno obtiene el 50% de los votos, los dos primeros se enfrentarán a una segunda vuelta el 21 de abril. Y con un 20% de indecisos con su voto y un 31% de ciudadanos que todavía duda de si acudirá a las urnas, las cosas pueden aún dar muchas vueltas.
Se acaban de cumplir cinco años desde que Rusia se anexionó la península ucrania de Crimea con un referéndum considerado ilegal internacionalmente, iniciando un conflicto que está muy lejos de resolverse. En ese marco y con la tensión a flor de piel, Poroshenko, que justo tras la anexión logró ganar las elecciones con una mayoría abrumadora, ha centrado su campaña en un mensaje patriótico con el lema “ejército, idioma y fe”, con el que intenta opacar sus escasos logros en la lucha anticorrupción. El actual presidente, multimillonario gracias a su imperio empresarial que no ha abandonado, se presenta como la muralla contra el presidente ruso, Vladímir Putin, y vende como un gran logro la escisión de la iglesia ortodoxa ucrania de la rusa. En Ucrania, solo un presidente ha logrado la reelección desde la independencia de la Unión Soviética, en 1991.
Para Timoshenko, esta es su tercera carrera electoral. Más conocida en Occidente por ser el rostro de la llamada revolución naranja de 2004 y por haber sido procesada y encarcelada por el Gobierno del prorruso Yanukóvich, muchos la acusan ahora de haberse convertido en una política populista. La dos veces primera ministra, formada como economista e ingeniera y antigua líder de una empresa gasista con la logró jugosos tratos, ha prometido también acabar con la corrupción, subir las pensiones y hacer algo para controlar los precios del gas.
En ese escenario de políticos habituales, sostiene el politólogo Mykola Davydiuk, votar por el novato Zelenskiy puede ser un castigo a las viejas élites y su inacción para solucionar los grandes problemas del país. Las condiciones laborales precarias y el desempleo (un 10%, según las cifras oficiales) han empujado unos cuatro millones de ucranios a buscar trabajo fuera, según las últimas estadísticas. Al mismo ritmo, a pesar de que la economía se ha estabilizado, las facturas de los servicios públicos han subido. Y eso ha afectado al bolsillo de los ciudadanos y a su calidad de vida. Hace tiempo que el salario medio se estancó en unos 350 dólares mensuales.
“Y mientras tanto los empresarios y los amigos de los políticos siguen enriqueciéndose a nuestra costa”, se queja Olena Pashkovska, en la plaza de la Independencia, donde decenas de personas murieron en las protestas contra Yanukóvich en 2014. Esta arquitecta de 35 años, que también salió a la calle hace cinco años en esa revolución del Euromaidán (maidán es plaza en ucranio), votará por Zelenskiy. Al menos en la primera vuelta, reconoce.
El comediante y productor, que proviene de la región de habla rusa Dnipro, ha estado muy activo en las redes sociales esta campaña. Tiene casi tres millones de seguidores en su cuenta de Instagram. Y su equipo le llama Ze en sus comunicados y la información que difunde. Cuenta además con una ventaja adicional: su partido se llama Servidor del pueblo; igual que la serie de televisión que protagoniza. Eso le da una publicidad gratis. Y no es la única.
Sus críticos le han acusado de ser la marioneta del poderoso oligarca Igor Kolomoiski, envuelto en un escándalo bancario y en cuyo canal de televisor, 1+1, se puede ver estos días no solo la tercera temporada de la serie de Zelenskiy, sino otras ficciones en las que participa. Algo que ha enfurecido a Poroshenko, que ha demandado al canal. Zelenskiy no ha explicado los vínculos que unen su campaña a Kolomoiski. Pero esto, si es que los ucranios no se están tomando a broma los sondeos, no parece estar minando su popularidad.