“No se nos han escapado por debajo del radar”, ha dicho la primera ministra Jacinda Ardern. Las autoridades, simplemente, no estaban mirando, porque todos los signos estaban allí.
El atentado islamófobo de este viernes contra dos mezquitas en la localidad neozelandesa de Christchurch realizado por militantes ultraderechistas, que dejó 50 muertos y medio centenar de heridos, ha tomado por sorpresa a las autoridades del país. “No es una cuestión de que alguien se haya colado por debajo del radar”, ha admitido la primera ministra Jacinda Ardern. A diferencia de otros países, este tipo de extremismo es extremadamente marginal y, en su vertiente homicida, más o menos novedoso. Aunque hubiesen dedicado los recursos necesarios para monitorizar a Brenton Tarrant y sus secuaces -por ahora hay cuatro detenidos, tres hombres y una mujer-, probablemente habrían carecido del conocimiento en profundidad de la mentalidad y los códigos de estos radicales al nivel suficiente como para impedir el ataque.
Eso señalaba este julio el periodista neozelandés Marc Daalder en la publicación The Spinoff, que advertía de que en el país está fermentando una corriente extremista a la que nadie está prestando atención y que, sin ser un problema grave, podía convertirse en uno. Como, efectivamente, así ha sido.
El atentado muestra el papel que juegan internet y las redes sociales en este tipo de sucesos: “La masacre de Nueva Zelanda fue retransmitida en vivo en Facebook, anunciada en 8chan, reproducida en YouTube, comenada en Reddit, y reproducida y copiada en todo el mundo antes de que las empresas tecnológicas pudiesen siquiera reaccionar”, escribe el reportero tecnológico Drew Harwell en el Washington Post. Estos canales son, de hecho, el principal caldo de cultivo para este movimiento, que de otro modo lo tendría muy difícil para prosperar y poner en contacto a unos miembros con otros. Al fin y al cabo, muy poca gente va por la vida diciéndole a los demás que es un extremista.
Pero en internet es posible. Horas antes del atentado, Tarrant colgó un manifiesto en el canal de chat 8chan, diciendo: “Bueno colegas, es hora de dejar de postear mierdas y hora de hacer un esfuerzo de posteo real. Ha sido un largo viaje y a pesar de vuestra jodienda, inutilidad y degeneración, sois todos unos tipos de primera y la mejor panda de amigos que un hombre podría pedir”. Aparentemente, después de eso se dirigió a su vehículo, lo cargó con las armas y partió a cometer la matanza.
El manifiesto reproduce numerosos temas recurrentes en el mundo de los supremacistas blancos, y que un observador entrenado podría haber detectado: la teoría del “gran reemplazo” de la población blanca por los invasores de otras razas, o el uso del llamado ‘sonnenrad’, uno de los símbolos nórdicos utilizados por los nazis y con una presencia cada vez mayor en las manifestaciones de este movimiento, como la de Charlottesvile en 2017.
“Judíos, católicos y musulmanes”
En su artículo, Daalder señala que en el caso neozelandés, las personas que se sienten atraídas por este movimiento no lo hacen por razones de descontento económico, como es el caso de muchos en Europa y EEUU, sino por ansiedades de tipo cultural, como el temor a la pérdida de la hegemonía masculina blanca tradicional. “Hay gente en Nueva Zelanda que siente que ha perdido mucho poder y está muy desenraizada. Sienten como que el nuevo acento en un multiculturalismo liberal, contemporáneo, es algo de lo que están excluidos”, afirma Paul Spoonley, Vicecanciller del Colegio de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad de Massey y uno de los principales expertos del país en movimientos de extrema derecha.
En febrero, estos grupos convocaron una manifestación de rechazo al apoyo del Gobierno neozelandés al pacto migratorio de la ONU, asegurando que iba a “traer a 60 millones de personas marrones a Europa”. Pese a su remota localización, la inmigración a Nueva Zelanda se ha triplicado desde principios de los años 90, principalmente de países del sur de Asia, lo que ha llevado al surgimiento de grupos anti-inmigración como el partido New Zealand First o, más recientemente, el movimiento New Zealand Sovereignity.
Daalder reproduce algunos mensajes aparecidos en los grupos de Facebook de estos movimientos: “Es cuestión de tiempo que NZ tenga ‘zonas prohibidas’”, dice un post, una referencia a la teoría conspirativa de que hay áreas urbanas en Europa donde ya no se tolera la entrada a no musulmanes. Otro habla de “más de nueve mezquitas en Wellington. En parte ya está aquí y el 99 por ciento de nuestra comida es halal, que significa permitido por su Ley de la Sharia”.
No solo los musulmanes son vistos como una amenaza: “La ONU quiere criminalizar la Cristiandad, marginalizar la heterosexualidad, demonizar a los hombres y promover la agenda LGBT en todas partes. El objetivo real no es ‘la igualdad’ sino más bien la marginalización y la denuncia de cualquiera que exprese cualquier característica masculina del tipo que sea”, dice otra publicación en las redes sociales. La institución quiere “destruir todos los países occidentales, son nuestros enemigos naturales dominados por judíos, católicos y musulmanes, tras un eventual colapso de los mercados y un hundimiento global y de que el ejército estadounidense haya sido mermado mostrarán sus verdaderos colores, estos ejércitos musulmanes están bien y verdaderamente posicionados para causar el máximo daño”, señala otra.
Hasta ahora se consideraba a estos grupos como poco más que ‘hooligans’ radicalizados con capacidad para crear problemas en determinados eventos y concentraciones, pero poco más. El resultado ha sido el mayor atentado terrorista de la historia del país. “El grueso de la recolección de inteligencia y los esfuerzos de prevención en relación con el terrorismo han sido dirigidos a la comunidad islámica de Nueva Zelanda”, ha señalado el analista de seguridad Paul Buchanan a Radio Nueva Zelanda. “Las autoridades han estado mirando en la dirección equivocada”.