El misil que derribó el avión sobre Ucrania, un arma de la Guerra Fría

La pieza encontrada entre los restos de la catástrofe del vuelo MH17 pertenece a un misil muy común aún hoy en los países de la antigua órbita soviética.

misil-base-aéreaEl análisis de un trozo de misil en la misma zona de Ucrania donde cayó el avión de Malasia Airlines abre nuevas vías y ofrece “mucha información” para esclarecer la catástrofe en la que perecieron 298 personas en 2014. Según el experto en armas antiaéreas Ignacio Fuente, coronel de artillería, el análisis permite descartar, por lo pronto, que el avión fuera derribado por otra aeronave, una de las hipótesis iniciales de trabajo.
A falta de identificar el tipo el tipo específico de misil que se usó, los expertos del equipo internacional que analizan las pruebas han determinado que pertenece a la familia Buk. Todavía es pronto, sin embargo, para atribuir responsabilidades. Lo dificulta que en el fragmento encontrado no figure el número de identificación del misil. “Es número es una especie de huella dactilar, que nos permite averiguar el arsenal donde se almacenaba, la fábrica en la que se construyó y el año en que se entregó a un determinado país”, apunta el coronel.
Además, el descubrimiento del trozo, un fragmento de chapa, llega tarde: “Lo triste en este caso es que la zona debió rastrearse al poco de caer el avión. Es cierto que se trataba de una región en guerra, pero si se hubiera realizado una batida con un gran número de personas que peinasen el terreno, aunque costase días y semanas de trabajo, es más que probable que hubiera aparecido un fragmento con ese número de identificación”, afirma el experto, analista principal del Instituto Español de Estudios Estratégicos.

Un éxito de la tecnología soviética

Los misiles del sistema Buk siguen fabricándose hoy. A sus versiones iniciales, tierra-aire, se han sumado nuevas, que pueden atinar sobre objetivos navales y terrestres, e incluso existe una antimisiles. Son muy comunes en en los países de la antigua órbita soviética, entre ellos Ucrania, y en otros a los que abastecía la antigua URSS, como Siria o India.
En su momento, finales de los setenta, fueron pura innovación. Deslumbraba su alcance, de 35 kilómetros, y la altura que podían lograr: 22 kilómetros. La tecnología aprendió de la dura experiencia de las guerras entre árabes e israelíes de 1967 y 1973: lo que se necesitaba para proteger las grandes columnas acorazadas, como las soviéticas, avanzando hacían falta sistemas antiaéreos que pudieran moverse con ellas. “Eso exigía que todo el sistema –arma y radar– estuvieran incluido en un mismo vehículo y que se desplazase a la misma velocidad que el resto de unidades”, apunta Fuente.
Pero no solo era importante su movilidad. Los Buk tenían que ser autónomos: “Debían identificar los objetivos por sí mismos, distinguir si se trataba de un objetivo amigo o enemigo, y en caso de que fuera enemigo, derribarlo”. Para lograr la detección, el arma incorpora un sistema IFF, un radar secundario que emite una señal a todo objeto que lo sobrevuela y es la primera vía para saber si se trata de una aeronave civil o militar. “Un operador preparado, como el que exige esta tecnología, sabe identificar correctamente si se trata de un objetivo militar o civil, aunque siempre haya lugar para el error humano”, señala el coronel.
Un elemento añadido para el esclarecimiento es la escasa probabilidad de que un arma así hubiera caído en manos terroristas. “Por lo complejo del manejo, no es probable. Más verosímil es la posibilidad de que lo empleen milicias desgajadas de ejércitos”, descarta el coronel Fuente. La dificultad del mantenimiento, la reparación y el suministro de piezas, que sigue recayendo en Rusia, hacen que, si no hay contacto fluido con los fabricantes, el material deje de servir antes o después. Para el experto, además, “la complejidad exige que también haya que actualizar la formación de los operarios”.